¿Otra alianza?

Por Héctor Mauriño vasco@rionegro.com.ar

Que el radicalismo es un árbol marchito, se sabe de larga data. Si un político de esa extracción fue elevado a la presidencia, sólo ha sido porque fue arrastrado por la savia de algo nuevo, denominado Frepaso -a la postre mustio también-, surgido de la indignación colectiva por la contumacia menemista. Con todo, ahora se sabe, aunque un árbol marchito eche brotes, éstos resultan al cabo tan estériles como el tronco.

En el caso de Neuquén, el radicalismo viene, como las restantes fuerzas de la oposición, de 40 años de curatela emepenista. Sus dirigentes, compenetrados de su papel de oposición eterna, declamativa y sin libido de poder, se han venido contentando con ejercer la crítica con mucha moderación -no fuera cosa de irritar- a cambio de mojar el gastado mendrugo en la sopa oficial: que una concejalía aquí… que una diputación allí… que una sesuda declaración rebosante de principios un poco más allá…

En esta monotonía radical, lo único nuevo bajo el sol ha sido la elevación de Horacio Quiroga a la intendencia de Neuquén, el segundo cargo de la provincia. Si así ha sido, a pesar del enorme lastre que implica pertenecer a un partido resignado a lo suyo, lo ha sido por tres motivos concurrentes: la ostensible decadencia del MPN, que ha terminado por fatigar al electorado; la alianza con una fuerza que, antes de eclipsarse, captó parcial y fugazmente el descontento; y por el propio Quiroga, que atesora una voluntad de poder y un pragmatismo inversamente proporcionales a los de la mayoría de sus conformistas correligionarios, y sólo comparables a la audacia insomne de los jefes del MPN.

Con todo, eso es bastante poco para plantarse frente a un partido que, sombra o no de sí mismo, maneja aceitadamente su contrato con un electorado adscripto al aparato del Estado: votos a cambio de bienes y servicios. A cada uno lo suyo. Bolsa de alimentos para unos, puestos de trabajo para otros y obra pública para los amigos.

Pero ese «poco» conseguido por Quiroga es algo, y de eso da testimonio la preocupación del MPN que lleva una espina clavada en el costado: la capital de su pequeño reino del subdesarrollo ha caído en manos de un extraño.

Ocurre que Quiroga ha llegado hasta donde está elevado en buena medida por la espuma de la Alianza y si bien ésta se desinfla rápidamente, el sustento que el intendente construye presuroso desde que aterrizó en el municipio no alcanza aún para desafiar al poder real.

No le preocupa demasiado el bochornoso gobierno nacional, porque confía en que su pragmática gestión, basada en hacer algo en una ciudad donde nadie hizo nada, le permitirá despegarse.

No le preocupa demasiado el gobierno provincial, porque en lugar de contentarse con no irritarlo, como han venido haciendo sus correligionarios, lo ha apoyado sin reservas y sin ponerse colorado en cada uno de sus osados proyectos: el ajuste (que al final no se hizo); el traspaso de los entes públicos (que aún no se concretó); el acuerdo con Repsol (del que mejor no acordarse) y, ahora último, al rechazar el amague de juicio político a Sobisch que agita con modesta argucia el justicialista «Tom» Romero. En otros proyectos, Quiroga sencillamente es socio del gobierno provincial, como en el Paseo de la Costa, en la cárcel y en la urbanización del cuartel de la Sirena.

A cambio de tanto esmero, Sobisch le ha correspondido con elogios -algo que en general sólo reserva para sí mismo- y con un bloque solícito en el Concejo Deliberante, lo que ha suplido las inconsistencias y deserciones de varios concejales de la Alianza, radicales o frepasistas, que cansados de votar en contra del intendente porque lo ven parecido en ideas y metodología a Jorge Sobisch, se terminaron por ir.

Aunque es inequívocamente radical -ha desdeñado el atajo fácil de afiliarse al MPN-, Quiroga vive en cierta medida ese destino como una cruz. Conoce muy bien a sus correligionarios y sabe que está irremediablemente condenado a construir su proyecto con ellos. No ignora, en fin, que para acceder al poder en la provincia necesita tiempo. Tiempo para formar el pequeño ejército de cuadros necesario para gobernar; tiempo para tejer una política de alianzas sólida en lo electoral. Y eso, también sabe, no podrá materializarse antes de dos períodos en la intendencia. Con mucha suerte y viento a favor.

De manera que lo que en realidad le preocupa a Quiroga es verse obligado por las circunstancias a tener que sacar los ravioles crudos del agua. Esto es, que la temprana evaporación de la Alianza y lo que él considera la inconsistencia del Frepaso y de su jefe, Oscar Massei, lleven a esa coalición a una derrota electoral que lo coloque en el papel de único candidato posible a gobernador para el 2003, cuando todavía no habría acumulado suficiente masa crítica y podría ser fácil presa de Sobisch.

Por eso, y porque ya se sabe que feas son las pastas crudas, la creciente anemia del Frepaso coloca a Quiroga ante un dilema. Si la coalición con la que ha llegado hasta aquí no es capaz de la solidez necesaria. La alternativa es cortar los lazos y profundizar los acuerdos con el sobischismo. Una nueva alianza lo colocaría en una situación de mayor dependencia, pero gozaría del tiempo necesario para engordar su proyecto en relativa paz.

De más está recordar que en su entorno hay muchos radicales que apuraron la alianza con el Frepaso como un ricino sólo endulzado por la promesa de algún cargo o, acaso, la posibilidad de algún negocio. Son los que ahora, en nada asombroso paralelismo con lo que se cocina a nivel nacional, le soplan al oído para que se sume a la comparsa provincial.


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