Otra visión del buceo junto a ballenas

Es inocuo para el director del Instituto Argentino de Buceo, Tito Rodríguez.

En un duro cuestionamiento a la nota publicada por el matutino «Clarín», donde se denunciaba el buceo ilegal junto a las ballenas de la península Valdés, el director del Instituto Argentino de Buceo, Tito Rodríguez, desestimó de plano el supuesto daño a los animales que tal práctica provocaría.

El buzo, en una extensa carta distribuida por «mail» a numerosos medios periodísticos, va más lejos al acusar a las empresas operadoras de los avistajes de ballenas de defender su lucrativo negocio y a la Fundación Patagonia Natural de luchar «para crear leyes que sirven para mantener a esta entidad y a sus miembros en el circo del poder de la Península».

Rodríguez alude a su experiencia con los cetáceos indicando que «es muy normal ver cómo, al acercarnos con un snorkel por superficie, la ballena franca se mete debajo nuestro y sale con mucha suavidad mientras que el buzo, asombrado, se ve acostado sobre el lomo de la ballena tal como se puede ver en la tapa del diario «Clarín» del 21 de noviembre de 2000. Este es un juego de ballenas -prosigue-, no de buzos. Ahora -se pregunta- si este juego le hiciera mal al animal ¿elegiría jugarlo? ¿Por qué no se aleja de los buzos si con sólo un coletazo aparecería, sin mayores esfuerzos, a cien metros de distancia? (…) Muy sencillo: la ballena nada hacia el buzo. La ballena busca su contacto».

El dirigente del IAB no desmiente en ningún momento la veracidad de las expediciones de buceo junto a las ballenas, jugosamente comercializadas por casi 5.000 dólares por persona en los EE.UU., sino que apunta directamente a la ley provincial chubutense que prohíbe expresamente esa práctica. En la línea de sus razonamientos, Rodríguez afirma que el avistaje de ballenas desde embarcaciones, que gozan de un «permiso especial», es mucho más dañino que los buceos. Y ejemplifica: «Ellos se mueven en lanchas ultraveloces, dotadas con motores de 250 caballos que normalmente despiden aceite al agua y producen polución sónica. Las ballenas no pueden optar, en este caso sobre el contacto, ya que no pueden escapar de las lanchas, ni de los veinte turistas que llevan a bordo y que gritan frenéticamente, ni del aceite, ni del ruido».

Y culmina: «…ahora se rasgan las vestiduras porque un buzo acarició una ballena. Tal vez entre tanta locura de muerte, este fue el único mensaje de paz que los seres humanos le dimos a este animal».


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