Paciencia y constancia para emerger del abismo
La inmigración africana del “boom” sojero.
Martín Herr
Claudio Ravini
cravini_2002@yahoo.com.ar
BUENOS AIRES (ABA).- Hambre, violencia política, brujería… son factores que desataron emigraciones desde tiempos inmemoriales. ¿Pero qué pasa cuando todo recae sobre una misma persona? Fue el caso de David Dogas Bangoura, uno entre miles.
Tenía 17 años David en 2004 cuando en el Port Autonome de Conakry, la capital de su país Guinea, junto a tres amigos (Abduay, Cámara y Lamine) se subieron a un barco carguero vietnamita donde viajaron escondidos sobre la hélice –entre el timón y el casco–. Con un par de bolsas con harina de mandioca y dos bidones de agua.
Pero en la travesía, desesperados, tuvieron que golpear el techo: Abduay, se estaba muriendo, tomaban agua de mar, ya no había comida.
A veinte días de la partida bajaron en el puerto de San Lorenzo, Santa Fe, habían llegado a un país que desconocían. “Nos dijeron que estábamos en la Argentina. ¡Nos pusimos tan contentos!, en el país de Maradona. Empezamos a cantar y a bailar”, memora David y le brillan los ojos.
No era el primer intento de nuestro interlocutor para huir en busca de un destino. Hubo tres ensayos previos, el primero a los 14 años –acompañado de otros niños– en un buque chino que llevaba minerales de Guinea a Venezuela, donde los hallaron y les arrojaron agua envenenada; los chicos se tiraron, los creían muertos (los encargados de esos barcos muchas veces tratan de eliminar a quienes viajan como polizones). Los deportaron, pero David obcecado volvería a reincidir: Londres, Ucrania, Siberia, Egipto fueron otros sitios de los que fue devuelto a su tierra de origen. El peligro estaba al asecho.
La llegada de ciudadanos africanos a nuestras costas pasó a ser habitual a partir del boom sojero. Los buques procedentes de oriente que descargan arroz en Guinea para levantar soja en la costa argentina comenzaron a multiplicarse.
El primer viaje clandestino fue en septiembre de 2001. Su protagonista fue Mohmed Baldé quien a los 8 años cuando iba a su escuela en Liberia vio que empezaron a caer misiles, se dirigió a la estación de servicio donde trabajaba su padre, pero estaba destruida, cayó en un campo de refugiados hasta que tiempo después escapó al puerto de Guinea desde donde viajó como polizón junto a Badi.
Dos días antes de llegar a Rosario, Badi murió de hambre tras 25 días sin comer. A Baldé lo rescató un pescador y lo adoptó una mujer, Adelina del Carmen (Bangoura en su disco dedica un tema, “Donka Fele”, a narrar ese episodio).
–¿Cómo se hace para resistir semejantes situaciones, para dominar el miedo?
–Uno canta, recurre a relatos, le pide a Dios que nos ayude con la bendición de nuestras familias, piensa en un objetivo –responde David.
–¿Sos creyente, la fe te ayudó?
–El Corán me enseñó mucho, pero yo siento respeto por todas las religiones y tengo mi propia conciencia.
–¿Qué te llevó a irte de tu país?
–El sistema político fue una de las causas, había dictadura, mi madre estaba mal con el gobierno lo que me complicaba para continuar estudiando, luego se desató una guerra civil. La pobreza en África mucho tiene que ver con los gobiernos que se “morfan” todo –dice aplicando un argentinismo–. Hay riquezas minerales de sobra, más de 300 textiles cerradas, pero si no trabajas para el estado cuesta mucho sobrevivir.
–De niño querías incurrir en la música, ¿cómo reaccionaron en tu casa?
–Soy una mezcla de dos etnias (soussou y pularh), una de las ramas, la de mi abuela, no estaba tan de acuerdo con que me dedicara a cantar.
–¿Cuál fue tu reacción frente a la brujería?
–En África es muy común, cuando era niño no creía pero sentía el peso de esa tradición, es algo que te come espiritualmente. Te hacen pensar que observan cosas que los demás no ven. Hay tribus en la que muchos jóvenes se pierden, me dije tengo que salir de esto.
–¿Qué ocurrió con los amigos que vinieron contigo en aquel viaje que concluyó en San Lorenzo?
–Cámara (que hacía beat boxing, una expresión del hip-hop) desde que llegamos no se pudo recuperar, está como perdido. Lamine se fue a San Pablo y Abdulay canta en banda de reggae en Rosario.
–¿Con qué realidad te encontraste en la Argentina?
–Al principio me costó. Hay gente con mucha onda que me ayudó (menciona varios nombres), otra no tanto: cuesta mucho que te alquilen una pieza. Piensan un negro, no da el perfil. En Rosario empecé vendiendo en la calle, trabajando con mi amigo Martín en pintura, armado de autos. En la casa adonde iba a estudiar español, un día Claudia (secretaria) me comunica que querían hablar conmigo. Conocí a Virginia (productora), le comenté de mis ganas de estudiar, que cantaba rap y ella me comunicó que Rubén (Plataneo), director de cine, quería hacer una película. Dije buenísimo, encima me ayudaba a grabar el disco.
–Contabas que estabas buscando un país: ¿sentís que con la Argentina lo hallaste?
–Claro que sí, viajé a tantos lados y siempre me rechazaron, sólo me aceptaron aquí. Además de Guinea mi país es la Argentina.
–¿Cuáles son tus gustos musicales?
–Resistencia Suburbana, Charly García, Andrés Calamaro, los marfileños Tiken Jah Fakoly y Alfa Blondy, el sudafricano Lucky Dube (asesinado en un robo).
–¿Qué temas te inspiran?
–Lo que veo y pienso sobre la naturaleza, las creencias, lo que ocurre con los gobiernos, las charlas de la gente.
–El filme sobre tu vida comienza con una frase de Le Clezio: “Qué hombre se es cuando se ha vivido algo así”. ¿Cuál es tu fórmula para salir adelante?
–Paciencia, a cierta edad uno puede perderla; pero con paciencia se pueden alcanzar algunos deseos teniendo claro que no todos se pueden cumplir. Hay que tratar de llevar contento la vida.
David, que parece ha dejado sus rastas en Rosario, ayudado por sus productores está tratando de traer a su mamá por estos lares. Cuenta que cada vez que llamaba a su tío (que trabaja en un banco en África) para saber de ella, recibía como respuesta: “¿Por qué te has ido?”. Y terminaban “a las puteadas”, sonríe.
Sus dos hermanas y un hermano viven en Guinea y su padre, médico, en Polonia, donde obtuvo una beca. Una familia que Black Doh (nombre artístico de David) con su música trata de rearmar.
Ahora vive en Buenos Aires, piensa estudiar periodismo o ciencias políticas. En tanto, convoca alumnos para enseñarles francés.
“Estoy atrapado en extrañarte”, dice una canción de David pensando en su madre.
“Nos dijeron que estábamos en Argentina. ¡Nos pusimos tan contentos, el país de Maradona!”.
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