PALIMPSESTO: Más Boom

Repasamos en la columna anterior algunas características de ese singular fenómeno literario hispanoamericano denominado «boom»; fenómeno que coincide con la aparición de un grupo de narradores muy importantes, unido a la publicación de una serie de novelas de indudable calidad que hicieron que la narrativa en español escrita en este continente tuviera una dimensión casi planetaria.

Si el «boom» fue vilipendiado por muchos, también es cierto que por algunos años favoreció el conocimiento en toda América de las literaturas nacionales, que tienen una larga tradición de ignorancia mutua.

Muchos testimonios de comienzo de la década del sesenta, señalan el vasto y mutuo desconocimiento que los integrantes del campo literario y aún más, el público, tenían de la literatura escrita en los diferentes países.

Pocos sabían de Juan Rulfo fuera de México, a Borges lo conocían en Francia, en Estados Unidos y en algunos sitios de Argentina, el cubano Alejo Carpentier gozaba de cierta fama en París, pero contados lectores en Buenos Aires, Santiago o Caracas; así podríamos seguir enumerando, pero rescato otras dos figuras también desconocidas en los demás países o incluso en los propios, Juan Carlos Onetti y José María Arguedas.

Son estos autores quienes comienzan a circular entre los jóvenes escritores gracias a los amigos, a los conocidos, al boca a boca. Son estos autores los que después serán llamados por la crítica «precursores del boom». En realidad todos tienen en común una nueva estética que da por tierra el regionalismo y el costumbrismo que habían caracterizado por décadas a la novela latinoamericana.

El desconocimiento que los propios escritores tenían del resto de sus pares continentales es hoy impensable, por ejemplo, José Donoso pudo leer «La ciudad y los perros» dos años después de su publicación y porque un conocido se la envió desde Perú. Era imposible conseguir para un argentino, un boliviano las obras de García Márquez, antes del «boom».

Durante el periodo de mayor apogeo del «boom», la literatura latinoamericana tuvo una circulación transnacional que posibilitó el conocimiento recíproco y el ingreso de diferentes públicos que veían en esa narrativa ciertas notas comunes de reivindicación y proyecto continental muy asociadas con un contexto sociopolítico emancipador.

Cuarenta años después y pese a todos los adelantos tecnológicos, las literaturas nacionales vuelven a estar enclaustradas. Aislamiento que no es casual para quienes tuvimos que atravesar los tenebrosos setenta y ochenta en muchos países de América Latina.

Pero volvamos a otra nota característica del «boom»: Barcelona. Esta ciudad fue el centro difusor de este fenómeno. Carlos Barral es uno de los míticos nombres en la edición, otro nombre es Carmen Balcells, representante de casi todos los escritores del «boom», también contribuyó la prensa especializada y sus polémicas y por cierto, la industria editorial que vio en este hecho cultural un gran filón comercial.

Vivían en Barcelona a fines de los sesenta, García Márquez, Vargas Llosa, Donoso e innumerables escritores pasaban por allí con el afán de publicar la novela que les diera fama mundial.

No deja de ser paradójico que el mayor movimiento de autoconocimiento e internacionalización de nuestras literaturas haya tenido su centro difusor fuera del continente.

 

Néstor Tkaczek

ntkaczek@hotmail.com


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