Palimpsesto: Mujeres y cartas

Las mujeres hacen su entrada a la historia de las letras de la modernidad en el Renacimiento y esa entrada es a través de las cartas.

Es cierto que en la antigüedad griega, -ya que la mujer en el mundo romano no tiene casi participación en la cultura letrada-, podemos destacar a Safo, que en su época tenía justa fama; Platón, la llama «la décima musa».

También, menos conocida por culpa de circunstancias ajenas a su talento, tenemos a Hipatia, filósofa y matemática pagana célebre por su sabiduría que fue arrancada de su casa, lapidada y por si fuera poco, quemado su cuerpo en una plaza pública; todo esto en nombre de la fe cristiana.

Después sigue un vasto silencio de siglos que cubre algunas tenues voces femeniles.

Ya en la Edad Media, los conventos con su espacio para la escritura y la lectura comienzan a ser las campanillas que despiertan el alma femenina para la literatura.

Ese recomenzar es tímido aún y estaba sometido a la constante vigilancia de sus superiores varones.

El talento, la creatividad, la voluntad severa de hacer de la creación literaria el sentido de la vida siendo mujer y monja, lo pagó muy caro sor Juana Inés de la Cruz ya en tiempos bastante alejados de la época medieval.

Quienes conocen la historia de amor de Abelardo y Eloísa saben que el renombre del primero se debe a su labor filosófica, sin embargo sus pergaminos no han logrado opacar la figura de su compañera gracias a las cartas que ella le dirigía siendo abadesa de un convento.

Sus cartas son el testimonio de un amor apasionado que ni el tiempo ni las circunstancias consiguen borrar.

Las cartas de ambos serán el símbolo de una lucha entre la amante que sigue fiel al amado y Abelardo que quiere transformar ese amor humano en amor divino.

«Aquellas voluptuosidades de amantes que hemos disfrutado juntos han sido para mí tan dulces que no puedo recordarlas sin pena. Me vuelva hacia donde me vuelva, ellas se imponen siempre a mi vista; ellas y sus deseos…Yo, que debería lamentarme por lo que hecho, suspiro ante lo que he perdido». Las cartas de Eloísa son los primeros testimonios ya modernos del amor hecho escritura.

Hay otra historia no tan popular que refiere que Madame de Sevigné escribe a su hija recién casada que vive en la Provenza una serie de cartas en las que hace patente el amor de madre por su hija, pero además Madame de Sevigné se preocupa por relatarle las grandezas y bajezas de la corte, las anécdotas más jugosas, el sabroso chusmerío; todo esto escrito con la intención de agradar y de contar en la forma más vívida y divertida posible.

Las cartas de Sevigné se comienzan a publicar en 1725 y tienen un éxito tal que su autora se encuentra casi sin pensarlo, con la gloria literaria.

Los ejemplos se suceden y la carta como vehículo de expresión literaria se afianza en el público.

Néstor Tkaczek

ntkaczek@hotmail.com


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