Para las madres presas lo peor no son las rejas

Dos internas de la alcaidía de Bariloche aceptaron conversar sobre su vida en la prisión. La inactividad y las carencias dominan todo, pero ellas sangran más por lo que sufren sus hijos.

SAN CARLOS DE BARILOCHE – Hace un siglo y medio la penalista gallega Concepción Arenal abogaba por transformar las prisiones («escuelas normales de perversión») en lugares de rehabilitación. Ante las manifestaciones del progreso decía que sólo las cárceles estaban igual: «antros cavernosos de maldad, propios para matar los buenos sentimientos y dar cabida a monstruos», y agregaba que el objeto de la pena «ha de ser necesariamente correccional y contribuir a la realización de la justicia».

La Alcaidía de Bariloche no escapa a la generalidad de lo que ocurre en otras cárceles, con una poco saludable mezcla de condenados, procesados, autoaislados, violentos y sometidos e internos con autodisciplina.

La suerte de los 90 hombres es compartida, quizá con mayores restricciones, por las dos únicas internas mujeres.

Rossana Zúñiga y Margot Laciar están en prisión por primera vez en sus vidas y el tiempo se les hace eterno.

Pasan el día sentadas, acostadas, «tejiendo para nuestros hijos que vienen vestidos peor que nosotros» y mirando televisión. Participan de los cultos y las misas que comparten con los internos varones «siempre que aparte de ellos haya mujeres de la Pastoral Carcelaria». Los períodos de recreo los pasan en un corredor al aire libre que les permite el contacto con el sol y les están acondicionando su celda con duchas, sanitarios y agua caliente.

Rossana insiste en que su condena fue injusta y aceptaría que la hubieran condenado por «lesiones». Margot afirma que es inocente del delito de estafa que se le imputa y reclama que su causa llegue a juicio lo antes posible.

Lo que más les duele a ambas es estar sin sus hijos. Quieren que les den el beneficio de trabajar en algo, «aunque sea en la cocina o con elementos para coser y poder ayudar a nuestras familias».

Dicen que pueden armar cajas para las chocolaterías, coser o bordar y «que no se quieren morir en la cárcel». Reclaman que se les hagan chequeos médicos periódicos «porque Laura tuvo desmayos y Rossana tiene hemorragias debido a la presión arterial».

Las ayudan a sobrellevar su cautiverio los miembros de la Pastoral y la señora Laurenti de la APDH. Quieren que la comunidad les encargue algún trabajo, sobre todo de aquellos que requieren de tiempo y paciencia, como es el armado de cajas.

Rossana Zúñiga tiene 24 años y fue condenada a 8 años por tortura y robo calificado. Es la primer mujer en la Argentina que debió enfrentar esa calificación, generalmente reservada a los miembros de las fuerzas armadas y de seguridad. Tiene tres hijos de 2, 4 y 6 años, está separada y trata de terminar el secundario en prisión. Se desespera porque lleva un año y medio detenida, ve a sus hijos a lo sumo una vez por mes y se está perdiendo su niñez.

Margot Laciar tiene 23 años y una condena anterior, y está procesada y detenida desde hace casi 5 meses. Se le imputa hurto y estafa. También tiene tres hijos de 2, 4 y 6 años. Abandonó el secundario y quiere reiniciar los estudios cuando quede libre «y mientras tanto hacer algo, porque en vez de salir mejor vamos a salir locas de acá por estar todo el día encerradas sin hacer nada». Puede ver a sus hijos «cada dos meses más o menos porque están en Bahía Blanca con mi mamá y el viaje se lo tienen que pagar ellos».

Las dos tienen una historia personal ingrata, con padres separados y abandono que las signó desde la niñez.

Lo más triste es ver sufrir a los hijos

La familia de Rossana vive en El Bolsón y las visitas que recibe son espaciadas: «a veces mi mamá trae a los nenes, pero cuando se van están peor de lo que vinieron; se van muy tristes. Cuando caí presa mi nena tenía 6 meses y el 26 de setiembre cumple dos añitos. Me perdí toda su niñez y la vi caminar acá adentro. Estoy condenada a 8 años y en ese tiempo pierdo a mis hijos. La bebé no me conoce; me dice mamá porque le dijeron, pero viene muy poco. El del medio se enfermó y no quería venir. Mi mamá dice que hay noches que no duerme porque quiere verme. Tratan de convencerlo diciéndole mañana vamos, pero no tienen trabajo ni plata para viajar más seguido. Hablé para que la justicia me ayude con los pasajes, pero no conseguí nada. Es una condena paralela también para la familia. Como madres nos duele ver mal a nuestros hijos. No tenemos talleres ni máquina de coser para hacer trabajos, pero podríamos hacer alguna tarea para afuera. Ahora estoy pidiendo una rebaja de pena al gobernador».

Serafín Santos


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