Para los amantes de la variedad

Dos espectáculos destacan variedad y muchas veces calidad. En el Maipo Ana María Stekelman presentó su show "Lentejuelas-Gershwintango" después de ajustarlo durante meses, mientras que en el San Martín se mostró el último programa del Ballet Contemporáneo con obras propias y de

Nada mejor que el ámbito del teatro Maipo para que Ana María Stekelman presente en tiempo de show su espectáculo «Lentejuelas», sobre el que había hecho ya algunas consideraciones a este diario mientras lo preparaba. Tal vez este planteo de la coreógrafa sirva para demostrar lo que debe ser un planteo brillante en una sucesión de cuadros donde el vestuario, la luz y el color juegan papel notable, sin estridencias ni excesos. Con total sentido de libertad y creatividad. Se trata de una deslumbrante serie de imágenes donde le fascinante mundo sonoro de Gershwin convive con total frescura con los tangos de la «Guardia Vieja» con una fluidez y falta de prejuicio impactantes, algo que esta maestra de le fusión en danza nos tiene acostumbrados con su compañía Tangokinesis, esta vez en coproducción con el Complejo Teatral de Buenos Aires y la Fundación Julio Bocca.

La Stekelman parece partir de una sutil línea de pensamiento, por ejemplo el sonido conjugado de dos copas plateadas de la bailarina, una suerte de gong que preanuncia una amalgama de posibilidades infinitas con sólo seguir la música, tanto de Gershwin como la del tango, una comunión feliz que también se sirve del deporte, admirado recurso de la coreógrafa, desde el florete, hasta el golf o la pelota, que también sirven a los bailarines para establecer una comunicación sin fronteras para el movimiento. El tema del amor, de lo masculino y femenino, el mismo travestismo en juegos de humor como los desnudos, apuestan a momentos encantadores donde el sentido fotográfico también llega a congelar imágenes ,actitudes, como si los afiches de una época revivieran y volvieran a su quietud.

Desde «Sumertime» hasta «Niño bien» o «The man I love», la secuencia musical parece salir de una inspiradora galera que genera un mágico movimiento, una diversión que no está carente de nostalgia.

Stekelman dispone de una vibrante batería de ideas que plasma como una pintora de situaciones, una generadora de improvisadas pinceladas, una irónica de aquí y de allá de culturas y formas que se encuentran.. La decena de bailarines de la compañía siguen estas sugestiones al pie de la letra, como hijos de una madre que los educó en libertad y sin prejuicios; conocen, bailan y disfrutan la propuesta. El vestuario de Jorge Ferrari una paleta de colores estridentes, tampoco es renuente a la audacia y la fuerza que otorga a la visión del conjunto, ayudado por la luz que sugiere cada escena, cada movimiento y los tiñe de magia. Todo funciona con sensualidad, encanto y humor, todo se compagina en función de la más intensa alegría.

En el San Martín el Ballet Contemporáneo presentó su último programa de la temporada con resultados dispares. El primer ballet es obra del coreógrafo Marc Ribaud, actual director artístico de la Opera de Niza y ex bailarín, y se basó sobre el famoso «Bolero» de Ravel.

Según se señala, Ribaud cita aquí otras versiones coreográficas de la partitura que Maurice Ravel escribió en l928, una mezcla de manera lúdica, respeto e irreverencia. Los movimientos plásticos de las seis parejas de bailarines acercan a esta clásica y popular pieza hacia un sentido tribal, ritualista. Eso es entendible en la visión de la propuesta, pero el «Bolero» es una pieza que no por tan conocida es menos interesante. Su notable crescendo requiere de una dinámica que al final resulta de impacto orgiástico.

Esto no lo logró este coreógrafo en totalidad, hay como una rutina sin destaques notables en las figura que realizan los bailarines. El sentido tribal juega en un tiempo monótono y no en creciente fuerza y se pierde intensidad, dejando un sabor a que «falta ímpetu y mayor creatividad en pasos y figuras».

El segundo ballet fue «Looking Through Glass», una inspiración del director del cuerpo de baile, Mauricio Wainrot, sobre música de Philip Glass, el notable compositor contemporáneo. Wainrot lo había hecho para el Royal Ballet de Flandes y ya había sido estrenado en el San Martín. Pero es una obra tan deliciosa que uno podría verla cientos de veces. Se constituyó en el punto más alto de la presentación, gracias al notable manejo coreográfico que puntualizó la evanescente atmósfera de la música, dueña de fuerza y lirismo fantásticos, con bailarines que parecían vibrar con cada nota, cada melodía, cuerpos de un pentagrama de sensaciones que Wainrot, una vez más, supo conjugar con maestría.

Cerró este programa «Stetl» de Richard Wherlock, un inglés que es director y coreógrafo del Ballet de Basel, del teatro de Basilea, Suiza, quien también incursionó con obras para el cine y televisión. La clave de la obra presentada se basa en el descubrimiento de la música Klezmer, que resume una cantidad de emociones, alegría, desesperanza, nostalgia y también esperanza.

Casi inmigrantes de la vida, víctimas de encuentros y desencuentros, la compañía parece agruparse como viajeros con valijas de sentires, a la espera de un porvenir alternando alegrías y tristezas que se perfilan en lirismo y fuerza de pasos y figuras. Apariencia de gueto o refugio que se comparte en procura de esperanza. Una obra un tanto densa en su mensaje, en su clima y en esa nostalgia de travesías. Interesante, pero no para cerrar un espectáculo. Bailada, como todas las obras del programa, por una compañía que ha llegado a funcionar con el más grande nivel y ductilidad que se puede.

Julio Pagani


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