«Para mí, Carrasco era sólo un número»

El ex subteniente Ignacio Canevaro, condenado por el crimen del soldado Carrasco, espera el momento de salir en libertad, beneficiado por la ley del dos por uno. Cómo imagina su futuro. Su vida en la cárcel. La carrera que eligió: abogacía, más por no tener mejor opción que por vocación, ya que hubiese preferido ingeniería. Su recuerdo del soldado asesinado.

BUENOS AIRES (ABA)- Atiende el teléfono. «¡Hola maaa!». Parece tranquilo, tal vez hasta un poco feliz. «Ah… un periodista». No tiene ya aquel dejo de soberbia que lo hizo tan famoso. Está, dice, más maduro. Sin embargo, si pudiese volver a empezar, elegiría de nuevo la carrera militar. «No me arrepiento de nada», asegura. Y repite por enésima vez: «Yo soy inocente».

Lo mudaron al nuevo penal de Ezeiza a finales de agosto. Su madre cree que es un milagro; él, en cambio, dejó de creer en los milagros. Pero allí está mejor. Tiene una casita, que comparte con otros nueve internos; trabaja, estudia para rendir las últimas materias de derecho, recibe a su novia.

-¿Cómo es un día suyo en la cárcel?

-Me despierto a eso de las 7.30, desayuno, y antes de las 8.30 ya estoy activo. Estoy en la División Trabajo, que vendría a ser algo así como la oficina de personal del Penal. Acá somos dos internos, que sabemos computación y manejamos los programas. Hicimos todo nosotros: planillas de cálculos, base de datos. Bueno… ahí me quedo hasta las 13.30, más o menos. Los horarios no son rígidos. A la tarde es optativo. Algunos trabajan, yo aprovecho para estudiar y recibir visitas.

-¿Recibe gente siempre?

-No, en la semana sólo pueden venir visitas extraordinarias. Viene mi familia, sobre todo. Las visitas comunes sólo entran los fines de semana.

-¿Cómo está su familia, a seis años de la condena?

– Está entera. Es una familia fuerte, y grande. Mis viejos vienen muy seguido. Viven a medias. Un mes en Buenos Aires y otro en Alta Gracia, donde tienen la casa. Cuando están allá, hablamos todos los días… Y mis hermanos me visitan mucho.

– Dicen que está de novio.

– Sí, se llama Cecilia. Este año se recibe de periodista… Me visita a diario. Su apoyo es fundamental. Y va más allá de lo que una novia común y corriente puede hacer por su novio. Ella se extralimita. Estoy tremendamente agradecido.

-¿No teme generar una deuda demasiado grande con ella?

– No, no me da miedo. Es más, quiero salir para estar con ella. Hablamos mucho del futuro…

-¿Se van a casar?

– No sé… de eso prefiero no hablar. Pero es una relación seria y formal. Viene acá, caminamos, hablamos mucho.

De militar a abogado

– Usted está estudiando derecho…

– Así es. Si Dios quiere, a fines del 2001 me recibo. Me quedan seis materias para el año próximo. Desde que me mudaron al penal de Ezeiza, el estudio se complicó un poco, porque en Caseros había un centro de estudios. Acá no, así que no vienen los profesores y tengo que dar los exámenes libres. Pero los profes son buena gente, con mucha vocación, y me ayudan desde afuera.

-¿Eligió Derecho para entender mejor su caso? ¿Quiere defenderse mejor?

-A decir verdad, elegí abogacía porque no tenía otra opción. Cuando entré a la cárcel me propuse estudiar, y las únicas opciones eran Derecho y Sociología. A mí me hubiese gustado estudiar Ingeniería, las energías alternativas…

-¿Pero le gusta abogacía?

– De a poco me está empezando a gustar. Aunque a veces me imagino que va a ser terrible ejercer. Porque no me gustan las ambigüedades, y el derecho es ambiguo por naturaleza. Para el derecho, si buscás una teoría, el cielo puede ser hasta verde. Todo depende de la mitad de la biblioteca que uses para convalidarlo. Y para mí, las cosas son blanco o negro. En eso sigo teniendo un pensamiento militar. Mirá lo que pasa con los abogados y los jueces. Por ejemplo, yo sabía que si mi pedido del dos por uno caía en la sala primera o la tercera, salía. Si iba a la segunda o la cuarta, no… – Entonces, si pudiera retroceder diez años la historia, ¿volvería a estudiar para militar?

– Sin ninguna duda. Yo en 1993 estaba en la gloria. A mí me gustaba todo eso. Lo aseguro: Si me sacaba el Prode, igual seguía en el Ejercito.

– Pero es la fuerza que, según usted, complotó para culparlo de un crimen que no cometió…

– Una cosa es la institución, otra los hombres de la institución. Yo creo que viví en una etapa del Ejercito donde se necesitó una víctima. Desde ese punto de vista, el caso Carrasco fue sumamente exitoso. Si hasta terminó con el Servicio Militar Obligatorio, y ni un solo militar salió a protestar… Pero el costo lo pagué todo yo.

– ¿No se arrepiente de nada?

– De nada. Sólo de haber sido tan ignorante. No hubiese confiado tanto en Inteligencia militar y en la Justicia militar.

– Pero a la gente le quedó una imagen de soberbio. Daba esa imagen en el juicio…

– Caridi, mi abogado, me decía: tenés que estar serio en la sala. Pero hay que ponerse en mi lugar… Todo era muy difícil. Sólo tenía 23 años. Y me acusaban de un homicidio del que no sabía nada. Era terrible. Te da impotencia… Pero llegó un momento en que dije: se acabó, yo no fui. Digan lo que digan, no me voy a quebrar.

– Y adoptó un papel…

Imagine, con toda la idea del militar fresquita. Yo recién había terminado un curso de tropa en operaciones especiales, como en las películas, con tiros de verdad, granadas de verdad…

-¿Qué tipo de curso era?

-Un curso comando. Vos sos un preso, y te quieren sacar información estratégica. Te pegan, te torturan un poquito; todo está predispuesto para que vos largues datos. Y mirá, eran 60 oficiales. Sólo nos escapamos dos.

Un recuerdo borroso

-A seis años, ¿qué recuerda de Omar Carrasco?

– Nada, nada…

-¿Cómo nada?

– Tenés que hacerte una composición de lugar. Un día te llegan 70 tipos para hacer la instrucción, todos con problemas distintos. Hay un montón de nervios. En ese contexto, Carrasco era sólo un número, Carrasco no existía. ¿Sabés que era Carrasco para mí? Un apellido que no me tenía que faltar a la hora del almuerzo y a la hora de la cena… Te lo juro por mi vieja.

-¿No lo recuerda bien?

– No. Me decían que lo había cagado a pedo el domingo anterior, y yo no me acordaba. Era uno más. Pero eso era verdad, después me acordé. Y todos presuponen que vos tenés que acordarte porque ese día asesinaste, ese fue tu día cruz. Pero no fue así. Para mí ese era un día común, porque yo no asesiné a Carrasco.

Abogado 2001

– Para entonces va a estar saliendo con permisos de trabajo ¿Qué va a hacer?

Sí, eso espero. Una opción sería entrar en el estudio de mi abogado, que me ofreció un trabajo. Pero cuando salga también tengo que hacer la materia más larga, de ocho meses, que es la práctica profesional. Ya le pedí al Tribunal de Neuquén, donde fui juzgado, para que me den permisos de salidas a partir de marzo del 2001, para poder ir a hacer las prácticas a Tribunales.

– El permiso se lo tienen que dar los mismos jueces que usted no se cansa de acusar de incompetentes e injustos…

– (ríe) Y… sí. Me van a hacer las cosas imposibles, lo sé. Me van a dar mil vueltas, y supongo que me van a demorar el permiso y perderé un cuatrimestre. Pero tengo esperanzas, entre tantas malas, que una vez me den una buena…

Gonzalo Alvarez Guerrero

«Hasta Dios se equivocó»

-Usted es católico, ¿buscó auxilio en la religión?

-Le pedí muchas respuestas a Dios… Quería saber por qué me pasaba esto a mí. Me embolé, me peleé con Dios. Un día, un cura me dijo que a mí me había condenado la justicia de los hombres, no la divina… Pero mientras tanto tengo que pasar todo esto. Estaba recaliente con Dios, creía que merecía su intervención en mi caso. Pero nunca encontré las respuestas. Ahora estoy más tranquilo. Mi relación con Dios está en stand by. La verdad es que a Dios tampoco lo considero un amigo… En mi caso, hasta Dios se equivocó. Pero hoy, al menos, puedo convivir con Dios.

-¿Qué lo hizo cambiar de opinión?

– Cambié por mi vieja. Ella, ante la mínima cosa buena, le agradece a Dios. Cuando me trasladaron a Ezeiza decía que era un milagro. Yo le dije que no, que fue un premio por buena conducta, por estudiar, por colaborar. Pero a la vieja le sirvió mucho la religión para pasar esto. Y yo le decía: dejame de joder. Hasta que un día lloró. Entonces le prometí que me iba a tranquilizar con eso. Ahora, cada tanto rezo o busco algún apoyo espiritual.

«No me quebré, pero me doblé»

-¿Teme que, al salir de la cárcel, la sociedad lo siga condenando?

– No hay forma de dar vuelta la opinión de la gente. Canevaro hoy sigue siendo el milico soberbio que se reía durante el juicio, el milico chetito. Yo ya no espero dar vuelta esa imagen. Era una imagen falsa, construida. Pero eso ya está. No espero la redención social. Aunque, obviamente, voy a dar todos los pasos que sean necesarios para demostrar mi inocencia. Para mí, el caso no termina hasta que muera. Pero sé que acá en la Argentina no se puede ir contra la corriente, contra los intereses políticos y económicos. Yo no me quebré, pero me doblé. Ya no tengo el mismo ideal de Justicia. Antes quería encontrar a los culpables. Ahora ya no creo que se llegue a determinar quién mató a Carrasco; sólo quiero determinar mi inocencia.


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