Pecados
Los supuestos pagos de coimas en el Senado para sancionar la reforma laboral volvieron a salpicar a la clase política. El vicepresidente Alvarez dio relevancia a un panfleto anónimo, en medio de peleas en el gobierno y en la oposición. Un exponente de las FF. AA. que participaron en la represión aprovechó para atacar duramente a las autoridades.
Sólo el que está alegre y satisfecho consigo mismo puede dar. Y en la Argentina, la mayoría está triste y desilusionada por la falta de expectativas, aun cuando desde el gobierno se machaca con que la recesión ha llegado a su fin y se vienen tiempos de bonanza y reactivación económica.
Un ex funcionario menemista, que debería estar descalificado como moralista pues se enriqueció como embajador y secretario de Medios de la Presidencia y hoy figura como empleado del Senado sospechado de albergar ñoquis, señaló en un programa de televisión por cable que no hay que sentirse decepcionado por los pasos de la administración aliancista, ya que el presidente Fernando de la Rúa sólo prometió honestidad y transparencia. En eso no ha fallado, pontificó.
Pero más allá de los esfuerzos por trazar una raya que divida «la corrupción menemista» de la «cristalina gestión de radicales y frepasistas», se suceden episodios que ahondan la pérdida de credibilidad en la clase política, sin distinción de banderías.
A la hora de cobrar, la fila de anotados es larga. Y se hace en silencio, porque el pecado no está -se ufanan los pecadores- en la comisión de actos indebidos, sino en hacerlo con ruido.
Y a partir de la feroz interna desatada entre el jefe del SIDE, Fernando de Santibañes, un ortodoxo que abreva en el ultraliberalismo y le habla al oído a De la Rúa sobre la necesidad de reemplazar al «híbrido» ministro José Luis Machinea, y el vicepresidente Carlos «Chacho» Alvarez, un hombre que nació justicialista y pone el acento en la cuestión social, estallaron escándalos cruzados en distintas órbitas estatales.
El último que amenaza con entrar en vía muerta, a pesar de que se coincide en investigar y en proponer medidas ejemplificadoras, gira alrededor de los supuestos sobornos que desde el oficialismo se habrían hecho a senadores peronistas y radicales, para lograr la sanción de la reforma laboral.
La batería de declaraciones aturdió. Si todos son culpables, ninguno lo es. No hay nombres propios, salvo en un panfleto que circuló profusamente por el Congreso y algunos de cuyos párrafos fueron leídos incluso por «Chacho» Alvarez en la Comisión de Labor Parlamentaria.
El peronista Jorge Yoma amenazó con citar como «imputado» al presidente Fernando de la Rúa a la Comisión de Asuntos Constitucionales que, en principio, deliberará el próximo martes. La Oficina Anticorrupción intervino de oficio y los principales involucrados se negaron a comentar «ese panfleto injurioso».
Lo hecho, hecho está y lo previsible es que nada bueno se saque de esta riña. En medio de este bochorno, un contraalmirante retirado, titular del Centro de Oficiales de las Fuerzas Armadas, Alfredo Fernández, desenterró un lenguaje muy usual en las décadas en las que el Parlamento estaba clausurado, y con el que se daba sustento a los golpes de Estado. Dijo que la «anarquía» se está instalando en el país y que «nuestra querida patria corre riesgos de partición geográfica o disolución por la imposición de la rapiña con que nos acosan los intereses dominantes».
Es cierto que las cuestiones internas están malquistando a los socios de la alianza gobernante y encendiendo pasiones difíciles de contener entre los principales dirigentes del PJ que, poco a poco, se van agrupando en dos bandos: por un lado están los seguidores del tándem De la Sota-Carlos Menem; por el otro, los de Ruckauf-Duhalde.
Esta vez, los peronistas se encuentran frente a un ex compañero -«Chacho» Alvarez- que sabe con qué grado de agresividad se dirimen las cuestiones domésticas entre justicialistas. Ante la difusión de aspectos de su vida privada, que se conocieron después de la divulgación que hizo de una lista de más de 3.000 empleados en el Senado, el vicepresidente no trepidó en dar lectura al anónimo que mete a las principales figuras del sistema institucional en una misma bolsa.
Mientras se sucedían los golpes y se montaban operaciones para horadar la estabilidad del ministro Machinea, éste renegociaba con el Fondo Monetario Internacional, ante la certeza de que no se cumplirán las metas fiscales pautadas para este año.
«No soy nadie para cambiar un ministro», expresó De Santibañes, pero llamativamente economistas del establishment dieron aire a una movida que, si se concreta, será trascendente. Miguel Angel Broda, al plantear el lanzamiento de un shock de confianza, defendió la posibilidad de contar con un ministro que «entienda el funcionamiento del mundo global y capitalista y que tenga reputación suficiente para que las mismas medidas afecten mejor a las expectativas de inversión». Las miradas se dirigieron al titular de Defensa, Ricardo López Murphy.
Otro exponente empresario, Manuel Solanet, apuntó directamente a la falta de liderazgo político. La calificación de lento que ya se le atribuye al gobierno de De la Rúa, inevitablemente remonta al recuerdo de otro gobierno radical, el de Arturo Illia. La decencia de ambos está fuera de discusión. Las buenas intenciones no bastan. Hace falta dar esperanzas, evitar las zancadillas y no quedarse impávido ante las «colas» de desocupados ante distintas embajadas, en especial las de España e Italia.
Por si fuera poco, antes del feriado largo, el ex presidente Carlos Menem ofuscó a los mercados al volver a pedir la dolarización. En general, cosechó opiniones adversas. El gobernador Carlos Ruckauf le dijo que es infantil pensar que la Argentina logrará el mismo bienestar de Estados Unidos, por el solo hecho de adoptar su moneda. Las chances de que ello ocurra son prácticamente nulas en vísperas de la elección presidencial de noviembre en el hegemónico país del norte.
La noticia positiva del crecimiento de la producción fabril en julio también fue opacada por las dudas ejecutivas que se dan en todos los estamentos oficiales. El presidente de la Cámara de Diputados, el radical Rafael Pascual, debió suspender el recorte salarial del 12% a los empleados que le crearon un poco de batifondo. Un signo de debilidad y discriminatorio para el resto de los empleados públicos.
Los augurios de desastre expuestos por el cardenal Raúl Primatesta fueron relativizados por varios ministros, a los que se ve trabados y cinchando para lados distintos. Esos augurios quedan latentes. La molestia se agranda por la brecha que existe entre la voluntad de hacer y la acción misma que evidencian los gobernantes en un país auténticamente imprevisible. La herencia que dejó Menem es pesada, pero ya no sirve de única excusa para justificar las nubes oscuras que se ven en el horizonte.
Arnaldo Paganetti
Sólo el que está alegre y satisfecho consigo mismo puede dar. Y en la Argentina, la mayoría está triste y desilusionada por la falta de expectativas, aun cuando desde el gobierno se machaca con que la recesión ha llegado a su fin y se vienen tiempos de bonanza y reactivación económica.
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