“Pedir la pena de muerte es sadismo”

Cordobés, 75 años, Marcos Aguinis es autor de buenas novelas y ensayos polémicos. Se destacan “La Cruz invertida”, “La gesta del marrano” y “¡Ay Patria mía!”

Redacción

Por Redacción

entrevista: Marcos Aguinis, psiquiatra, escritor.

CARLOS TORRENGO

carlostorrengo@hotmail.com

– En Bariloche usted acaba de señalar –en la reunión del Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas- que en Argentina el poder, en todas sus expresiones, sigue empecinado en tensionar al país…

– Pero dije también que la sociedad se defiende cada vez más ante el poder…

– Sí, pero el poder no es ajeno a esa sociedad, viene de ahí. ¿No es toda esa trama la que está enferma?

– Sin duda, pero a cuenta de que al poder lo menos que se le debe reclamar es ejemplaridad… el poder tiene que ser una referencia en materia de decisiones reflexionadas, explicadas, ajenas a fragmentar. Máxime el poder político, que no es sólo el gobierno de turno sino todos los componentes que activan el sistema político, aunque el gobierno tenga más carga en materia de responsabilidad. Pero acá nada de esa referencia se puede establecer… Yo no voy a cargar las tintas arbitrariamente sobre la política, pero no es menos que la política sigue -vía su dirigencia- demorada en abandonar formas de relación, de expresión, de discurso concretamente, que sólo alientan más tensión. ¡Por supuesto que el kirchnerismo no tiene la más mínima intención de ejercer el poder democráticamente! Pero acá hay un todo que está muy enfermo, enfermo desde tiempos muy lejanos…

– ¿Sigue creyendo que muchos de nuestros problemas se remontan a la colonización?

– No en términos absolutamente excluyentes de otras causales… pero sí, creo que hay, entre aquel tiempo y mucho de nuestro presente, un hilo conductor en relación al poco respeto, o nulo en todo caso, que en muchas partes del continente siempre se le dio a la ley. Sin embargo, hay razones para creer que en el marco de la transición a la democracia, Argentina persiste en vivir divorciada de la ley, el resto de las naciones -por lo menos de esta parte de Latinoamérica- se maneja con más ajuste a lo normativo, a lo legal. Pero es Argentina la más enferma en esta materia. Esto está hoy muy bien expresado en que un gobierno nacional alienta, apuntala, da letra, lo respalda con acción directa, a un gobernador que resiste una decisión, nada menos ni nada más, que de la Corte Suprema de Justicia, una de las Cortes más prestigiada lograda en este país. ¡Es insólito!

– Pero lo insólito no necesariamente es grave, lo insólito en todo caso puede ser incluso creativo, positivo…

– Es cierto, hay que hablar de grave, de lo grave que es esta conducta del kirchnerismo.

– ¿Qué sucede con el manejo del poder en Argentina, no sólo el político, sino el poder que se ejerce en la relación cotidiana, como dice Sebreli: el poder de tener la camioneta más grande y cara?

– ¡Ah, qué tema! La respuesta se puede dar desde varios planos que de todas maneras son… relacionados, comunicantes, no se excluyen entre sí. Argentina es muy intolerante, le cuesta no excluir lo diferente, lo distinto. Vivimos de desprecio en desprecio a todo lo que no podemos tolerar por ser diferente, o desprecio por aquello que en todo caso no podemos someter. Aquí siempre costó mucho compartir espacios… no me refiero al espacio físico, sino al espacio como aceptación del otro con sus diferencias, al que hay que anular, al que hay que colocar en el terreno de la sospecha sobre su identidad, sus intenciones… y todo esto abreva en el proceso colonizador: se despreció al indígena, al negro… para los conservadores del ‘16, con Irigoyen llegó la “turba” al gobierno; en el ´45, el país no peronista habló de los peronistas en términos de “cabecitas negras”…

– Pero el desprecio en función de la política no es neutro, no hace sólo algo distinto…

– ¿En qué sentido lo dice?

– ¿En política, el desprecio es la puesta en acción de una ideología?

– Tiene mucho de ideología y de la cultura que emana de una ideología, claro. Y esto tiene que ver con la depredación que es tan común al argentino en relación a todo lo que lo rodea, a todo lo que de él o de ellos dependa.

– ¿Qué alcance le da al concepto de depredación?

– Mire, el populismo que define al kirchnerismo es una expresión de depredación de la política y sus posibilidades… Depreda o intenta hacerlo -por dictado de su cultura autoritaria- cuando estigmatiza, cuando agrede, cuando no debate, sólo habla desde su verdad… pero es cierto que la cultura de la depredación no nace con él, está en muchos planos de la vida nacional hasta en su relación con el medio ambiente, el espacio público. Y en esto hay algo que siempre es sostenido, forma parte basal de mucho de mi pensamiento sobre estas “esencias” que nos definen a los argentinos: la cultura del desprecio y la débil o nula cultura de aceptación de la ley… aquello de Hernán Cortes de que “se obedece pero no se acata”, bueno… estas dos culturas se retroalimentan y generan consecuencias cada vez más graves. Estamos criando a las nuevas generaciones en el marco de esta combinación terrible. Esta cuestión debería formar parte de un debate central, impostergable, que debe darse el país, su clase dirigente…

– Si uno lee prolijamente la historia argentina, en 160 años hubo cuatro debates sobre temas importantes: Sarmiento-Alberdi, Deodoro Roca-Lugones, Lisandro-cura Franceschi, que en todo caso fue un debate sobre teología; y ahora, hace tres años, la tormenta que desencadenó el cordobés Del Barco con su reflexión sobre la violencia de izquierda de los ´70, pero debate muy centrado en el ámbito académico. ¿Por qué el debate de ideas no es una cultura sólida entre la dirigencia, los intelectuales?

– Tiene que ver con sesgos de arrogancia, de soberbia, de estar instalado en una verdad única que no merece ser sometida a la lupa del debate..

– ¿Ahí no funciona también el miedo a tener que argumentar?

– ¡Por supuesto! El que no debate expresa, aunque no lo perciba, una cierta minusvalía que lo condiciona. No se expone porque corre riesgos. Lo fundacional de su pensamiento, las razones últimas que hacen a sus ideas, no pueden quedar al descubierto desde el lado de su escasa razón. Por eso, el que no debate apela al desdén del que piensa en términos diferentes, apela a la agresión.

– ¿Cómo ve al Parlamento en esta materia?

– Creo que ha recuperado significativamente su rol. Es un espacio donde a fuer de la oposición, hoy debate con rigor muchos temas nacionales. También es cierto que la gente busca más de la política y de una u otra forma, reclama…

– ¿Qué le reclama?

– Que la política le sirva…

– Hoy mucha gente pide la aplicación de la pena de muerte para frenar la inseguridad, pero el reclamo tiene, al menos desde lo discursivo, más pinta de aplicación de venganza. Usted siempre fue contario a la pena de muerte…

– Y lo sigo siendo; por principios y porque no disminuye, cosa muy probada, el delito. Pero en esto, en mi posición, valen muchos mis principios…

– En sus charlas con monseñor Laguna sostiene que de cara a la inseguridad, “la rabia y la demagogia” vuelven a propiciarla. ¿Por qué se la propicia sabiendo que no soluciona nada o a lo sumo “soluciona” requerimientos de venganza”?

– Le respondo desde aquella conversación con monseñor Laguna: se la propicia también por tendencias sádicas, tanto que seguramente si se estableciera la pena de muerte y las ejecuciones fueran públicas… bueno, iría gente a verlas…


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