Pedro llegó a la adultez sin haber dejado aún su infancia

Tiene 10 años y desde que murió el padre mantiene a su madre ciega.Este es sólo un ejemplo de los muchos casos parecidos.El Estado no brinda ningún tipo de asistencia especial a esos niños.

CHOELE CHOEL – Para el director de la escuela Nº 110, Humberto Gordon, Pedro o «Pedrito» como él lo llama, tiene 9 años, a pesar de que el niño se empeñe en decirle que ya cumplió los 10.

Pedro tiene el cabello rubio muy claro y unos grandes ojos verdes que a veces parecen atravesar las cosas que mira.

Hace algún tiempo su padre murió y su madre quedó ciega. No ocurrió todo en un solo día, sino que fueron una sucesión de hechos funestos que determinaron que Pedro se haya convertido en la persona con la responsabilidad de hacer todas las tareas hogareñas. Además asiste a la escuela.

Pedro -dijo el director- pasó abruptamente a convertirse en un adulto. En su corazón sigue siendo un niño, aunque el destino le haya robado la posibilidad de jugar y desentenderse del mundo de los «grandes».

Para él, como para varios de sus compañeros, ir al colegio es un alivio. Porque saben que de quedarse en sus casas, deben trabajar todo el día. Pedro se levanta muy temprano. A la mañana ordeña las vacas que les han quedado. Luego con un carro -en el que también va su madre- sale a vender la leche en Luis Beltrán, y con eso junta algunas monedas con las que sobreviven él y su mamá. El resto del día, cuando no está en la escuela hace todo lo de la casa.

Cerca del mediodía, el colectivo que pasa «allá en el asfalto» lo deja en el colegio donde llega, como el resto de sus compañeros, una hora antes de que empiece la clase para poder almorzar. Para muchos será la única comida que recibirán en la jornada.

En días como el pasado miércoles, luego de un feriado, las raciones para cada uno se aumentan. La cocinera y el director saben que después de un asueto, los chicos pueden devorar hasta tres platos de comida.

Pedro, que es hijo de inmigrantes rusos, tiene más hermanos pero ya son mayores y están desparramados por el mundo. «Tengo dos hermanos en Estados Unidos y una hermana en Bolivia», señaló.

El niño vive en un lugar llamado «La 20», que supo ser una chacra, ahora convertida en un pequeño caserío, a 9 km de Choele y a 7 km de Beltrán, que con el frío y la humedad, parece más triste, más vacío.

Allí la mayoría de los niños, después de terminada la escuela primaria, dejan de estudiar y se convierten en trabajadores en el mejor de los casos. Gordon señaló que desde los varios años que lleva como docente en el lugar, sólo 4 chicos han seguido la secundaria.

Pedro, con sus amigos no sólo comparte las horas del colegio, sino también en la chacra, el aprendizaje sobre las tareas en el campo. Es allí donde esos pequeños hombres socializan lo que aprenden y se convierten, sin saberlo, en transmisores de su cultura.

De los 60 chicos que asisten a la escuela Nº 110, al menos 25 trabajan. Otros números marcan que ellos están afuera de los cálculos burocráticos de las ayudas sociales, que muy pocas veces llegan hasta la escuela.

En el último control sanitario, hecho por personal del hospital zonal de Choele Choel, se determinó que 22 de ellos estaban bajos de peso y con síntomas de desnutrición.

El director dice que hasta esta cruda realidad sólo se asoman pocos. El resto parece preferir pasar por la ruta -que no está tan lejos- pero desde donde la escuela no se ve y esta realidad tampoco.

El miércoles fue un día especial, y Humberto Gordon, mostraba cierta alegría. Había recibido 20 pares de zapatillas del padrino del colegio –una empresa productora de extracto de tomate de Choele Choel–. Mientras las revisa y las va guardando en un armario, uno de los chicos se asoma por la puerta y grita: «…¿Y profe? ¿recibió las zapatillas?»

«Esta situación la viven otras escuelas rurales de la zona. La ayuda social no existe por parte del Estado, aunque la comida llega puntualmente, porque nos la manda el municipio de Choele Choel. Pero después, es todo de manga y de lo que pueden aportar los maestros».

Para muchos chicos trabajadores, ir a la escuela es casi un alivio

«Para muchos es un alivio venir a la escuela. Sobre todo para los treinta chicos rusos que asisten todos los días. Porque se levantan a las 4 de la mañana a trabajar, y después de la escuela, a laburar otra vez» subrayó Humberto Gordon.

De 60 chicos que asisten al colegio, una treintena son rusos. La diversión de los niños pasa por jugar al fútbol o juntarse con otros compañeros. «Lo único que tienen es una radio a pilas, y nada más» dijo.

«Su consuelo o diversión es los fines de semana ir a dar una vuelta a la plaza del centro de Luis Beltrán, que les queda más cerca» sostuvo.

Para muchos, el único objetivo es terminar la escuela primaria y volver a la chacra. «Nosotros los incentivamos para que sigan estudiando. Pero «¿cómo?» te dicen los padres. «Yo llegué en el 93 a esta escuela, y volví en el 97. Y de todos los que egresaron, que serán un poco más de 20 sólo cuatro pudieron seguir estudiando» agregó.

«Nosotros por lo menos queremos que terminen la primaria». Gordon admitió que el índice de deserción es bastante elevado sobre todo a principios de año, hasta abril cuando termina la última cosecha, y se agudiza nuevamente esta problemática en setiembre cuando comienzan las tareas culturales en las chacras. Con una sonrisa, el maestro dijo que un zapatero de Luis Beltrán, les está enseñando el oficio al menos a siete alumnos del colegio. «Y por lo menos van tener un oficio».

Pero en muchos casos la realidad voltea de un manotazo los sueños. «Algunas chicas se embarazan siendo aún adolescentes o los trabajos que hacen ponen en riesgo su integridad» explica el docente, aunque no quiere ahondar en detalles.

«Antes la Patagonia era el futuro de la nación. Y parecía que estaba todo bien, pero ahora esta realidad es similar a la que pasa en el noroeste del país u otros países del Tercer Mundo. Si ves los programas de estudio, están a la altura de los países del primer mundo pero no se pueden muchas veces aplicar, si los pibes vienen a comer o después tienen que trabajar» sentenció Gordon.

Temprano sacrificio

«Pedro comenzó las clases hace pocas semanas. Hasta no hace mucho estuvo en la cosecha de tomate y con el dinero que ahorró se compró una mochila, un cuaderno y algunos útiles» dice una de las docentes. Cuando llegó le dijo «no» a los elementos que le ofrecieron los maestros.

Pedro vive con su madre en una chacra llamada «La Veinte»; allí no hay tendido de luz eléctrica ni tampoco agua potable por cañerías. En el lugar hay una decena de pequeñas casas, todas muy parecidas.

Para lavar o hacer algunas tareas, las mujeres recurren a un pequeño canal donde corre un delgado hilo de agua.

Un tío de Pedro –que llega en ocasiones a ayudarlo– dice que se van a realizar las mejoras, que pronto habrá luz eléctrica y que también cambiarán el curso del canal.

Pedro también tiene hermanos mayores que se fueron hace tiempo a otros países con sus familias. Pero desde hace dos años, en la humilde casa sólo han quedado él y su mamá, que tiene alrededor de 60 años.

Ella y su marido llegaron hace varios años a la Argentina junto a una importante cantidad de inmigrantes rusos. Son cristianos ortodoxos y su credo está basado en el Antiguo Testamento. Por eso entre otras prescripciones religiosas, a veces pasan hasta siete semanas sin probar ningún tipo de carne y las mujeres, por ejemplo, no pueden usar métodos anticonceptivos.

En la escuela, donde la mitad de la matrícula son chicos de origen ruso, resaltan por sus cabelleras rubias y sus atuendos que también están vinculados con su religión.

Sergio Escalante


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