Pensamiento único, falsa conciencia y pensamiento cero
Por Francisco Tropeano
La falta de un discurso con un programa político, económico y social coherente, alternativo, comprensible y aceptable por las mayorías, permite que el modelo neoliberal reine y domine la conciencia y el pensamiento en el mundo, y se constituya en pensamiento único; relegando al hombre a una posición subalterna del capital, con un grado de alienación tal que pareciera que estamos en un túnel o laberinto sin salida, paralizando a las fuerzas motrices de la historia, a las que también se las da por destruidas.
La profunda crisis de una sociedad deshumanizada, con la alienación del trabajo, hace posible comprender la falta y deformada conciencia, resultado de las contradicciones de la vida colectiva real. Importantes pensadores se vienen ocupando de los temas vinculados con la conciencia colectiva, con la uniformidad del pensamiento -su estandarización en los análisis económicos sobre todo-, con la pérdida de las identidades, de culturas, de fronteras, de naciones y del mismo Estado; en una etapa del dominio mundial del capitalismo y algunos ideólogos reconocen como normal la exclusión social (y no solamente lo que muchos economistas del sistema denominan «desocupación técnica» sin ponerse de acuerdo en el porcentaje necesario) y por tanto, el destino fatal para miles de millones de seres humanos. Si entendemos las razones de por qué «la importancia material dominante de la sociedad es también la importancia dominante espiritual», podemos también entender que los intereses económicos dominantes de la sociedad deseen y se esfuercen en que nada cambie, que el credo colectivo no cambie. Conciben los intereses de sus propios fines como el interés común de toda la sociedad (ej. los mercados con libertad absoluta de circulación y especulación financiera) e invierten importantes sumas de dinero (poder) en uniformar socialmente las ideas, en aceptar a éstas como las más lógicas y racionales y en denostrar toda objeción, desde distintas posiciones, algunas más creíbles que otras o con «verdades a medias», como la peor mentira. Necesitan universalizar estas ideas (ej. el fin de la historia, adjudicando a fenómenos inevitables, naturales y universales sin explicación posible, como «la globalización» etc.). La forma más depurada y «racional» de esta uniformidad en los análisis de la realidad se ha dado en llamar «El pensamiento único» y creo que nació en Francia, se popularizó en medios académicos y políticos. Ha sido analizado críticamente desde su posición antropológica por el sociólogo Emmanuel Todd (La Ilusión Económica, Ed. Tauro 1999).
El pensamiento único, para este autor -que sigue la definición de Jean Francois Kahn- sería un conjunto de creencias económicas y sociales que lideran las elites del poder en los países desarrollados y que en todas partes del mundo (también en la Argentina) presentan rasgos comunes fundamentales. Con una cultura individualista se hace el mismo discurso, deificando al dinero con obsesiones financieras y monetarias, con propuestas que siempre apuntan a la supremacía del capital sobre el hombre; la defensa a ultranza de la acumulación privada (como garantía de inversiones productivas); con libre cambio que garantice la apertura más amplia de entrada y salida de mercancías y capitales; la disminución del gasto público como fin en sí mismo y el retraso estructural del consumo; con aceptación asistencialista de las desigualdades sociales por más crueles que ellas sean, como «paso previo» al bienestar futuro. Agregan un programa político de eliminación de fronteras, mencionan peyorativamente la soberanía nacional, apuntando a reducir al Estado a funciones de mero gendarme para garantizar el orden establecido. El «pensamiento único» sería universal, pero con características específicas en cada país. Sin duda se reproduce y sostiene por las fuerzas sociales del poder económico, por encima de la voluntad y de la conciencia colectiva a la que trata de destruir, falsear o mistificar. Todos los programas alternativos, sean económicos, sociales, políticos o institucionales, que se proponen a la opinión pública se vertebran sobre principios y bases comunes casi coincidentes (las diferencias son casi cosméticas) y hasta la misma historia de la humanidad llegaría «hasta aquí», se eternalizaría, sin cambio. Este bagaje ideológico del neoliberalismo se posiciona a partir de la dominación mundial del capitalismo en su ciclo evolutivo histórico de mundialización, con sus consecuencias más visibles: paro forzoso, desigualdades crecientes, inestabilidad y abandono de principios y conductas morales; pauperización y miseria para mayorías abrumadoras; concentración vertiginosa de la riqueza; estancamiento y crisis (aunque quieran ocultarlo) entre otras. Pienso cada día más en dos desenlaces históricos posibles: la lucha a muerte competitiva de los dos grandes bloques económicos -que «apresuran sus integraciones»-. La Unión Europea -con proyecciones al Este, al Oriente y Medio Oriente- y Estados Unidos y «su América» con Japón y, entre los dos, la incógnita del gran elefante asiático: China. Si el curso fuera esta lucha, las crisis mundiales predecibles futuras globales serían fatales para el setenta por ciento de la humanidad y se crearían condiciones de resistencia y lucha universales. Si el curso para dirimir la supremacía competitiva mundial fuera el clásico: la guerra (parcialmente las hay permanentemente), ésta sería atómica, con la autodestrucción del género humano. Si bien los ataques a la naturaleza ponen en peligro el futuro de la humanidad, la magnitud de la destrucción de la especie sólo la pueden lograr las armas nucleares. Creo, con visión optimista, que cuando el hombre ha logrado con la ciencia y la tecnología crear los medios para su propia destrucción como especie, comienza a tomar conciencia y a crear las condiciones sociales para el cambio y ese «momento histórico» está llegando. Por ello, no estoy de acuerdo con la deducción del sociólogo Emmanuel Todd cuando, en un salto conceptual de su análisis, afirma que hemos llegado al pensamiento cero y que hay que aceptar la evidencia: no hay nada en el pensamiento único, que es en realidad un no pensamiento o un pensamiento cero (op cit). Sostiene que este pensamiento cero se contenta con la inevitabilidad de lo que es o lo que será, celebrando activamente la pasividad. Para él, al destruirse la Nación y el Estado, no puede existir la comunidad humana; por definición, no es posible creación colectiva alguna, ya que al anular al grupo se anula al individuo.
Creo que el gran sociólogo francés se pierde con su antropologismo social, que separa al hombre de la sociedad y de la práctica social. El hombre concebido así en forma «abstracta» «en general», situado en primer plano con la «conciencia dominada» por el pensamiento único, acepta pacíficamente lo establecido como fatal e imposible de cambiar, convirtiéndose en pensamiento cero. No ve, no comprende que el hombre participa en las relaciones sociales que crea, aun inconscientemente, y por lo tanto de las leyes objetivas del desarrollo social de la humanidad, que son en realidad las que crean la persona humana. Al biologizar al hombre, Todd idealiza la historia y los fenómenos sociales, resultando éstos sólo dependientes de las cualidades naturales del individuo. Tanto el pensamiento único, que apasiona a los autores franceses, como el pensamiento cero de Todd y su «no conciencia» son en realidad expresiones que tratan de explicar la situación ideológica imperante en el mundo y las determinadas formas de la conciencia social que no pueden existir al margen de la sociedad; y estando ligada indisolublemente al lenguaje, fue y es un producto del desarrollo social que no puede detenerse. No puede desaparecer una formación social antes de que ella misma se haya desarrollado en todas sus posibilidades, pero sí debe aparecer y aparece cuando las condiciones han madurado para el cambio en el seno de ella misma. Por eso la humanidad se propone únicamente los objetivos que puede alcanzar. Este pensamiento marxista puede hacernos reflexionar sobre el momento histórico en el que vivimos.
La falta de un discurso con un programa político, económico y social coherente, alternativo, comprensible y aceptable por las mayorías, permite que el modelo neoliberal reine y domine la conciencia y el pensamiento en el mundo, y se constituya en pensamiento único; relegando al hombre a una posición subalterna del capital, con un grado de alienación tal que pareciera que estamos en un túnel o laberinto sin salida, paralizando a las fuerzas motrices de la historia, a las que también se las da por destruidas.
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