Pequeña Roma

FERNANDO BRAVO

rionegro@smandes.com.ar

En la Roma de los Césares y antes del envenenamiento misterioso, el destripe, el despeñamiento o los leones, que Hollywood ha sabido explotar con un morbo conveniente a su industria, había alternativas menos drásticas cuando alguien resultaba una molestia. Guardando las formas entre el Senado y el Emperador, existía el destierro.

Robert Graves, en «Yo, Claudio César y Dios», describe con pluma encantadora y de forma novelada varios de esos episodios. Dependiendo de las faltas y de los favores por lazos de consanguineidad (en Roma siempre era bueno tener parientes en el poder), los desterrados eran puestos en simpáticas islas o en pedreros abominables. En cualquier caso, la pena era el aislamiento.

Los concejales de San Martín de los Andes no andan por la ciudad envueltos en clámides, túnicas que los romanos de buena familia usaban con distinción. Pero, de alguna manera, recuerdan a la metrópolis que era ombligo del mundo. El caso es que no se puede desterrar al mismísimo «César», al menos no sin que haya un revuelo de proporciones. Según dicen algunos de estos modernos «senadores» vecinales, el intendente de nuestra «pequeña Roma» anda haciendo macanas. No escucha y, lo que es peor, no está casi nunca, argumentan en la intimidad. De modo que ellos decidieron ponerse al frente de los acontecimientos, lo que es una forma de aislar a Jorge Carro (PJ).

Varios episodios reflejan esa conducta. Los más recientes: la crisis por el vertido de líquidos crudos al lago, donde marcan el paso; y la disputa por el traspaso del impuesto Inmobiliario, con una declaración política que está muy lejos del pensamiento del intendente.

Los concejales quieren evitar los millonarios descuentos por coparticipación, derivados del traspaso del impuesto, y alejar el fantasma de sueldos sin pagar y municipales enojados en las calles, dejando en manos de la provincia lo que la provincia en verdad quiere: administrar el gravamen hasta que haya nueva ley de redistribución fiscal.

El foco de estas líneas no está en el relato íntimo de esos asuntos, sino en las crecientes diferencias entre ambos poderes de gobierno, al punto que ediles de la coalición (PJ, UCR, FG), están asumiendo decisiones clave, que apartan a la intendencia de su propio «tempo» para fijar políticas.

Por detrás de ese revulsivo está el MPN, bloque opositor que está exhibiendo más influencia que el intendente en sus pares del oficialismo. La declaración por el Inmobiliario es una buena muestra, pues parece hecha a la medida de los deseos de la provincia y sin embargo fue votada por unanimidad.

Pero poco importa si el MPN actúa aquí per sé o con una estrategia delineada desde las alturas de la gestión Sobisch. Influye, y eso es lo que cuenta. Así, Carro resulta aislado por propia impericia o por aquel influjo. Lo mismo da. Y en el medio están los vecinos, que entre acciones, omisiones y ausencias no aciertan a entender hacia dónde van las cosas y quién termina por gobernar.

A pesar de su inmenso poder, incluso en la era de Augusto, un César no podía ignorar al Senado, y los senadores tenían flaco futuro si hacían lo propio con el César. Por entonces ya había caído la República e instalado la monarquía, pero esa dialéctica seguía guardando las formas en la ciudad de la loba.

Del mismo modo, con abstracción de divinidades y patricios, más allá de las intrigas y filigrana políticas; emperador y senadores sabían que, en el fondo, ninguno podía sostenerse sin el favor del pueblo.

Por estos lares sería bueno que unos y otros recordaran ese detalle. Es que hasta la más proverbial de las paciencias se agota.


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