“Perón no humillaba,

Con 70 años, Julio Bárbaro es un observador riguroso del peronismo y un duro crítico del kirchnerismo en lo que al manejo que realiza del poder se refiere.

Redacción

Por Redacción

entrevista: Julio Bárbaro, peronista

–¿Qué es el kirchnerismo como acto fundacional de determinada concepción del poder?

–Es autoritarismo: primer dato. Construido en sus inicios con pragmatismo con injertos de progresismo, de gente cuyo pragmatismo fue también funcional a Menem. Yo fui amigo de Néstor, conozco muy bien cómo funcionaron sus ideas a la hora de construir poder desde la nada. He cenado infinidad de veces con él y con Cristina. Él llega a la presidencia sin importarle nada de los derechos humanos ni nada por el estilo. Pero llega sin sostén ideológico, entre otras carencias, y se engancha con las Madres y las Abuelas para dotarse de prestigio, caza luego a una izquierda vieja y en vías de jubilarse sin haber gozado ni de una pizca del poder. Les da un pedacito de poder, el que a él no le importaba: la cultura, por ejemplo. El resto siguió por el lado de acumular poder ciegamente, nada de respeto al otro. Eso es el kirchnerismo en cuanto a práctica directa de poder. Tanto es así que él, en el marco de la buena relación que supimos tener, un día me tiró sobre el escritorio un número de la revista “Noticias” en el que yo había escrito un artículo –siendo jefe del Comfer– y me dijo: “¡Acá el único que opina soy yo!”.

–¿Encuentra diferencias entre el estilo de Néstor y el de Cristina?

–Muchas. Partamos de que ambos comulgan en el autoritarismo. Pero, aun desde ese dictado, él –por caso– no hubiese roto con Moyano. Néstor es muchas cosas negativas, pero también es la Corte Suprema de Justicia; Cristina es Reposo. Recuerdo que un día le dije que en algún momento me iría del Comfer. Rápido, me preguntó: “¿Qué es lo que no me perdonarías que no hiciera?”. “Que no ayudaras a elegir una Corte que no tenga nivel”. “Mi Corte va a ser de lujo”, me respondió. Y fue así. En la elección de los vice también se marcan diferencias entre él y ella. Porque una cosa son Scioli y Cobos, que venían de la política y aun cada uno con la historia que tejió venían de palos políticos afines a Néstor. Otra cosa es Boudou, del que lo único que se sabe es que viene de la derecha y de la frivolidad.

–Eric Hobsbawm dice que, si Churchill resucitara, seguramente reconocería en Margaret Thatcher el mejor gobierno de Inglaterra de los que –desde matriz conservadora– siguieron al de él. Si resucitara Perón, ¿qué le diría a Cristina?

–Lo que le hubiese dicho también Néstor: “¡No humillen, compañeros, la humillación no construye ni reproduce poder!”. Perón no construyó poder humillando.

–Pero amenazaba. Cinco por uno no va quedar ninguno y etcétera, etcétera…

–En el trámite político extremo, a modo de respuesta de otros extremos. Perón conducía.

–“Conducción” ha sido siempre una palabra de presencia fuerte en la discursividad del peronismo, como “la causa” fue para el radicalismo. ¿Está perdiendo vigencia “conducción” en el peronismo?

–Absolutamente. Perón decía que conducir era poner voluntades en paralelo, y entonces conducía 20 ó 30 líneas distintas dentro del peronismo. Armonizaba. Porque conducir es dejar que se hable alrededor de uno, que se saquen chispas. Pero también es contener y hacer pensar. Tengo un amigo gorila, muy gorila, muy veterano. Fue comando civil. Siempre me dice: “Lo odio a Perón, pero fue muy inteligente. Nosotros creíamos que había que darles ideales a los ricos y unos mangos a los pobres. Perón nos cagó: les dio ideales a los pobres y unos mangos a los ricos para que no jodan”… ¡Buenísimo! Pero para los Kirchner conducir es imponer su voluntad. Reitero: Perón no humillaba, los Kirchner sí. Perón conducía sectores que tenían ideas propias. Si no, no hubiese existido un Cooke, un Taiana, un Borlengui, un Miranda, un Carrillo, el “Tuco” Paz y etcétera, etcétera; gente dueña de un pensamiento, no obedientes a un pensamiento. Gente que no esperaba que Perón hablase para entonces construir su pensamiento y entonces sí, hablar. (*)

–Eso parece sacado de “El hombre mediocre”, de Ingenieros.

–Bueno, basta analizar el discurso kirchnerista para darse cuenta de cuánto alienta la mediocridad en procura de lograr obediencia ciega. Nunca la reflexión profunda, la reflexión que se trabaja desde ideas contrarias, que incorpore la duda para marchar a la certidumbre. Jamás contempla lo diferente como un dato importante de la realidad, que puede nutrir el pensamiento propio.

–Siguiendo este razonamiento, ¿a qué dialéctica está sometida la idea del poder a lo largo del arco que inicia Perón y se retroalimenta en Kirchner?

–El poder siempre es un estado de conciencia, es lo que se sabe que uno puede. Y Perón lo construyó y ejerció desde ese convencimiento. Solo y exiliado, agarraba una máquina de escribir y en Argentina ponía en jaque a los que tenían “el poder real”. Dosificaba protagonismo, iba a los laterales, silencios, de golpe apuraba con todo. En Perón, discurso y acción –cualquiera sea la opinión que tengamos de esto– tenían contenido. El discurso que instala Néstor Kirchner y hace suyo el kirchnerismo está alentado por dos ideas: agresividad para lograr obediencia. Néstor lo arma abrevando en dos escuelas que son paradigmas en la historia argentina en entrenamiento para obedecer: el Partido Comunista y la guerrilla. Dos escuelas donde lo que dice el que manda se aplaude sí o sí. Lo que decía Stalin se aplaudía sí o sí. Hoy lo que dice Cristina se aplaude sí o sí.

–El opio del aplauso, del que hablaba Raymond Aron en relación con los intelectuales que adoraban a Stalin…

–Bueno, acá sucede con los intelectuales kirchneristas en relación con defender a Fidel Castro. Y explican a Fidel remitiéndose al acoso del imperialismo, Estados Unidos. Y cierran ahí toda reflexión. Les sirve para no hablar de todo el resto de naturaleza de poder que define a Fidel, que es el espacio vulnerable del sistema que montó. Mire, el poder corrompe, sí. Pero fundamentalmente delata, delata cosas muy oscuras de uno, que en la práctica política terminan, por ejemplo, llevándolo a uno muy cerca de aquello a lo que uno se opone. Éste es el caso del odio de Cristina a los militares: la coloca cerca de lo criticable de ellos.

(*) El grueso de los nombrados por Bárbaro fueron ministros del gabinete nacional en los dos primeros gobiernos de Perón

carlos torrengo

carlostorrengo@hotmail.com.ar


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