Peronismo, es lo que hay

PABLO M. LECLERCQ (*)

La opinión mayoritaria de nuestro país choca frontalmente con la de los centros universitarios e intelectuales del mundo evolucionado. El tema de discrepancia es “el peronismo”. Para la primera, Perón ha sido el protagonista de una revolución social que tuvo y mantiene un valor incuestionable. Para la segunda, el peronismo, y todas las circunstancias que lo acompañaron, fue y sigue siendo una expresión del populismo latinoamericano determinante del proceso de decadencia de la Argentina que, en el mundo, aparece como excentricidad histórica. El peronismo –no obstante– “es lo que hay”. La Argentina no tiene aún un auténtico juego republicano de partidos consolidados. La construcción del mismo es una necesidad. Pero está claro que el peronismo le debe aún a la República una drástica reconstrucción de sí mismo. La reconstrucción debería ser la gran tarea de los peronistas más lúcidos. Para ello tendrán que tener en cuenta cuáles son algunos de sus defectos. El peor de sus defectos es un entramado de confusiones. Sus dirigentes confunden “populismo” con “popular”; “democracia representativa” con “régimen corporativo”; “democracia” con los “votos de la mayoría” y a ésta, a su vez, con “la voz del pueblo”; “minoría” con “antipatria”. Todo con un estilo que se ha vuelto jacobino y es propio de los regímenes prerrepublicanos. Pero hay también otros problemas a resolver: • El corporativismo. La pertenencia, en los hechos, de la CGT a la estructura del peronismo lo convierte en el tenedor de dos instrumentos antirrepublicanos: el clientelismo y la tendencia a actuar como fuerza de choque. • La gobernabilidad. Para el peronismo, ningún partido político en la Argentina puede “gobernar”, salvo el peronismo. Principio empírico que nace de una realidad que es la presunta “virtud” que tiene el peronismo de poder debilitar y hasta destruir gobiernos cuando no está en el poder. Ésta es, curiosamente, la principal razón por la que algunos lo votan “por descarte”. El “movimientismo” es una malformación del concepto de partido político contraria al espíritu de la democracia republicana. No es bueno pretender representar en su seno a todo el arco ideológico, porque se priva a la democracia del juego de las opciones. Esa veleidad del peronismo le permite cambiar su ideología según viene la ola. Para algunos peronistas sería una “virtud”, a la que llaman “pragmatismo”. La República es, entre otras cosas, la alternancia en el poder. El verdadero sentido de la alternancia es el de especializar a los actores (los partidos políticos) siempre con el mismo personaje central de la obra (la ideología). De esta manera el mejoramiento de la política sobreviene con el mejoramiento del rol que representan los partidos, cada uno en su papel. Se tiende así a elegir tendencias políticas o ideas más que a personas o líderes. El gobierno de la ley y no de las personas, entonces. Ocurre que la necesidad que plantea el ejercicio electoral obliga a las ideologías a moderar sus extremos para poder captar votantes, con lo que se facilitan y estimulan los acuerdos y coincidencias sociales de largo plazo a través de políticas de Estado. Cuando un partido político es inestable o cambiante en su ideología no puede cumplir con una de sus funciones primordiales, que es la de formar sus cuadros técnicos permanentes y estructurar el necesario cursus honorum de sus afiliados. Por eso la administración se vacía de funcionarios de carrera, que son reemplazados por ejércitos de asesores contratados en cada turno de gobierno que se van sumando –como capas geológicas– en una cada vez más abultada administración. A lo antedicho cabe agregar que la inclinación del peronismo por concentrar poder es también contraria al principio republicano de distribuir o equilibrar el poder. Todas estas dificultades son –sin embargo– consideradas por algunos como “virtudes”, compiladas en la ambigua y flexible “doctrina peronista” de la que los peronistas son a la vez, sostenedores y exégetas, cuya utilización práctica deviene similar a la del horóscopo. Menudo problema nos espera si los líderes del peronismo –los históricos y los que se van sumando– no están dispuestos a subordinar su persona y la doctrina peronista, concebida hace 65 años, a las necesidades de funcionamiento de la República moderna. Éste es, quizás, el punto de inflexión para poder volver a pertenecer a la liga mayor de las naciones del mundo. Si ocurre, los peronistas conformarán la generación capaz de construir un nuevo “pacto republicano”, sucesor del exitoso “pacto oligárquico” de la generación de los 80. Si no sucede, probablemente seguiremos a los tumbos, en el camino de una decadencia inexorable. (*) Ingeniero civil. Ex ministro de Economía del Chubut y secretario de Servicios Públicos de la Nación


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