Pichón Riviere, la vigencia de un agitador cultural

Por Eduardo Basz

Fue algo así como el Mono Villegas de la nación psi. Más que un discípulo o un amigo, parecía un personaje de Roberto Arlt: primero lo echaron de Crítica, después del Borda y finalmente de la Asociación Psicoanalítica Argentina, que él mismo había contribuido a fundar y dirigir. El tipo llevaba el estigma de los fundadores, los iniciadores. Por eso cuesta tanto situarlo en el mapa de la Argentina contemporánea. Figura central de la patria psi, amigo de los surrealistas y del arte Madi, fue un BoBo (burgués y bohemio) que instaló la subjetividad en el centro de la conflictividad social. Enrique Pichón Riviere compartió con Gino Germani y Romero Brest los esfuerzos por afinar la cultura argentina con el tono de la época. De haberlo conseguido, Buenos Aires sería la capital del mundo hispanoparlante. Las resistencias que generaron semejantes propuestas fueron bestiales: desde la Alianza Libertadora Nacionalista (en los '40), hasta el Proceso (en los '70), los ortodoxos de todos los colores se encargaron de abortar un proyecto tan ambicioso como innovador. Para el país contrailustrado y subindustrial, eso era demasiado. Debemos reconocer que consiguieron su propósito. Los resultados están a la vista.

Su principal legado (aunque no el único) es una psicología social que lleva su nombre, con desarrollos especialmente concebidos para operar sobre lo grupal. ¿Dónde esta, hoy, la potencia de su pensamiento? La influencia pichoneana la encontramos tanto en sus continuadores explícitos como en quienes se han nutrido de sus conceptos para llevar adelante un 'metiere' donde el cruce de lo subjetivo con lo social surge como inevitable: directores técnicos de fútbol, psicoanalistas lacanianos que trabajan en hospitales públicos, equipos psicológicos de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, docentes inquietos, activistas sociales, psiquiatras que confían en la capacidad de recuperación del humano sufriente. Así que él no era freudiano ni kleiniano, sino pichoneano. Era lo suficientemente desmesurado para convertir a su apellido en el nombre de un pensar propio. Escribió relativamente poco, habló más e hizo mucho.

En el mundo de los '50 y en la Argentina posperonista de aquel entonces, el discurso psicoanalítico emergía como una fuerza capaz de impulsar una renovación de la cultura y la vida cotidiana. En su complementación con la sociología y la historia, aparecía como la disciplina más apropiada para indagar y revelar la dimensión subjetiva de los procesos sociales. La difícil «familia argentina» era el escenario primario donde se iba a dirimir el desenlace de las transformaciones sociales en curso. En ese territorio, las coincidencias con Germani eran más profundas. Ambos confiaban en el impacto renovador del psicoanálisis sobre las ciencias del hombre, pero a su vez en la capacidad de la antropología para darle una visión más cultural al dispositivo freudiano. Ya en aquel momento, este «enfoque interdisciplinario» como lo llamaba Germani o «epistemologías convergentes» al decir de Pichón definía la necesidad de enfrentar y vencer las resistencias ofrecidas por la ortodoxia de la APA. Aparentemente, fue Germani el primero en ocuparse de la psicología social. Pero siempre se cuidó muy bien de no citar al maestro de los «grupos operativos». Era la divergencia entre dos figuras sociales parecidas pero muy diferentes: el académico y el agitador cultural. Muy pronto Pichón se alejó de la patria del diván, escribió artículos en Primera Plana, fundó «escuelas privadas» de psiquiatría y psicología social, concebidas como usinas de ideas que actúan por fuera de la universidad. Está claro que era un hombre de su tiempo (su acción fue paralela a la de Mauricio Goldemberg en el Hospital de Lanús) y contribuyó a instalar con fuerza el discurso psi en nuestro país. (Fue él quien le entregó a Masotta unas copias de los seminarios de Lacan). La técnica de los «grupos operativos» está ligada a su formación política-cultural y muy especialmente su interés por problematizar la figura del líder, particularmente el «demagógico». En su crítica de la institución familiar tradicional, agobiada por el peso de la herencia y la tradición, propone para la familia moderna una nueva organización de vínculos y roles.

Pero al quedar la tradición pichoneana tan referenciada a la biografía del maestro, la transmisión a las «escuelas privadas de psicología social», al limitar la producción conceptual a la experiencia grupal y comunitaria, el pensamiento psicosocial quedó a mitad de camino, entre la academia y los movimientos culturales. Precisamente, en un momento en el cual la psicología social es reclamada con más urgencia y necesidad para la búsqueda colectiva de salidas creativas, uno puede volver a preguntarse ¿dónde esta la potencia de su pensamiento y la prepotencia de su trabajo?


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