Pinti y Francella, un dúo que hará historia

BUENOS AIRES.- El humor de Mel Brooks, el histrionismo de Enrique Pinti y una importante producción de fuerte riesgo económico son razones suficientes para vaticinar el seguro éxito de «Los Productores», que se estrenó en el Teatro Lola Membrives.

Un musical que desentraña las miserias del comercio teatral a través de dos personajes que resultan entrañables a pesar de su abierta inclinación a la corrupción con tal de alcanzar los mayores beneficios económicos con el menor esfuerzo. De distinta manera, los protagonistas -Max Bialystock (Enrique Pinti) y Leo Bloom (Guillermo Francella)- pecan de ingenuos y son pintados por el autor con una benevolencia no carente de punzante crítica.

En el texto se ve la mano de Mel Brooks, conocedor de la realidad que describe y posiblemente, víctima de más de un empresario que no titubeó en hacerse su agosto a costilla del esfuerzo del artista. Brooks pone en evidencia y juzga, critica y revela las pequeñas grandes miserias del comercio teatral, pero al mismo tiempo perdona y extiende un manto de piedad usando el humor como un fino estilete que hiere pero no desangra.

Más allá de los dos personajes, protagonistas excluyentes, desfila buena parte de la fauna que prolifera en el mundo artístico, desde la bella vedette, despampanante y tierna, hasta el equipo de creativos gay que aporta locura a un proyecto condenado al fracaso que culmina en un éxito insospechado.

Más allá de los personajes, la crítica de Brooks va dirigida también al sistema. Los logros artísticos suelen no correr parejos con los logros económicos y muchas veces el fracaso resulta más lucrativo que el triunfo.

Es así que estos dos productores persiguen un fracaso que llene generosamente sus magros bolsillos. No importa si para lograrlo hay que sostener insólitos amoríos con ancianas de dinero o elegir una obra que exalte la figura de Hitler, a pesar del origen judío de los productores, con la seguridad de que va a ser rechazada rápidamente por el público norteamericano. Sin embargo, así como no hay recetas que garanticen el éxito tampoco las hay para asegurar los fracasos. Contra todo lo esperado el espectáculo es aclamado por el público y la prensa poniendo en evidencia la estafa tramada por los productores y acabando con ellos en la cárcel. Pero cuando todo parece perdido, el autor redime a los personajes transformándolos en auténticos creadores condenados al éxito.

Enrique Pinti vuelve con el personaje de Bialystock a tomar un texto de autor y a crear un personaje, cosa que no hacía desde sus años de teatro independiente, allá por los '60. Es una buena oportunidad, que el actor aprovecha muy bien, para demostrar sus valores actorales, capaz de salir de sí mismo (a diferencia de lo que ocurre con los unipersonales que le dieron fama) para ser otro, incorporar palabras ajenas como propias y conectarse con sus compañeros de elencos en el diálogo fecundo que es la razón de ser del teatro.

Guillermo Francella pone en juego la gracia y la seducción que hizo notables sus presentaciones televisivas pero, a diferencia de Pinti, no logra despegarse del tímido personaje que le dio notoriedad.

Ambos forman una buena dupla en la que el mayor peso, tanto musical como actoral, recae en Pinti quién, momentáneamente, dejó el rumbo del verborrágico monologuista político para retomar la senda del teatro de texto y elenco. Un amplio elenco, en el que se destacan las actuaciones de María Rojí, Jorge Priano, Pablo Sultani y Miguel Brandan, juegan con solvencia los personajes secundarios y dan un excelente marco a los numerosos cuadros musicales.

La puesta en escena y dirección general de Ricky Pashkus da coherencia al nutrido elenco, aporta la brillantez que requiere la comedia musical y el ritmo que sostiene sin fisuras la atención del espectador a lo largo de las más de dos horas que dura la función. (Télam)


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