Plagio para no pensar

Un periodista tiene que escribir una nota. Entra a la edición digital de un diario europeo, encuentra una columna que le gusta, la copia y la pega en la página de la revista en la que trabaja. Le borra la firma original y escribe su nombre.

Un docente debe presentar una monografía para los concursos por los cargos. En el sitio Nueva Alejandría (www.nalejandria.com) lee un artículo que le interesa. Copia los principales fragmentos, toma las ideas centrales y las repite en la monografía como si fueran de su autoría.

Un adolescente tiene que presentar un trabajo para una materia. Entra a Contenidos. com y encuentra una página que le cae perfecta. La copia, la pega e imprime «su» trabajo práctico.

Estos son casos reales del uso de Internet. Y no son de otros países, pasaron en la Argentina.

Es el plagio, esa peligrosa combinación de pereza intelectual y deshonestidad. Existe desde siempre, pero con Internet tomó más fuerza. Se lo puede encontrar en diferentes ámbitos, aunque tal vez en las aulas es donde sea más notorio.

Los especialistas en educación señalan que el problema del plagio de contenidos publicados en la Red es que los alumnos no leen lo que copian. Ahora, con las funciones copiar y pegar («copy and paste»), se entregan trabajos sin saber qué dicen. En los tiempos de Internet, mejor que pensar es copiar y mejor que escribir es pegar.

Históricamente, cada nuevo formato de transmisión del conocimiento provocó una redefinición del concepto de autor. Cuando la civilización griega pasó de la oralidad a la escritura, Platón sostuvo que el cambio implicaba la ausencia del autor de las palabras, y que esto podría significar la pérdida de la comunicación original. Durante la Edad Media, la noción de autor desapareció. El saber se transmitía en forma oral e integraba la tradición popular.

Hoy, Internet está modificando la relación entre el autor y su obra, ya sea texto, sonido o imagen. El ciberespacio es una maraña de contenidos sin principio ni fin, y muchas veces sin padre. Los navegantes leen y bajan páginas sin reparar demasiado en el sitio o en quién lo escribió.

Hace unos meses circuló un correo electrónico con un texto muy bien escrito en el cual se le deseaba a Pinochet todo lo que él no le dio a sus víctimas: que no lo torturen, un juicio justo y una cárcel legal. El texto no mencionaba autor ni fuente. En realidad, había sido escrito por un famoso escritor chileno y publicado en la contratapa de Página 12. Alguien lo copió y lo hizo circular.

El plagio de textos en Internet forma parte de esta tendencia a diluir la figura del autor en el ciberespacio. Pero así como copiar y pegar es más simple que pensar y escribir, descubrir el engaño ahora también es más fácil. Quienes están del otro lado también navegan por la Red y visitan los mismos sitios.

Por eso, el periodista que plagió al diario europeo perdió su trabajo; los docentes del concurso fueron descubiertos; y el alumno desaprobó.

Lucio Boggio

deepblue@columnist.com


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