Poca reacción de la demanda laboral

El empleo crece apenas al 1,3%, independientemente de los indicadores económicos.

PANORAMA NACIONAL

Los datos del Indec señalan que, al ritmo al que crecen los empleos, recién en una década se podrán observar tasas de desempleo próximas al “pleno empleo”. El motivo es la muy baja capacidad de generación de empleo de la economía. Aun con un crecimiento de la actividad económica históricamente alto (superior al 8% anual), el empleo crece apenas al 1,3%, nivel que no alcanza ni para compensar el aumento demográfico. La información difundida recientemente por el Indec señala que en el primer trimestre del 2011 la tasa de desempleo descendió al 7,4% de la Población Económicamente Activa (PEA). Con respecto a igual trimestre del año anterior, implica una reducción de casi un punto dado que en el primer trimestre del 2010 la tasa de desempleo se ubicó en el 8,3%. Es una tendencia favorable desde el punto de vista de la situación social. Pero el nivel de desempleo no es el único indicador a tener en cuenta para evaluar la dinámica laboral y menos aún para evaluar potencialidades en la resolución de los graves problemas sociales acumulados. Si bien todavía no se cuenta con datos oficiales, estimando la evolución del Producto Bruto Interno en base al Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE) que publica el Indec, entre el primer trimestre del 2010 y el primer trimestre del 2011 aparece que: • La actividad económica creció aproximadamente un 8,6% anual. • El empleo urbano total en los grandes aglomerados creció apenas un 1,3%. • Esto implica que por cada punto porcentual que aumenta el nivel de actividad económica, el empleo total crece apenas un 0,15%. Estos datos muestran que en un contexto de muy alto crecimiento económico la generación de empleos es muy modesta. El fenómeno se ha venido repitiendo en los últimos años, con la salvedad de la especial situación registrada en el 2008, asociada a la crisis internacional. Se trata de un claro cambio de tendencia respecto de lo que ocurría hasta el 2006, cuando el empleo aumentaba en bastante sintonía con el crecimiento económico. Las consecuencias de este comportamiento reticente del empleo son extremadamente importantes. Cálculos demográficos señalan que la población en edad de trabajar en los grandes aglomerados urbanos crece a razón de un 1,5% anual. El hecho de que, aun en un contexto de aumento en la producción muy alto, no se generen los puestos de trabajo necesarios para satisfacer las necesidades del crecimiento demográfico delata la profundidad de los problemas laborales. Suponiendo que la producción siguiera creciendo al 9% anual –hipótesis muy optimista– se necesitaría aproximadamente una década para reducir el desempleo al 4%, nivel que se considera próximo al “pleno empleo”. Si además se considera que mucha gente permanece inactiva porque considera remotas las posibilidades de conseguir un empleo y otras se declaran ocupadas aunque tienen un empleo de bajísima calidad, los déficit del empleo son enormes y no es posible resolverlos de no modificar la capacidad de generar nuevos puestos. Hasta el 2006 el problema de la baja generación de empleos fue disimulado con la licuación de los salarios reales. La profunda reducción de costos laborales de aquellos tiempos fue una vía para promover una masiva generación de empleos. Pero su precariedad quedó demostrada apenas el salario comenzó a recuperar el nivel que tenía previo a la crisis del 2002. Cuando el salario real se recupera el problema estructural de la baja capacidad de generación de empleos retorna. Goza de mucho consenso la idea de que es fundamental superar los vicios del asistencialismo y el clientelismo inculcando la cultura e induciendo al trabajo. Estas manifestaciones se intensifican en épocas electorales, cuando se explicita con intensidad la manipulación a la que son sometidos los segmentos más pobres la sociedad en busca de sumar votos. Sin embargo, mucho más importante que declamar contra el clientelismo y sus efectos perversos es aprovechar las campañas políticas para introducir en la agenda de políticas públicas los factores que permitan aumentar la capacidad de generación de empleos. Esto exige, partiendo de reconocer el fracaso de la política laboral actual, que los tres poderes del Estado trabajen por regulaciones laborales más racionales y simples y un cambio de paradigma en la organización del sistema educativo. (Fuente: Idesa)


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