Política y “cuentos chinos”

Emilio J. Cárdenas (*)

En la patológica era de los Kirchner, la acción real de gobierno es poco más que un esfuerzo por manipular la opinión pública. Todo está al servicio de ese objetivo. De allí que hasta la política exterior haya formado parte de esa forma de “hacer política”. Cada viaje al exterior, más allá de la realidad, termina siempre con la declaración grandilocuente de alguien –desde las entrañas del poder– manifestando que ha sido “todo un éxito”. Ya estamos acostumbrados a ello. Por esa razón, quizás, nadie se sorprendió de que ello ocurriera también al culminar recientemente el demorado viaje de nuestra presidenta a China, en el que no pudo resolver el principal problema con ese país, el que perjudica nuestras exportaciones en el capítulo de la soja. No obstante, en el colmo del paroxismo, se nos dijo que, gracias al viaje presidencial, China “ha descubierto a la Argentina”. Lo que es minimizar a un país que, como sucede con China, sabe bien cómo funciona el mundo y quiénes son sus actores desde que ocupa un lugar central en su escenario. Nuestra imagen en el exterior, más allá de la adicción gubernamental al autobombo, es mala. No puede ser de otra manera porque es reflejo de la realidad. Nuestra forma de gobernar es, cuanto menos, impredecible y caprichosa. Nuestro estilo –que conjuga la arrogancia del raso con una cuota de vulgaridad– es poco atractivo. Por esa razón no sorprende realmente que los inversores nos estén ahora incluyendo en un grupo que supone toda una forma de juzgarnos. Objetivamente. En la nueva categoría de los llamados “mercados de frontera”. En una suerte de lejano oeste de la normalidad, entonces. Así surge, aparentemente, de un índice de reciente creación por parte del MCI referido a aquellos países a los que, por distintas razones, no se puede incluir aún entre los llamados “mercados emergentes”, como son, en cambio, Brasil, Chile o Perú. Esto es ubicarnos entre los que carecen de la confiabilidad necesaria para atraer normalmente a inversores que procuran una cuota adicional de ingresos al afrontar un riesgo que razonablemente puede ser un poco mayor. La enunciación de nuestros “compañeros de índice” define por sí misma la nueva categoría. Ellos son: Trinidad y Tobago, Bulgaria, Croacia, Estonia, Kazajstán, Lituania, Rumania, Serbia, Eslovenia, Ucrania, Kenia, Mauricio, Nigeria, Túnez, Bahrein, Jordania, Kuwait, Líbano, Omán, Qatar, los Emiratos Árabes, Bangladesh, Pakistán, Sri Lanka y Vietnam. Todos países con alguna cuota de atracción ciertamente, pero con materias importantes que aún deben aprobar para poder atraer particularmente a las llamadas inversiones de cartera y ser considerados relativamente líquidos. Nada para aplaudir demasiado, queda visto. La realidad habla siempre por sí misma. Ocurre que tenemos por delante mucho por hacer y cambiar. Espacio entonces por tratar de recuperar. Imagen por reconstruir. Normalidad que generar y consolidar. En síntesis, conductas a modificar. Las cosas en los últimos tiempos han estado y siguen estando lejos de haber sido “un éxito”. Y así nos ven afuera, más allá de la retórica. No de otra manera, pese al voluntarismo y a la lamentable manía de desfigurar la verdad. Nuestro problema esencial es que –por razones que conocemos y son inocultables a un mundo que cuenta con el milagro de las comunicaciones y de la información– hemos sido –y seguimos siendo– esencialmente incapaces de proyectar un mínimo de confianza. Lo que no es poca cosa. Pero así nos ven hoy. No de otro modo. De nada sirve ocultar la verdad. Nos conocen. Cuando estamos llegando al final de un ciclo, reaparece la posibilidad de mejorar como nación. Y con ella la esperanza de volver a ocupar los espacios que podemos ocupar. (*) Ex embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas


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