Por él pasan las decisiones y estrategias

ESCENARIO

HUGO GRIMALDI (DyN)

Néstor Kirchner no es un diputado más. Mal que le pese a la democracia y a la investidura formal de Cristina Fernández, lo cierto es que su esposo es parte esencial del Gobierno, una especie de astro alrededor de quien giran todas las estrategias y las decisiones clave de la Administración y de allí la consternación política que se vive por estas horas en el Frente para la Victoria. La complejidad del cuadro médico le ha llegado justo al ex presidente en momentos en que su tozudez de político acostumbrado a hacer siempre lo que él quiere se ha chocado de modo fenomenal con la opinión pública, tras un romance que duró casi un lustro, los primeros de su mandato. Luego, las múltiples piedras que él mismo echó a rodar contra la ladera (pelea con el campo, manotazo a los fondos de las AFJP y falseamiento de las estadísticas del Indec), muchas de ellas más personales que ideológicos, lo hicieron tambalear, hasta que la ciudadanía lo castigó de mal modo el pasado 28 de junio. Su carácter irascible y sus modos de perdedor mañero hicieron que Kirchner nunca pudiera digerir aquella noche fatídica, cuando un recién llegado a la política lo ubicó en la segunda posición en la provincia de Buenos Aires, el distrito que siempre quiso conquistar. Si bien se mantuvo durante un tiempo oscilando en medio de las dudas sobre su futuro, el ex presidente puso toda la carne en el asador para dar de allí en más todas las batallas que él consideraba lo podían volver a poner en la consideración pública. Las encuestas lo han puesto en una imagen negativa de improbable reversa, aunque él parecía no registrarlo. Con el criterio de volver a repetir los años dorados de su gestión, Kirchner siempre creyó que si había plata en la calle, si la gente consumía, iban a volver el crecimiento y los votos, más allá de sus pifiadas personales, como la evolución del patrimonio que se supo construir junto a su esposa y la última compra de dólares que representa, ni más ni menos, que una odiosa fuga de capitales, en un país que los necesita ingresando. Sin embargo, el peor de los disgustos que ha tenido Kirchner durante los últimos tiempos es que ya desde hace semanas se ha destapado lo que él tanto supo cuidar y le dio fama de muy buen administrador: el superávit fiscal ya no existe más y se ha convertido en el siempre tan temido déficit de caja, fruto de varias cadenas de la felicidad, de subsidios y gastos imparables. Por eso, una vez utilizadas todas los recovecos habidos y por haber, el ex presidente inició el asalto al Banco Central para que con las reservas en su poder nadie pudiera resistirse. Y en eso estaba K cuando la acumulación de estrés le jugó esta mala pasada que hace retroceder al gobierno nacional varios casilleros.


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