Por las malas

Por Arnaldo Paganetti

Los argentinos son hijos del rigor. Y, aún así, transgresores impenitentes. Tiran de la cuerda hasta romperla o dejar finas hilachas. Una somera mirada sobre la historia reciente ofrece ejemplos por doquier: los golpes de Estado concluyeron hace 17 años, después de la sangrienta dictadura militar que difundió mundialmente la odiosa palabra «desaparecido» y llevó a la derrota en Malvinas; la hiperinflación fue borrada tras convertir al país en un desquicio monetario, paraíso de los especuladores y de los propagandistas del «deme dos».

La democracia no sólo no solucionó todos los problemas, sino que siguió desarrollando males enquistados en el alma nacional – el amiguismo, la clientela política y el «roba pero hace» -, y ahondó la brecha entre ricos y pobres, en un clima de inseguridad y resentimiento.

Tras el afianzamiento de valores libertarios y de respeto a los derechos humanos en la época de Raúl Alfonsín y de estabilidad económica, en los diez años y medio de Carlos Menem, el presidente Fernando De la Rúa, recibió las cuentas en rojo y antes de iniciar la ansiada reactivación (la recesión lleva casi dos años), recurrió a un enojoso impuesto sobre los haberes de la clase media y a un ajuste sobre los salarios de los empleados públicos superiores a los mil pesos.

La cosecha fue magra. Como al cabo de casi siete meses de gestión, salvo algunos funcionarios, muy pocos ven un horizonte soleado, el malhumor colectivo se expandió en ámbitos disímiles ayudado por el incremento del desempleo, dos paros nacionales, las protestas callejeras de trabajadores estatales, los cortes de ruta, los ataques a oficinas de empresas privatizadas, los robos relámpagos a bancos y los sangrientos asaltos con rehenes.

En este cuadro de debilidad institucional donde los socios de la Alianza debaten las medidas en lugar de disciplinarse detrás del Presidente, y la oposición se encuentra fragmentada y luchando por adueñarse de la jefatura del justicialismo, el vicepresidente Carlos Alvarez desató una ofensiva feroz en el Senado, para provocar un ahorro de siete millones de pesos anuales.

En los meses veraniegos, «Chacho» tejió una excelente relación con el bloque mayoritario del peronismo. Con los antiguos compañeros y sus actuales correligionarios de ruta, el frepasista convino hacer un «autoajuste». Pero nadie le cumplió. Por las buenas, no. Por las malas, sí. El veterano Antonio Cafiero prometió que le iban a sacar el manejo administrativo del cuerpo y Eduardo Menem, el racional hermano del ex presidente, tuvo el desatino de afirmar que la difusión de las listas con los 3.156 empleados de la cámara alta, se hizo «como si se mostraran archivos nazis». Los miembros de la bancada de la UCR, por su parte, poco o nada hicieron para acabar con los privilegios.

Es que, según Alvarez, en el Senado hay entre 700 y 800 «ñoquis», esto es, personas que puntualmente cobran todos los meses suculentos dineros del fisco y no van a trabajar. Alvarez se enemistó con la corporación senatorial y fue tan profunda su embestida que aparentemente el jueves pasado pactó el fin de los abusos. Si en los próximos días no se inicia una negociación para transparentar la labor del Congreso – Diputados debería seguir un camino similar -, el desprestigio parlamentario podría no tener retorno.

«¿Qué Senado queremos? ¿Uno que se parezca al ex concejo deliberante?», planteó Alvarez en referencia a la antigua legislatura de Buenos Aires, que fue tildada de institución corrupta por excelencia y a la que, incluso, se propuso cerrar.

El frepasista, instruido por el radical De la Rúa, hizo blanco en los desproporcionados ingresos de los senadores, luego de que la bancada justicialista, pretendió paralizar la reducción salarial de los empleados públicos. El recorte fue convalidado por Diputados para satisfacción del presidente aliancista, que una vez más dio muestras de ser confiable ante los inversores internacionales.

La máxima maquiavélica «divide y reinarás» no ha beneficiado el gobierno. El peronismo está escindido en mil y eso en lugar de ayudar a los objetivos del PEN, lo desorienta y le abre múltiples frentes. La concertación parece un paso obligado. Pero, ¿con quién acordar? ¿Se discutirán alternativas productivas?

El PJ es un aquelarre. El bloque de senadores del PJ, que conducen Augusto Alasino y Remo Costanzo, pisoteando a los menemistas, tiene un lugar preponderante, junto con el titular de la bancada de diputados, Humberto Roggero. El pampeano Rubén Marín, que fue recibido por el ministro del Interior, Federico Storani, demostró no tener peso propio. Se sabe que detrás suyo está el ex presidente Carlos Menem, a quien el gobernador Carlos Ruckauf, le reclamó que de un «paso al costado», al tiempo que anticipó que demandará un blanqueo interno el año próximo.

Menem está enojado porque el gobierno lo ignora y al mismo tiempo le da gran cabida a su adversario Duhalde, quien en la puerta de la Casa Rosada, sentenció que no hay una conducción única en el PJ.

«Los peronistas, lamentablemente, vamos a seguir recibiendo latigazos. Perderemos y perderemos hasta no encontrar un jefe único», aceptó un dirigente que busca ponerse bajo el ala de Menem.

«No van a lograr jubilarme», asegura Menem en la intimidad, donde no tiene piedad contra los «traidores» de su partido (al frente de los cuales ubica a Ruckauf y Duhalde), y se lamenta de los jueces que ahora procesan a sus ex funcionarios y antes frecuentaban a Corach.

En la conversación telefónica que mantuvo con De la Rúa, Menem le habría expuesto los peligros que corre la gobernabilidad si continúa la persecución contra sus hombres. Duhalde, en cambio, alentó a De la Rúa. «No se sale de la crisis sin el presidente», declaró, pero también trató de convencerlo de que adopte mecanismos para proteger a la industria nacional y favorecer a los sectores productivos. «El diálogo es indispensable. Hay demasiada violencia en la sociedad y debemos poner sábanas de agua fría», exhortó.

En este juego de zanahorias y palos la incertidumbre gana los ánimos. De la Rúa, hasta aquí siempre ofreció la mejilla, pero Alvarez, su amigo fiel en esta coyuntura, muestra un rostro de perro guardián dispuesto a morder.


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