Por qué dormir poco engorda

Estudios recientes muestran que la privación de sueño favorece el sobrepeso. Ciertos tóxicos del ambiente, algunos medicamentos y la excesiva climatización provocan el mismo efecto.

Hoy se duerme, en promedio, seis horas diarias: dos menos que en los años '70. Y quienes se quedan despiertos mirando televisión, chateando, o salen hasta la madrugada aunque tengan que ir al trabajo o al colegio a las 8, están pagando su nocturnidad con kilos de más en la balanza.

Diversos trabajos científicos (entre ellos un meta-estudio de la Universidad de Bristol, en Gran Bretaña, que revisó una decena de investigaciones anteriores) demuestran que dormir menos de 7 horas se relaciona con un mayor sobrepeso y obesidad. «Esto ocurre porque hay una alteración a nivel de dos hormonas: la grelina, y la leptina; en las personas con hábitos nocturnos y que duermen en forma insuficiente aumenta la grelina y disminuye la leptina», explica la doctora Mónica Katz, directora del posgrado de Nutrición en la Universidad Favaloro..

«La grelina se segrega en el estómago cuando está vacío, y aumenta el hambre. Además, favorece el depósito de grasa. Cuando no hay presencia de nutrientes en el estómago, también descienden los niveles de leptina, que disminuye el hambre y aumenta el gasto metabólico». Esta correlación se presenta muy fuerte hasta los 35 años, y esto explicaría, en parte, por qué esta creciendo la obesidad en niños, adolescentes y adultos jóvenes.

 

Nuevas teorías

Hoy está claro que la obesidad es un problema demasiado complejo como para atribuirle una única causa. Más allá de la cantidad y calidad de los alimentos que se ingieren, y de cuestiones genéticas, metabólicas y culturales, se están descubriendo factores de riesgo hasta ahora impensados que contribuyen a la propagación de la obesidad, considerada por la OMS una epidemia. La mayoría de estos factores tienen que ver con hábitos de la vida moderna. Por ejemplo, el estar siempre climatizados a la misma temperatura sin darle al cuerpo ningún trabajo de adaptación. «El cuerpo necesita, en su parte central, una temperatura constante de 37 grados. Cuando afuera hay baja temperatura, el organismo se encarga de transformar energía química en energía calórica. Cuando hace mucho calor, transpiramos y también gastamos. Pero si estamos siempre con el aire acondicionado y la calefacción prendidos, quemamos menos calorías y engordamos», dice Katz.

Otro factor que incide en el sobrepeso son los llamados «disruptores hormonales»: son sustancias que compiten con las hormonas y están presentes en detergentes, aromatizantes y pesticidas que se ingieren con los alimentos, a través de la piel o por inhalación.

Por ejemplo, la exposición a ciertos químicos como el PBDE (éter difenílico policromado) incide sobre el funcionamiento de los estrógenos. Y cuando los estrógenos no funcionan correctamente, aumenta la adiposidad.

Por otra parte, no acoplar la lucha antitabaco con el manejo del peso es otro error que lleva al aumento de la obesidad. «Cuando dejamos de fumar engordamos, no solo por ansiedad, sino también porque la nicotina inhibe una sustancia que estimula la dopamina, relacionada con el placer, y entonces necesitamos reemplazarla con otras cosas, como los dulces», dice la nutricionista.

«El organismo humano no está preparado para la comodidad dice Katz. En la época de las cavernas el hombre tenía que luchar o huir cuando se veía amenazado, implicando todo esto un gran gasto calórico.» Pero hoy las amenazas habituales son de otra naturaleza: un jefe maltratador, el desorden del tránsito. «Y el estrés, cuando no puede ser descargado sintetiza la doctora, genera grasa abdominal». Por eso el ejercicio es bueno no sólo para quemar calorías, sino como descarga emocional.

El organismo cuenta con factores que lo protegen del sobrepeso. Uno de ellos es el concepto de NEAT (las siglas en inglés de termogénesis de actividad sin ejercicio), que implica el gasto metabólico que el organismo realiza aunque no esté haciendo ejercicio físico para regular la temperatura corporal: caminar mientras se habla, mascar chicle, pensar y enamorarse son actividades que consumen energía.

Por otra parte, los llamados «alimentos funcionales» (aquellos adicionados con ingredientes que mejoran el funcionamiento de ciertos órganos o previenen enfermedades), son fruto de la biotecnología y pueden proteger contra la obesidad y otras enfermedades asociadas como la dislipidemia. Por ejemplo los lácteos y panes adicionados con ácidos grasos omega 3 y omega 6, que disminuyen el colesterol malo para el sistema vascular (LDL) y aumentan el bueno (HDL). Se han descubierto otras sustancias, como el ácido linoleico conjugado (CLA), que ayudan a reducir la formación de grasa. Y se está estudiando la manera de incorporarlo a los alimentos funcionales.

De modo que, en un futuro no muy lejano, algunos alimentos podrán realmente protegernos contra el sobrepeso o ayudarnos a adelgazar. La vida moderna y el confort, en estos casos, también tendrían su costado positivo.

 

MARIA NARANJO


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