Por qué fracasan los países: estudio ayuda a interpretar la economía actual
Dos economistas del MIT y de Harvard alcanzan una tesis: las instituciones políticas y no la geografía o la cultura son las bases de la riqueza.
IDEAS/DEBATE
La ciudad de Nogales está en medio de dos países: EEUU y México. Los habitantes tienen el mismo origen racial, cultural y hasta gastronómico pero los del norte poseen una renta de 30.000 dólares al año, y los del sur, unos 10.000. ¿Por qué unos son ricos y otros pobres?
La respuesta la pretenden dar los economistas Daron Acemoglu y James A. Robinson en un libro titulado “Por qué fracasan los países” (Deusto). En poco tiempo se ha convertido en la lectura preferida de los economistas del planeta, porque es una lupa mágica para interpretar ‘toda’ la historia económica mundial.
Este es el razonamiento: la riqueza de las naciones no radica en los seres humanos, la geografía, los antepasados, ni la genética sino en las instituciones: si respetan la propiedad privada, la libertad de elección, la participación ciudadana y la igualdad de oportunidades, entonces la riqueza llega sola. La prueba es Nogales. La parte situada en Arizona tiene instituciones que permiten “elegir el trabajo libremente, adquirir formación académica y profesional, y animar a sus empleadores a que inviertan en tecnología, lo que a su vez, hace que ganen sueldos más elevados”. Y por supuesto, tienen acceso a instituciones “que les permiten participar en el proceso democrático”. En resumen, los políticos proporcionan los servicios básicos que demandan los ciudadanos.
En cambio, en Sonora (la parte sureña de Nogales), los adultos no poseen la secundaria, muchos adolescentes no van al instituto, hay una enorme mortalidad infantil, los habitantes viven menos porque las instituciones sanitarias son deficientes, no tienen acceso a muchos servicios públicos, las carreteras están en mal estado, hay delincuencia, no hay orden, muchos sobornos… en fin. Y todo eso se debe a que durante mucho tiempo México estuvo gobernado por unos caciques de un partido llamado PRI que solo pensaban en perpetuarse en el poder y enriquecerse. Corruptos todos, por supuesto.
A lo largo de casi 600 páginas, los autores aplican esta lupa mágica a la conquista de América, al desarrollo de Botsuana, a la revolución industrial, a Corea del Norte y del Sur, a la corona española, a la expansión China… y por Dios, parece que funciona. “Han creado una herramienta para el análisis histórico que permite comprender bastante bien por qué hay países que fracasan”, dice Rafael Pampillón, profesor del Instituto de Empresa.
El pequeño imperio de Bechualandia
Tras lograr la independencia, el pequeño reino de Bechualandia se transformó en Botsuana en 1966. Los jefes políticos, a diferencia de otros nacientes estados africanos, desarrollaron instituciones económicas que respetaban el derecho a la propìedad, garantizaron la estabilidad económica, la participación ciudadana, y el desarrollo de la economía de mercado inclusiva. Hoy es un país próspero.
Hay que tomar nota de la palabra ‘inclusiva’. La verdadera idea innovadora de los autores es que para ellos existen dos tipos de instituciones: las extractivas (o exclusivas) y las inclusivas. Las extractivas benefician a las elites, el pueblo está excluido de la toma de decisiones y no hay respeto a la propiedad privada. Corea del Norte, Cuba, Zimbabue y muchos más países son ejemplos de ello.
Las instituciones buenas son las inclusivas pues hay propiedad privada, opinión pública, parlamentos o asambleas, mercado libre, etc. Si uno toma la lista de los países más ricos y prósperos verá que todo encaja.
En resumen, la pobreza de las naciones se origina porque las élites extractivas sacan el jugo al pueblo, pues solo piensan en enriquecerse y perpetuarse. Y, aquí viene el aguijón: Acemoglu y Robinson ponen como ejemplo a las elites extractivas españolas de la América colonial. Españoles extractivos contra anglosajones inclusivos.
Esas élites se dedicaron según los autores, a montar una “institución extractiva”: extrajeron la riqueza de colonos y esclavos para proveerse de oro, plata y otros bienes. Resultado: desigualdad. Segundo resultado: inestabilidad y rebeliones.
En cambio, según estos profesores del Massachussets Institute of Technology (Acemoglu) y Harvard (Robinson), las élites anglosajonas no pudieron hacer lo mismo en Norteamérica porque no había oro y porque los colonos (el pueblo) se lo impidieron creando asambleas en las que protegían su propiedad, y la repartían equitativamente. Más ejemplos: en la Europa que salió del feudalismo, los británicos supieron respetar las instituciones inclusivas como el Parlamento donde estaba representada la clase media. Gracias a ello, dieron pie a la Revolución Industrial, basada en la iniciativa ciudadana y el enriquecimiento general. En cambio, la corona española estuvo batallando con las Cortes, una vieja institución que representaba a las clases medias, y al final la demolieron.
Esta élite extractiva española, según los economistas, acumuló propiedad y poder, en detrimento del pueblo. Y por eso, España fue perdiendo poder cuando acabó con la última onza de oro y plata de las minas americanas.
Agujeros en la tesis
Pero a veces la lupa mágica también falla: ¿acaso el éxito económico de China se debe a sus ‘magníficas instituciones inclusivas’? Los autores admiten que sí, que el crecimiento seguirá por algún tiempo, pero no será sostenido.
¿Y Singapur? ¿Y Arabia Saudita?
La prensa especializada afirma que “los autores defrauden. La exposición es tan elegante, los datos históricos tan irrefutables, los ejemplos tan bien escogidos, que a uno le dan ganas de salir a la calle y aplicar la tesis de las ‘elites extractivas’ a todo lo que funcione mal, desde el bar de al lado, hasta la empresa de legumbres. Y, sorpresa, funciona”.
Fuente: La Información
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