Por qué son ansiosos los papás con hijos en primer grado

Qué ponen en juego, que hasta llegan a interferir en el aprendizaje.

¿Qué se juegan los padres que tienen hijos en primer grado para que una mayoría de ellos alcance niveles de ansiedad insoportables: el éxito o el fracaso social?

¿Cómo es que una buena parte de ellos no registra que esa inseguridad que le trasmiten a los chicos interfiere en el aprendizaje?

¿Cómo es que les cuesta entender tanto que sus hijos escriban como escriben, con el aval del docente, a dos meses de iniciadas las clases y que después de las vacaciones de invierno los maravillarán con una lecto-escritura increíble?

Todo un tema, con más interrogantes todavía, que «Río Negro» abordó con un grupo de docentes de primer grado de Roca que dieron su parecer con conocimiento, diplomacia, altura, astucia y comprensión de los padres que les toca ¿padecer?.

Zapatos de charol negro con un brillo competitivo, medias tres cuartos y guardapolvo con una blancura envidiable, pelo corto y peinado con raya al costado con unos cuantos gramos de gomina, un pañuelo perfectamente planchado en el bolsillo del guardapolvo para limpiar los zapatos en caso de que se ensucien. Un beso materno de despedida en la frente y luego la inseguridad, el miedo a lo desconocido, la desolación quizás. De esta forma ingresaba un niño a primer grado hace medio siglo atrás.

Está a la vista que en los últimos cincuenta años el rito del primer día en la escuela primaria tuvo cambios: una remera de Pókemon es más envidiable que la blancura del guardapolvo, la gomina solo se usa para bailar un tango en un acto patriótico, y en el bolsillo del guardapolvo se guardan figuritas de Dragon Boll Z. Por el contrario, el beso materno, la inseguridad y el miedo parecen haber resistido los cambios culturales, económicos y sociales que se produjeron en los últimos tiempos.

Cambios entre los cuales se puede destacar el valor del tiempo. Cada vez más los padres de niños de primer grado quieren ver a sus hijos escribir «lo antes posible».

Si bien esta ansiedad tiende a disminuir con el paso de los meses («aunque la mayoría es bien ansiosa de marzo a noviembre»), puede llegar a entorpecer el proceso de aprendizaje: «Enseñarle al chico a escribir de antemano, en la casa, no siempre es algo positivo, porque cuando llega a primer grado aprende con un método totalmente distinto al de sus padres», asegura Mariluz del Río, maestra en la escuela Nº223. Esto, señala, «conduce a un estado de confusión e inseguridad en el chico: no sabe a quién hacerle caso, si al maestro o a sus padres». Estar en esta encrucijada no es nada envidiable, acota.

La ansiedad parece tener su origen, al menos en parte, en la ambición de éxito o el temor al fracaso de los padres como tales: «es la primera vez que el padre abre las puertas de su casa a la comunidad a través del hijo; ahora no solamente se comienza a evaluar a éste, sino también a los padres», comenta Claudia Millalén, de la escuela Nº 56.

El cambio en la metodología de enseñanza parece haber aumentado aún más el estado de ansiedad de los padres. Desde hace años, la psicogénesis reemplazó a la metodología Generadora. «Este método implica un aprendizaje más significativo», según Patricia Londero; «lo que les cuesta entender a los padres es que la educación es un proceso no mecánico, que lleva tiempo».

«Con la antigua metodología se limitaba al niño a utilizar solamente la letra que va aprendiendo. Y así, el padre veía a su hijo escribir mucho. Con psicogénesis, si bien todo es más lento, el chico descubre cómo funciona el sistema y utilizar así todo el abecedario», señala María Cristina Farías, constante estudiosa de esta modalidad. «Por otra parte, esto implica un aprendizaje cooperativo y no competitivo: el trabajo en grupo es fundamental».

En ocasiones, las maestras recurren a la ironía para calmar la ansiedad paternal: mediante notitas en el cuaderno que dicen «¿Esto lo hizo solito?» o «muy bien, Mamá», intentan hacerles comprender a los padres que su obligación no es hacer la tarea, sino ayudar al chico y estimularlo. «Les cuesta entender que la equivocación del niño es parte del aprendizaje, y que por lo tanto no está mal».

En este punto de la charla, los maestros se preguntaron entre ellos y para fuera ¿para qué sirve el cuaderno? ¿para quién es?. Fue muy cómico ver cómo reprodujeron gestualmente a muchos padres el modo de hojear y revisar el cuaderno a la salida de la escuela, cuando pasan a buscar a los chicos.

«Es cierto: la ansiedad los carcome. Por qué, por qué». En esta rutina, más de uno se quiere morir porque encuentra muy poco escrito. «No ven todo lo que hicimos en clase: pusimos límites, enseñamos hábitos y valores como la tolerancia y la importancia de escuchar, de convivir con el distinto y diferente. No nos olvidemos que hoy se depositan en la escuela muchas obligaciones que las familias han olvidado». También ataron cordones, limpiaron mocos. Si no se ve ésto, el cuaderno es para el «control de cantidad». «Una pena», se quejan.

¿Se cura la ansiedad? Se controla, en el mejor de los casos, concluyeron las maestras, quienes recordaron que las consultas seguidas en la escuela son el mejor remedio para conseguir que el proceso de aprendizaje de los chicos se desarrolle lo más naturalmente posible.

Así, primer grado será la mejor entrada al conocimiento que podamos haber construido para nuestros hijos.

Cada uno hace lo que puede…

Los nenes son chiquitos pero no son tontos. Ellos sabes que escriben «a su manera», que su escritura no es igual a la de los adultos y que otros no pueden leerla. De modo que, si el maestro «de verdad» acepta las escrituras de sus alumnos como válidas, ellos van a sentirse seguros y tratarán de superarse. El maestro no los engañará diciendo que así se escribe pero comprenderá por qué ellos escriben de esa manera.

Así de clara habló Ana María Kaufman, pope en Educación, al referirse a la lecto-escritura inicial.

En clase, dicen las maestras consultadas, les insisten con una consigna: «lo hago como puedo». Consigna que los chicos entienden a la perfección, no los padres, «quienes debieran alentar, animar, no descalificar, acompañar». Con primer grado, la paciencia y la capacidad de estimular a los hijos está en juego en los padres.

Una de las tantas sugerencias que da Kaufman a maestros y padres de hijos en primer grado pasa por permitir a los alumnos explorar los materiales escritos con total libertad, sin restricciones. Los chicos aprenden a leer leyendo; aprenden a escribir, escribiendo. Leyendo a su manera, claro está. Es decir, tratando de construir la significación de un texto a partir de coordinar múltiples datos que ellos manejan, como la imagen, por ejemplo. Y cuando escriben, plasman sobre el papel lo que ellos piensan sobre la escritura. Son sus propios escritos lo que, muchas veces, le presentan problemas que constituyen desafíos que los impulsan a avanzar. «Entonces, padres, a no ponerse mal: recién estamos en mayo, ya tenemos varios pasos transitados para que después de las vacaciones de invierno nuestros hijos escriban tal como siempre lo soñaron», dijeron las maestras, poniendo paños fríos a las ansiedades.

Sugerencias para padres que vendría bien poner en práctica

De la charla con docentes de primer grado y de una extensa bibliografía de especialistas en pedagogía surge una interesante lista de recomendaciones para que los padres no se enloquezcan en su intento de ser padres de hijos en edad escolar ni enloquezcan a los demás.

Veamos:

• Ud. es el mejor ejemplo. Hay algunas actitudes que se enseñan mejor con el ejemplo, como el hábito de leer (imposible convencer a un niño de la importancia del libro si nunca nos ven leer uno en algún momento del día), la buena disposición para la convivencia, actitudes como aprender de los errores y usar todos los recursos disponibles para resolver problemas. El doble discurso confunde a los chicos, los atrasa en su crecimiento y fomenta la mentira.

• No lo compare con otros amigos o hermanos. El es único, especial, y la propuesta de psicogénesis así lo entiende. Tiene su estilo personal y hay que respetárselo.

• No a las trasnochadas, con TV incluída. Hay chicos que se levantan cerca del mediodía y se despiertan totalmente en el primer recreo de la tarde.

• Sí a las preguntas. Enséñele que dudar y preguntar es bueno para el aprendizaje. Y que equivocarse también. Que si superar todo no estaría en la escuela. Sepa sostenerlo en los fracasos tanto como en los logros. Ningún error es trágico, nadie va a morir por ello.

• Si no terminó los deberes no se los haga Ud, no tiene sentido. «Hay chicos que vienen a la escuela con la tarea perfecta: eso sí, tiene un vocabulario distinto al que él usa y con una prolijidad alucinante», se queja una de las docentes consultadas por este diario. «Eso no le sirve a nadie. Igual yo les pongo: «Muy lindo el trabajito de la familia. Cómo se esmeró la mamita. Gracias». Pero más de una no se da por aludida», agrega.

• No lo atosigue. Nada garantiza que el hecho de aprender a leer antes que los demás chicos lo convierta eventualmente en el mejor alumno o en el mejor lector del curso.

• Apasiónelos. Todos coinciden en que el aprendizaje que mejor se fija es el que se refiere de manera más directa al mundo íntimo de los chicos. Complete la enseñanza formal con experiencias vitales enriquecedoras, como llevarlo al teatro, al museo, un paseo, un espectáculo callejero. Claro, hay que tener tiempo y ganas de hacerlo. Pero bueno: finalmente es padre, ¿no? «Los padres confunden los materiales de estudio», dicen los maestros. Creen que con el libro y el manual está todo.

• En esto de hacerse tiempo, importa la participación. La mayoría de los chicos que tienen buen rendimiento escolar y que han sido entrevistados por especialistas evidenciaron la participación de sus padres de alguna manera en su educación todos los días. «Nosotras vemos a mucho niño solo, dejado a la buena de Dios», coincidieron en opinar las docentes convocadas por «Río Negro». La cuestión es estar, y no de compromiso. Muchos padres se escudan con un latiguillo ya vaciado de contenido a esta altura del partido: importa la calidad, no la cantidad del tiempo que se está con los chicos. «No es así», insisten las maestras, quienes son -finalmente- las testigos de los síntomas que manifiestan «los chicos solos».

• Leer de a dos. La mayoría de los chicos de rendimiento escolar sobresaliente registran un elemento en común: sus padres continuaron leyéndoles en voz alta una vez que ellos ya sabían leer por sí solos.

• El oficio de estudiar. Aún en primer grado la clave funciona: el chico debe saber que ir a la escuela y aprender es su trabajo personal, así como el de papá es tal y el de mamá tal otro. Y que como en todo trabajo, el porcentaje de diversión es mínimo; el resto, esfuerzo, mucho esfuerzo.

• El prestigio del docente. Por la falta de límites que se tolera actualmente es común que a los chicos les cueste reconocer autoridad en alguien. Pero algo queda claro: todo aprendizaje implica necesariamente tener capacidad de diálogo, de atención y de respeto. El docente puede ser cuestionado, pero nunca desprestigiado; eso no le sirve a nadie.

Las maestras que opinaron porque saben

Los maestros de Roca que participaron en la mesa redonda de «Río Negro» fueron:

-Cristina Farías, de la escuela 168. Cada vez reivindica más la psicogénesis como metodología de enseñanza de la lecto-escritura.

-Andrea Casso, de la escuela 223, de Villa Obrera, con cuatro años en primer grado.

-Patricia Londero, de la escuela 260, que estrena primer grado este año. «Yo también suelo estar tan ansiosa como los padres», aclara.

-Cristina Caramele, quien ya lleva tres años en primer grado en la escuela 223.

-Claudia Millalén, escuela 56. Lleva dos años con los más chiquititos.

-Mariluz del Río, escuela 223.

-Y Elba Nieves y Patricia Salgado, de la 56.

Horacio Lara y Santiago Lafón

Bibliografía consultada: «Lecto-escritura inicial: Cómo hago para que mis alumnos de primer grado aprendan a leer y a escribir», de Ana María Kaufman, Ed. Santillana; «Cómo ayudar a su hijo a aprender a leer», de editorial Lumen y «La escuela inteligente», de David Perkins, de Paidós.


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