“¿Por qué unas vidas valen más que otras?”

¿Por qué algunas vidas valen más que otras? ¿Por qué algunas hasta valen menos que una vidriera? ¿Por qué duele más la vida cuando se trata de un sujeto que vive en el centro? ¿Por qué no duele si vive en la periferia? Los hechos acontecidos en Bariloche deberían, de una vez por todas, sacudir las cabezas de todos los ciudadanos pero especialmente las de los dirigentes y las de las autoridades. No se puede seguir sosteniendo una sociedad tan escandalosamente desigual. Se profundiza la brecha, ya no de la desigualdad sino del valor de una persona respecto de otra u otras y esto está absolutamente naturalizado como si fuésemos todos objetos de cuantía y transacción. Día tras día, noche tras noche, sistemáticamente se ahonda la discriminación, la segregación, hasta que la marginalidad se convierte en algo más del paisaje donde las carencias, el miedo, el hambre y el dolor sólo los padecen algunos. Las cuatro mil personas que marcharon y reclaman seguridad, ¿también se referirán a seguridad alimentaria, seguridad en salud, en educación, en vivienda y en trabajo? No se trata de defender delincuentes sino de pensar que el “otro”, ese “otro”, es un semejante, un igual; que sus necesidades son las mismas y las ganas de ser felices, queridos y respetados, también. De lo que se trata es de poder pensar por un instante por qué una vida vale más que otra. Porque sí, hace años que en esa ciudad –como en otras, muchas, casi todas las de nuestra Patagonia– vemos niños mal alimentados, con zapatillas rotas y ropas raídas deambulando por las calles en todo horario, con temperaturas bajo cero y un frío que se clava como agujas hasta los huesos, pidiendo una limosna o simplemente mirando lo hermosa que es la vida de los otros, de los ajenos. No está mal tener auto, casa o un negocio, vivir bien, cuidarse y cuidar a los suyos, esquiar o disfrutar de las cosas y lugares más caros que existan. Lo que está mal es que miremos para otro lado, que pasivamente aceptemos que se socave más y más la dignidad de la gente, que no exijamos políticas públicas de contención y resguardo para todos. Porque el comienzo de la solución está en reconocer las causas que llevan a estas situaciones y modificarlas, asumiendo que sujetos de derecho somos todos. Al menos por un momento deberíamos detenernos en las calles, mirar a esos niños, pequeños, medianos, adolescentes, casi adultos, poner en esos rostros los ojos de nuestros hijos y, en el instante preciso en que nuestras miradas se crucen, reconocer en “el otro” un igual. Tal vez entonces empecemos a estar un poquito más seguros. Porque, si de justicia se trata, no es justo que se mueran uno, dos, tres jóvenes… no es justo que se mate por la espalda y que todo este horror genere una marcha multitudinaria de apoyo. Beatriz Kreitman DNI 11.485.095 Neuquén


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