“Nueve formas de caer”, el nuevo libro del premiado Manuel Soriano

El escritor argentino radicado en Montevideo publicó nueve relatos inquietantes cruzados por la violencia, los temores y un ¿encuentro? con Fogwill. En esta entrevista cuenta, entre otras cosas, qué entiende por cuento de horror.

“Nueve formas de caer”, el nuevo libro del premiado Manuel Soriano

Los temores que despierta la paternidad, las hipótesis de viajeros sobre una joven que desapareció en un balneario uruguayo, la violencia que se impone entre grupos de niños y un encuentro con Fogwill son algunos de los ejes centrales de “Nueve formas de caer”, el último libro de cuentos de Manuel Soriano.

“Me interesaba narrar los procesos mentales, contar cómo llega el protagonista (a veces con su hijo) de A a B, de un lugar seguro a uno inquietante, mediante un camino que puede ser extraño pero que también es perfectamente lógico, o al menos lo es en la cabeza del protagonista”, explicó Soriano (Buenos Aires, 1977) sobre el libro editado por Alfaguara, durante la entrevista con Télam.

El también autor de los libros de cuentos “La caricia como método de tortura” y “Variaciones de Koch”, y de las novelas “Rugby”, “Fundido a blanco” y “¿Qué se sabe de Patricia Lukastic?” vive actualmente en Uruguay y dirige la editorial infantil Topito Ediciones.

– Télam: A lo largo del libro hay distintas formas de vivir la paternidad: el temor que nace en el cuidado, el tiempo de juego que comparten padres e hijos en la playa, los rituales del padre del último cuento mientras trabaja acompañado por su hijo. ¿Podríamos decir que la paternidad es uno de los grandes temas del libro?

– Manuel Soriano: La paternidad es uno de los temas que atraviesa casi todos los relatos. Padres e hijos normales, que de alguna manera (por lo general por obsesiones del padre) van quedando en situaciones anormales, como estar demasiado hondo en el mar, o buscar en el edificio a una prostituta con las uñas pintadas como vaquitas de San Antonio. Sobre todo me interesaba narrar los procesos mentales, contar cómo llega el protagonista (a veces con su hijo) de A a B, de un lugar seguro a uno inquietante, mediante un camino que puede ser extraño pero que también es perfectamente lógico, o al menos lo es en la cabeza del protagonista. Esa es mi idea de un cuento de horror.

– T: En varios de los relatos vuelve Koch: como un niño, como un padre que queda a cargo de su hijo, como el futuro padre que hace deporte en la playa. ¿Por qué decidiste volver a él?

– M.S.: Koch es un personaje que ya había usado como protagonista de los cuentos de mi libro anterior. Me gusta porque es una especie de hombre elástico: puede ser niño o adulto, puede tener cualquier profesión, cualquier tipo de familia, puedo ser yo o no. Pero a pesar de las variaciones hay algo que une a los Koch más allá del nombre, algo que no sé bien qué es. Un amigo me dice que tiene que ver con la perspectiva; en primera persona o en tercera, los relatos están contados desde la cabeza de Koch, y ese sesgo genera una sensación de opresión que en mayor o menor medida se mantiene en todo el libro. A veces algún lector me hace notar alguna conexión entre cuentos que yo no había notado. Por ejemplo, la cantidad de nombres de actores y famosos que aparecen en este libro. Pero no fue una decisión consciente, se dio así porque Koch no distingue muy bien entre las personas que ve en una pantalla y las personas con las que tiene trato en su vida real, se relaciona con ambas de forma parecida, como si mirara todo a la distancia, a través de un cristal.

– T: En los cuentos cuatro y siete está narrado el universo de la crueldad y la violencia infantil, la violencia entre los niños. ¿Qué te interesa especialmente de ese universo?

– M.S.: Me interesa mucho la crueldad y la violencia en la literatura en general, y en especial en algunas obras con niños como protagonistas donde aparece esa violencia en estado puro, como puede ser “El señor de las moscas”, de Golding, o “El marino que perdió la gracia del mar”, de Mishima. No me gusta la violencia en la vida real, pero sí en la literatura o en el cine. Creo que esto es bastante común, no da ni para considerarlo una contradicción. Me hace acordar a un escritor (no me acuerdo quién era) que decía que políticamente era de izquierda pero que siempre le habían interesado más los escritores de derecha.

– T: Los cuentos no tienen título, llevan número. Al leerlos, ese recurso puede determinar que se trata del mismo personaje en distintas instancias de su vida o en distintas situaciones. ¿Por qué esa decisión?

– M.S.: Al principio los cuentos tenían título. Incluso algunos salieron con título en antologías en Uruguay. Mientras los estaba corrigiendo y armando el libro una amiga me preguntó “¿por qué parece que tus personajes siempre están cayendo?”. La pregunta me quedó en la cabeza, y a los pocos días se me ocurrió el título del libro y la idea de numerar los cuentos. De todas formas, me pasó con mi libro de cuentos anterior que nadie se acordaba los títulos y cuando querían identificar uno decían, por ejemplo, “el de las alemanas en la calle y el padre”.

– T: Ganaste dos premios importantes: el Premio Nacional Narradores de la Banda Oriental por “Variaciones de Koch” y el Premio Clarín Novela por la novela “¿Qué se sabe de Patricia Lukastic?”. ¿Cómo ubicás esos reconocimientos en tu vida profesional?

– M.S.: Además del asunto del ego, los premios y becas sirven para comprar tiempo para hacer lo que quieras. En mi caso me dio la posibilidad de dedicarme de lleno por un tiempo a la escritura, a Topito ediciones (la editorial infantil que dirijo en Uruguay), a terminar el guión de una serie. Sin los premios eso sería difícil porque, salvo algunas excepciones, hacer libros debe ser uno de los peores negocios del mundo. También me sirvió para que la editorial Actes sud publique “¿Qué se sabe de Patricia Lukastic?” en Francia. Va a salir en mayo. Aunque esto lo estoy suponiendo, porque quizá hubieran publicado la novela (que sería la misma) aun sin el premio.


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