Monos, focas y peces

Mirando al sur

Estimado lector, lectora, imagine usted esta situación: llega a su trabajo (una oficina, una fábrica, una empresa, etc.), y una vez allí debe esperar que estén todos para, en el momento indicado, empezar, todos juntos, a realizar la misma tarea del mismo modo. Si desea tomarse un respiro o ir al baño tendrá que esperar el momento en que eso está permitido para todos por igual (aunque no todos tengan las mismas necesidades). Tal vez así trabajaban las dactilógrafas hace cincuenta años (cada una ocupando un escritorio y tipeando al mismo ritmo, según las películas de la época) o sigue sucediendo en las fábricas en las que se trabaja en líneas de montaje, lo desconozco. Pero hay un sitio en donde sí sucede esto de lunes a viernes, de marzo a diciembre: en los colegios en los que se educan nuestros hijos. Nuestros adolescentes deben llegar todos a la misma hora, estudiar las mismas materias del mismo modo junto a un único profesor que puede enseñar a veinte o a cuarenta, sin mucha posibilidad de tener en cuenta las individualidades. Luego deben cumplir con el mismo tipo de tarea, dar exámenes idénticos, comportarse según reglas establecidas para la mayoría. Pueden ir tomar agua o ir al baño durante los recreos o pidiendo permiso (que no siempre se otorga), se retiran todos a la misma hora y, al día siguiente, vuelta a empezar.

Si uno se pone a pensar detenidamente en esta práctica educativa a esta altura del siglo XXI, la conclusión a la que llega es bastante simple: es un disparate, es un despropósito.

Hay un chiste gráfico que circula en la web que sintetiza el tema. En el dibujo hay un mono, un pingüino, un elefante, un pececito en su pecera, una foca y un perro. Detrás de ellos, un árbol, y de frente, un hombre sentado detrás de un escritorio que dice: “Para una selección justa todos deberán pasar por el mismo examen. Por favor, suban a ese árbol”.

J., de 13 años, le teme al agua. No hay mucha vuelta que darle, simplemente el agua en cantidad no es lo suyo. Su miedo puede ser irracional o no, puede esconder un trauma o no, pero solucionar eso no es tema de la escuela. En el secundario que eligieron sus padres para ella Natación es materia obligada y J. se angustia antes de empezar las clases. Sus padres acuden a la escuela para saber si puede realizar otro deporte (no hay), si puede hacer otra tarea durante esa hora (no), si se podría hacer una excepción (tampoco). La coordinadora psicológica del colegio ofrece todo su apoyo y asegura que es mucho más valioso que J. enfrente su miedo y no que sus padres le vayan quitando las piedras del camino, porque cuando no estén ellos para ayudarla ¿qué hará? Por supuesto que el discurso es aceptable, pero la coordinadora debe ocuparse de cientos de chicos y no estará junto a J. cuando le toque meterse en la pileta, nadar (que sí sabe, sólo que prefiere no hacerlo), ser calificada por su rendimiento. Los padres se preguntan si es tan terrible cambiar una hora de natación por una hora de algún otro deporte, pero entienden que si todos los alumnos van a la pileta difícilmente alguien en la escuela pueda hacerse responsable de su hija. Consecuencia: J. no quiere saber más nada con esa escuela, pide que la cambien, se enferma seguido, se deprime, se enoja. Toda su escolaridad está en crisis por una única materia: Natación.

En las materias deportivas es tal vez donde este principio de “todos deben hacer lo mismo” queda al desnudo de la manera más brutal. Quién no recuerda ese momento terrorífico en que era elegido a lo último para los equipos deportivos. O el instante en que llegaba el suplicio de saltar al cajón. O los pelotazos y burlas que recibía por su torpeza en todos los deportes. Pero a la escuela le importa eso de “en cuerpo sano mente sana” y no puede hacer excepciones.

La dificultad de H., 16 años, es distinta pero también popular. H. se bloquea cuando debe dar una lección oral. No tiene inconvenientes al responder preguntas por escrito, redactar trabajos prácticos o armar power point pero, por favor, que no lo hagan hablar delante de nadie porque sencillamente se tilda, como una computadora que necesita ser reseteada. H. ha manifestado su dificultad a sus profesores y algunos lo entienden y le hacen la vida más sencilla permitiéndole escribir en vez de dar examen oral. Pero otros no hacen excepciones (excepción es la palabra clave) y H. suma aplazos; aunque también ha desarrollado estrategias de supervivencia para dar con los profesores comprensivos, y faltar a las clases de los demás con diversas excusas.

Otros sistemas educativos, de otros países, ya han comprendido que no somos todos iguales. Los adultos nos maravillamos cuando leemos los artículos y vemos fotos de chicos trabajando a su ritmo, sin pupitres, a veces hasta sin materias ni aulas. Nos parece utópico que un joven junto a un profesor pueda ir eligiendo el modo en que estudia, los temas, y discuta cómo será evaluado. Y nos parece la mar de increíble que apenas una decena de docentes pueda ocuparse de enseñar en forma casi individual a cientos de chicos, teniendo en cuenta sus potencialidades y dificultades (¡de cada uno!). O sea: existe. Y sabemos que cuando J., H. y tantos chicos como ellos (los que no pueden concentrarse cuarenta minutos en escuchar a una misma persona, los que no soportan estar sentados tanto tiempo, los que necesitan ir más lento en Matemática y más rápido en Ciencias o viceversa, los que sufren migrañas matutinas y siempre llegan tarde) dejen de ser la excepción de la que nadie puede ocuparse, y sean simplemente chicos con sus propias necesidades, podremos empezar a pensar en esas nuevas didácticas y pedagogías y, en definitiva, en cambiar este colegio secundario que junta monos con focas y peces, pide a todos lo mismo y no da para más.

Si uno se pone a pensar detenidamente en esta práctica educativa a esta altura del siglo XXI, la conclusión a la que llega es bastante simple: es un disparate, es un despropósito.

Nos parece increíble que apenas una decena de docentes pueda ocuparse de enseñar en forma casi individual a cientos de chicos, teniendo en cuenta sus potencialidades.

Datos

Si uno se pone a pensar detenidamente en esta práctica educativa a esta altura del siglo XXI, la conclusión a la que llega es bastante simple: es un disparate, es un despropósito.
Nos parece increíble que apenas una decena de docentes pueda ocuparse de enseñar en forma casi individual a cientos de chicos, teniendo en cuenta sus potencialidades.

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