Porto Alegre frente a Davos

Por Aleardo F. Laría

Davos es el pesimismo y Porto Alegre el optimismo». Así rezaba un cartel situado en una de las salas de conferencias del III Foro Social Mundial que acaba de finalizar en Porto Alegre. Tres ejes de debate interesaban a las entusiastas delegaciones venidas de todo el mundo: el rechazo unánime a la guerra contra Irak, el significado de la victoria electoral de Lula para América Latina y la discusión acerca de cómo lograr una globalización alternativa a la actual.

Frente al cliché acuñado por la mayoría de los medios de comunicación, que han caracterizado como movimiento «antiglobalización» a los reunidos en Porto Alegre, sus adherentes se ufanan en renunciar a esos apodos y destacar su condición de alternativa global. Para ellos, «otro mundo es posible», es decir, existen alternativas a una globalización financiera y económica que se muestra incapaz de acortar las grandes distancias de la desigualdad. Esa transformación no busca destruir lo que funciona, sino sustituir lo que no funciona. Por eso -afirma Vidal Beneyto- «la respuesta altermundista es una contestación radicalmente reformista que no se propone actuar a golpe de piquete y de derribos, sino de proyectos y propuestas». No se trata de reemplazar los organismos internacionales, sino de democratizarlos.

Se busca básicamente relanzar la política, recuperarla como un instrumento eficaz para producir cambios y favorecer un debate abierto sobre cómo deben producirse esas transformaciones. Esto explica la pluralidad ideológica que admite el foro. «No nos unen ideologías, sino los valores y principios de nuestra Carta», afirma uno de sus organizadores. Una Carta que excluye a movimientos y organizaciones con visiones fundamentalistas o que defiendan o practiquen la violencia o no respeten los derechos humanos. Pero que exige en cambio compartir un firme rechazo a la globalización neoliberal.

Lula se ha convertido en el líder simbólico de ese otro mundo posible. Esto explica su viaje a Davos (Suiza) para proponer frente a los poderosos reunidos en el Foro Económico Mundial la creación de un Fondo Internacional constituido por los países del G-7 para luchar contra la miseria y el hambre en el Tercer Mundo. Lula denunció la hipocresía de los países centrales que predican el libre comercio pero practican el más crudo proteccionismo. Y tuvo oportunidad de contradecir también dos conflictivas afirmaciones de Felipe González en las que aseguraba que para distribuir la riqueza antes hay que crearla y que la eliminación de los subsidios agrícolas en Europa y EE. UU. no era un asunto tan relevante. «Felipe González dijo que el asunto de los subsidios no es tan importante, pero el fin de ellos es de mucha ayuda para el Brasil y América Latina» señaló Lula. Y con respecto a la cuestión del crecimiento, señaló que en el Brasil la riqueza había venido aumentando en forma constante, pero eso sólo había beneficiado a una élite mientras que la distancia entre ricos y pobres siguió ampliándose.

Para el presidente del Brasil, es necesario reconstruir un nuevo orden económico mundial, combatir el hambre y la pobreza y fomentar la paz. Dijo que «Las transformaciones del orden económico mundial deben pasar también por una mayor disciplina en el flujo de los capitales que se desplazan por el mundo» y reclamó una mayor cooperación internacional para impedir la evasión de capitales hacia los paraísos fiscales. Las transformaciones estructurales que Lula reclamó en Davos pasan por «la creación de empleos dignos, aumento sustancial del ahorro interno, expansión de los mercados tanto internos como externos, salud y educación de calidad, desarrollo cultural, científico y tecnológico». Junto con ello «reglas económicas claras, estables y transparentes, combatiendo de modo implacable la corrupción».

El plan político y económico de Lula puede convertirse en el programa político y económico de toda América Latina. Trabajar para reducir las desigualdades económicas y sociales, profundizar la democracia política, garantizar las libertades públicas, promover activamente los derechos humanos, respetar el derecho internacional y proclamar la necesidad de la paz, son principios universalmente compartidos por los pueblos latinoamericanos. Una paz que será imposible alcanzar sin justicia, es decir, sin remover las causas que impiden una globalización más humana y solidaria.


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