Preguntas concebidas

«¿Por qué es tan dura la dulzura del corazón de la cereza?…¿Dónde encontrar una campana que suene adentro de tus sueños?… (Y otra para los míos) ¿Verdad que es ancha la tristeza, delgada la melancolía?…¿No te engañó la primavera con besos que no florecieron?…¿Sufre más el que espera siempre que aquel que nunca esperó a nadie?».

Pablo Neruda dejó al morir ocho libros inéditos de poesía. «El libro de las preguntas» sería uno de ellos.

Mientras hablan de las inclinaciones políticas del escritor chileno o, de si Borges era o no de derecha, me voy perdiendo. Corro caminando a la biblioteca y recuerdo ese librito verde, lleno de signos de preguntas. Lo que había olvidado completamente eran esas letras nerviosas en birome azul, arrasando con las páginas blancas, transformándose más que en una dedicatoria en una confesión desgarrada.

La historia puede ser en este mismo mes, cargado de ráfagas frías y horas gris plomo. (Sólo que ya han pasado casi tres décadas de inviernos). Alguien enferma, alguien contempla. El que enferma se llena de dudas, de incertidumbres. El que espera y ama, enloquece. Y escribe.

¿Qué pasa con todo lo que prometían las primaveras, las caricias furtivas? ¿Qué pasa con lo que promete el mar cada verano? ¿Qué vida es esta tan distinta a la que dibuja la imaginación?

Los amantes esperan que la operación no sea el motivo que los separe. Prefieren que el hartazgo de años los encuentre odiándose. Prefieren que si la muerte amenaza los encuentre juntos porque es siempre más estoico morir amando.

«Quisiera gritar ahuyentando guardapolvos blancos, corredores fríos, quirófanos verdes y sangrientos», dirá él desesperando.

Ella no responde y ya él agrega: «Se me cae el alma en las costillas, rebota y se queda prisionera. Esta enfermedad es un juego de ajedrez donde nos mordemos intestinos, corazones, ojos. Ese juego de ajedrez absurdo e incomprensible que nos hace caer en oscuras nadas».

(Lo que ninguno sabe es que mientras se abre la carne en el quirófano, se convalece en la habitación, se vuelve a la casa con un seno más pequeño y mustio; hay un ser ya engendrado que pugna contra todo y espera nacer algún día de abril).

«¿O lo que miro desde lejos es lo que no he vivido aún?», se preguntará Neruda con extraña hondura. Y el amante lo repetirá apretando los puños en un rincón mientras observa.

No puede ya decir, no sabe; exaspera. Araña la poesía buscando consuelo. Va anotando en pequeños papeles lo que recuerda o revuelve libros para encontrar grandes frases que lo comprendan y contengan.

Pizarnik se vuelve solidaria y lo abraza susurrando: «Se espera que la lluvia pase. Se espera que los vientos lleguen. Se espera. Se dice. Por amor al silencio se dicen miserables palabras. Un decir forzoso, forzado, un decir sin salida posible, por amor al silencio. Por amor al lenguaje de los cuerpos. Yo hablaba. En mí el lenguaje es un pretexto para el silencio. Esa es mi manera de expresar mi fatiga inexpresable».

Ella abre los ojos. El se ha dormido en un sillón cerca. (Como una hermosa y conocida escena de película).

Se sobresalta. Las preguntas se aquietan ante el roce de las miradas de los amantes. «Es tiempo de encontrar días donde sembrar lo que tanto espera», pensarán, inocentes, al unísono. A lo lejos, sonará una campana.

(«Qué niño no tuviese un motivo para llorar por sus padres», Friedrich Nietzsche).

Nuria Docampo Feijóo ndocampo@rionegro.com.ar


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