Producir alfalfa le permite gambetear la recesión
Con la indemnización que cobró, Roberto Iacopini se gestionó un emprendimiento en Cipolletti. En la granja produce con toda su familia la alimentación necesaria. Sus fardos llegan desde los clubes hípicos a los crianceros pequeños.
CIPOLLETTI (AC).- Para Roberto Iacopini la alfalfa es algo así como los chocolatines para los quiosqueros porque los fardos que va vendiendo día a día le permiten sobrevivir luego de la agria experiencia de haber sido despedido. Este hombre de 55 años no gastó su indemnización en un comercio del centro de Cipolletti de dudosa prosperidad, sino en capital de trabajo: maquinarias, semillas y animales. Así puede, por ahora, hacerle una gambeta al desempleo y huirle a la crisis.
No es un magnate de la alfalfa y es probable que este tipo de producción ni siquiera lo permita.
Vive en la zona norte de la periferia de Cipolletti, en una chacra familiar donde desarrolla parte de su actividad, a pesar de la enorme inseguridad con la que se vive en ese sector. De hecho, fue decisión suya no aparecer en una foto.
La alfalfa y el empleo de su esposa le permite sobrevivir a su familia, pero además de una pequeña granja obtiene alimentos que forman parte del menú semanal. Embutidos, chacinados, conservas y hasta un vino dulzón, todos de elaboración propia, terminan de darle forma a la chacra.
Desde 1983 y hasta 1999 Iacopini trabajó en la frutícola Tres Ases. Era, esencialmente, el encargado del aserradero del galpón de Cinco Saltos.
Pero la empresa decidió cerrar el aserradero y el responsable de esa labor por el propio Iacopini. «Primero eché a todos los empleados (del sector) y detrás fui yo», le contó a «Río Negro» días atrás en su casa de chacra, mientras afuera caía una escarchilla que le sumaba más frío a una tarde gris.
Se nota que Iacopini es un tipo inteligente y que es de esos que no se dejan vencer a la primera de cambio. En vez de masticar rencor -contra el país o la situación- se puso a producir.
Pero no sólo de la producción vive Iacopini porque las maquinarias con las que corta la alfalfa de sus campos y la transforma en fardos le permiten vender servicios a otras chacras de similar producción.
El equipamiento lo compró con el dinero de la indemnización. No fue fácil porque los cheques que le dieron quedaron atrapados luego en la convocatoria de acreedores de la compañía y hubo que esperar.
Su proyecto entusiasmó a los encargados de seleccionar emprendedores dignos de un crédito en el municipio de Cipolletti, que lo asistió con 6.000 pesos en una línea de grandes facilidades de devolución.
La alfalfa no es algo nuevo para él. Su padre la trabajaba cuando era el dueño de la chacra donde, años después, se levantó el barrio El Manzanar II.
La ventaja de la alfalfa -explicó- «es que no se echa a perder y se vende al contado». «Vivo de eso y me la rebusco con los animales», añadió.
Más que la comparación del quiosco y los chocolatines, a Iacopini le gusta la idea de que su negocio es como una panadería: dinero al contado, no mucho, pero todos los días. En eso radica, quizás, la mayor diferencia con un productor de frutas, que depende de los pagos de un galpón de empaque.
Tiene clientes de lo más disímiles: desde clubes hípicos de la región hasta el pequeño criancero que viene con su carro tirado por caballos.
La venta de alfalfa le da ingresos en invierno y la venta de servicios, en verano. Ello le permite cerrar más o menos un flujo de ingreso durante todo el año.
CIPOLLETTI (AC).- Para Roberto Iacopini la alfalfa es algo así como los chocolatines para los quiosqueros porque los fardos que va vendiendo día a día le permiten sobrevivir luego de la agria experiencia de haber sido despedido. Este hombre de 55 años no gastó su indemnización en un comercio del centro de Cipolletti de dudosa prosperidad, sino en capital de trabajo: maquinarias, semillas y animales. Así puede, por ahora, hacerle una gambeta al desempleo y huirle a la crisis.
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