Prolijidades
Por Jorge Gadano
El secretario de Seguridad de la Nación, Enrique Mathov, es un funcionario prolijo, correcto y aplicado. Basta con verlo y oírlo: bien trajeado, cuidadosamente peinado. gestos discretos, lenguaje prudente, gestión -hasta donde se puede en tiempos como éstos- eficiente.
Pruebas al canto: el martes pasado, al cabo de la primera jornada piquetera, el ministerio del Interior informó, con asombrosa exactitud, que habían participado en los cortes 9.693 personas. Si bien no hubo precisiones sobre edad, sexo y nacionalidad de esas personas, sí las hubo, en cambio, sobre las características de los cortes y el número de adherentes según tales características.
Los que más simpatías lograron fueron «los más largos», que reunieron 8.586 personas. Siguiendo el orden lógico de ideas predominantes en la cartera política habría que suponer que los que seguían en cuenta descendente eran «los menos largos» o «no tan largos», pero no fue así. En el segundo lugar del informe atribuido a Ramón Mestre, ministro del Interior -pero del que brota en torrente el pulso mathoviano- el patrón de medida cambió. Seguramente, el psiquismo del secretario sufrió alguna desviación brusca y entonces pasó de una medida de tiempo a otra aparentemente territorial. Estos fueron, por lo tanto, «parciales», y los participantes sumaron 407. No estamos en condiciones de informar sobre si fueron largos, medianos o cortos porque el informe guarda silencio al respecto.
Se nota el cansancio mental en la caracterización de la tercera y última categoría. Ya ni tiempo, ni territorio, ni nada. El informe dice que se contaron 670 participantes «en todas las demás manifestaciones». Allí entrarían los que estuvieron a un costado y por poco tiempo, los vendedores de choripanes, infiltrados de la SIDE, federales de civil, Raúl Guglielminetti disfrazado de barrendero, pastores evangélicos y los 500 inspectores de Patricia Bullrich que, seguramente, ayudaron en el conteo. A esa altura el esfuerzo intelectual habría dejado exhaustos a los redactores del informe.
Mathov, en cambio, no se detiene. Con la misma solicitud que aplicó a acomodarle los papeles a Mestre en la última conferencia de prensa que el ministro ofreció, explicó a un diario las maravillas de una picana eléctrica de última generación que, en estudio todavía, podría reemplazar -con la ventaja de ser legal- al anticuado aparato que inventó Leopoldo Lugones(h) durante la dictadura del general Uriburu.
Se trata de «una pistola eléctrica capaz de descargar 50.000 voltios para paralizar delincuentes sin provocarles daño». Mathov dijo que el juguete sería entregado a la Federal y a la Gendarmería, lo que hace surgir la primera duda, porque la Gendarmería no se ocupa de la delincuencia.
Luego está lo de los 50.000 voltios que no hacen daño. ¿Habrá que pensar que son como una cosquilla? Mathov, siempre dispuesto a dar hasta el menor detalle, explicó, didáctico, que la pistola sirve para controlar casos de personas armadas fuera de sus caballes o -lo que es más o menos lo mismo -víctimas de ataques de locura. Así, lo que un psiquiatra resuelve con una descarga de Valium, un federal o un gendarme lo arreglan con la pistola.
Vamos a ver de qué se trata. El arma, de aire comprimido y con un alcance de cinco metros, dispara un cartucho que contiene dos dardos, unidos a la pistola por unos alambres muy finos. Al clavarse en el cuerpo del demente la descarga le provoca parálisis y una serie de movimientos musculares incontrolables. Sería como un electroshock pero, al igual que la picana, no hace daño. ¿No es una maravilla?
Es. además, una pistola «humanista», porque, dijo Mathov, evita el gatillo fácil. Ahora, un federal atacado con una 9 milímetros por un asaltabancos tiene que responder con un arma similar, y puede llegar a matarlo. En cambio, si tiene la eléctrica -y con esa vocación por salvar vidas de delincuentes que singulariza a nuestra policía- se limitará a despatarrarlo con los inofensivos dardos. Lo que no explicó Mathov es lo que pasará cuando la distancia entre policía y delincuente supere los cinco metros. Lo que pasa es que sólo excepcionalmente se da esa distancia entre policías y delincuentes. Pero sí se da en los enfrentamientos con manifestantes.
Otra ventaja: si bien Mathov, curándose en salud, aseguró que «no es una picana», admitió que la pistola puede ser usada como un arma de contacto. La tendrán solamente «grupos especiales», pero como es legal, no será un delito dejar algunas en las comisarías para los interrogatorios «severos» denunciados en estos días por jueces federales que asistieron a un encuentro internacional realizado en Buenos Aires.
Existe, no obstante, una duda, como es la de si en estos tiempos de ajuste se puede hacer ese gasto. «No es tan caro», dijo Mathov. En Estados Unidos cuesta 250 dólares, pero comprando un buen lote se puede conseguir más barata.
La policía británica la tendrá a fin de año. La Argentina, en el rumbo primermundista que le señaló Carlos Menem, debe tenerla también. ¿Una ironía? Mathov declaró que la pistola «es un elemento más que nos pone al mismo nivel que los países más desarrollados».
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