Protestas y propuestas (I)

 

Esta querida ciudad, que a medida que crece y progresa (¿?) incrementa sus problemas, tiene uno que cada tanto suscita apasionadas protestas y polémicas propuestas. En este caso, circula una iniciativa para derogar la ordenanza que la proclama «municipio no eutanásico». Hablo de los perros, claro.

Una de esas propuestas, del lado de los defensores de la vida canina a cualquier precio, fue una marcha perruno-animal, paseando el mantenimiento responsable de sus pichichos. Aplaudo fervorosamente cualquier bandera que un grupo de personas decida testimoniar, cuestión nada fácil, si bien debo decirle: es una marcha obvia.

Obvio: por contrario sensu (o algo así), es altamente improbable una marcha de los dueños irresponsables, dado que sus perros no les harían caso, porque por eso andan sueltos, muerden, cagan en cualquier lado, en fin. Una alternativa sería llevar pancartas de los perros ausentes, pero dado que está claro que los dueños son los ausentes, esta marcha es decididamente imposible.

Para demostrarle y compartir con usted que soy una ciudadana constructiva, ahí va una propuesta para la cual le pido paciencia y cierta apertura mental (y moral). Seguramente recuerda el cuento del flautista de Hamelin, ¿verdad? De acuerdo; el tema se trataba de ratas, y está por comprobarse si fue un cuento. Verdades más grandes se han tergiversado. Pero supongamos que tal persona existe, es decir, una persona con la habilidad y el instrumento adecuado para atraer a los perros, y sólo a los perros mordedores y a los callejeros de esos que te hacen caer de la bicicleta, que también son agresivos, sin duda.

Tenemos varios problemas que solucionar, y no es el menor la forma de contactarlo, porque ¡vamos, no pondríamos un aviso en el diario; medio bando se vendría encima! De modo que habría que acudir a algún método similar al cual se contrata gente para hacer tal o cual cosa al margen de la ley, algo así como el agente 007 de los perros. Además, y tal como ocurre en este célebre ejemplo y otros, «si es descubierto, Su Majestad negará toda vinculación». El otro problema es que nuestros ríos, al calor de la energía que demanda la megalópolis porteña y aledaños, tienen poquísima agua, y si tuvieran mucha, los perros al contrario de las ratas, ¡saben nadar!

Pero no debiéramos preocuparnos de tales minucias: el tal flautista (¿o usará un silbato para perros, y en tal caso sería silbatista?) sabrá qué hacer. Después de todo, cuando se encargan este tipo de cosas, cuanto menos se sepa, mejor.

He dejado para el final el asunto de las cagadas masivas, hecho quizás menos drástico que destrozar un niño, pero se trata de esas pequeñas cosas que pueden arruinar el día de cualquiera. Finalmente, me he decidido por no incluirlos en los deberes del flautista o silbatista, y en cambio, doblaré la apuesta que hice el año pasado, a saber: no le desearé, si usted pertenece al reino de dueños y dueñas irresponsables, «que el año nuevo le depare una palita y una bolsita, y el firme propósito de usarla».

Le sugeriré, a la sufrida multitud que aguanta esta verdadera porquería, que regale la palita y la bolsita a aquellas personas que sí sabemos porque suelen estar muy cerca de nosotros sueltan sus pichichos y que pase lo que Dios quiera, que suele ser un acontecimiento desagradable.

Este regalo tiene la ventaja de ser muy barato, y además puede usarse la escobilla del baño, que para el caso, tiene el mismo destino. Y para que no queden dudas, podría pegarle un perrito cagando; si bien adquiría cierto carácter porno-provocador de consecuencias imprevisibles.

Por mi parte, lo haré en forma anónima. Sí, sé que soy cobarde… pero el carácter de «conocidos», o «vecinos» plantea ciertas cuestiones, y yo, a diferencia del flautista o el silbatista debo seguir aquí.


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