Pudo multiplicar su producción de escobillones
El taller de Eduardo Azcurra saltó el corralito y sigue en carrera. Multiplicó por diez su producción: el año pasado hacía 1.500 escobillones por mes, ahora largará al mercado unos 15.000. Cuando tienen un rato libre, sus dos hijos le ayudan en la fábrica, donde se demanda un trabajo familiar de diez horas diarias, como mínimo. El mismo cuenta detalles de su éxito.
NEUQUEN (AN).- El taller de Eduardo Azcurra ocupa el frente de la casa de la avenida Doctor Ramón, donde termina el asfalto, en el barrio San Lorenzo, en el oeste de esta ciudad.
Hasta el año pasado, el taller producía 1.500 escobillones por mes, que se sumaban a los lampazos, plumeros y escobas que Azcurra y sus dos hijos varones trabajan en el taller del fondo. Con esfuerzo y voluntad, pudo saltar el corralito e automatizar el taller y multiplicar por diez la producción, llevándola a 15 mil escobillones por mes.
Ahora espera que se normalice la economía del país, que retorne la previsibilidad para pisar el acelerador del taller, estimulado por una pequeña apuesta de organismos públicos de fomento.
Sin embargo, tanto Azcurra como los que supervisan su trabajo, coinciden en que el esfuerzo es primordial en el mantenimiento de «La cepillera del sur», su fábrica.
La máquina, de fabricación nacional -«la compré justo antes de la devaluación», dice Azcurra, «ahora no me la vendería nadie, porque los únicos equipos que hay son italianos y se pagan en dólares»-, está instalada en lo que fue el garaje de la casa. Su piso de producción es un cepillo cada cincuenta segundos o un minuto, puede hacer hasta 500 por día, y 15 mil por mes «pero también se puede aumentar al doble».
Azcurra trabaja con sus dos hijos mayores: uno estudia comunicación social en General Roca y el otro ciencias de la computación en esta capital. «Cuando tienen un rato libre, me ayudan».
La familia se mantiene con ese trabajo, a razón de diez horas diarias, que se alternan entre el taller de producción de cepillos y escobillones mecánicamente y la fabricación de plumeros y lampazos, que es más artesanal.
Cuando comenzó a trabajar en Neuquén, Azcurra tenía una producción exclusivamente artesanal: hacía escobas de Guinea -las tradicionales con paja, proveniente de la provincia de Buenos Aires, ver aparte- y escobillones de cerda, que adquiría en el mercado local.
Al iniciar su empresa, hace 25 años, comenzó a crecer en función de sus contactos comerciales, y paulatinamente llegó a una producción de 1.200 artículos mensuales. Trabajaba con uno o dos empleados, según la demanda.
Se convirtió en el único productor local en ese renglón, y comenzó a competir en condiciones desventajosas, con un empresario de Buenos Aires, que llegaba a Neuquén con un mejor precio en escobas. Como producto de la competencia y de la relación comercial establecida -Olivetto Hermanos era, además, proveedor de insumos de Azcurra- se formó una alianza estratégica que terminó con la producción de escobas local pero comenzó a desarrollarse la fabricación de cepillos, lampazos y plumeros, que se comercializan en Buenos Aires y otros distritos.
La alianza se tradujo en la venta del equipo y herramientas para la fabricación de escobas y en la adquisición -crédito mediante- de la máquina para producir los cepillos. Al comienzo, Azcurra tentó una escala reducida, de 1.500 cepillos por mes -una sola línea de artículos- que se alternaba con lampazos y plumeros.
Los cepillos son de cerda natural producida localmente, y representan el mayor valor comercial del taller por su proceso de manufactura, que es realizado totalmente por Azcurra, con la consiguiente disminución del costo unitario.
El proceso de automatización, logrado mediante el crédito de la dirección municipal y el apoyo simultáneo del Centro PyME -asesoramiento técnico y financiero para obtener el código de barras y etiquetas-, le permitió mantenerse en el mercado «pese los factores adversos».
Qué piensa hacer para disminuir los costos
NEUQUEN (AN).- Arsenio Delgado, ingeniero de la Universidad Nacional del Comahue, pudo descifrar los secretos de la instalación y puesta en marcha de la máquina. Los problemas fundamentales eran los detalles para el funcionamiento y la coordinación de las etapas de producción. Ahora, con las actuales condiciones del mercado, Eduardo Azcurra no produce la cantidad necesaria para cubrir los 15 mil escobillones mensuales, porque adquiere insumos a cuentagotas: «lo máximo son tandas de tres mil», dice.
Calcula que entre seis y diez meses más podrá recuperar el ritmo de trabajo y poner en funcionamiento «a pleno» la producción del taller. Dice que actualmente las ventas están en un nivel muy bajo, pero «se puede llegar a una mejor comercialización».
Considera que sus precios son competitivos ya que iguala o mejora los de Buenos Aires, donde hay una producción importante, y estudia «hacer las bases plásticas en el taller, de manera artesanal, para disminuir más aún los costos».
En cuanto a insumos, las plumas de ñandú -para plumeros- y los hilos de algodón para los lampazos se obtienen localmente, pero el escobillón lleva una base de plástico de PVC, que puede fabricarse mediante inyección en moldes, cerdas y alambre -cuyos precios aumentaron desde enero, el doble.
La alianza estratégica
NEUQUEN (AN).- En 1976, Eduardo Azcurra se radica en esta capital e instala, sobre la ruta 22, una pequeña fábrica de escobas de Guinea, lampazos, plumeros y cepillos. Su producción servía para abastecer la demanda local a través de los comercios mayoristas de Neuquén.
La materia prima venía de San Pedro, provincia de Buenos Aires, una zona que abastece a la mayor parte del país con paja de Guinea. Hace veinte años conoció un proveedor que se convirtió en su principal abastecedor. La relación concluyó en una sociedad: comenzó a distribuir el excedente mensual de la producción del puntano ya transformado en neuquino entre sus clientes en otras provincias.
Así se conformó una figura comercial que parece copiada del gobierno provincial: Azcurra llama «alianza estratégica» a su unión con Olivetto Hermanos. Esa firma prendó uno de sus camiones para que su socio neuquino pudiera tomar el préstamo que le dio la municipalidad a través de la dirección de Emprendimientos productivos, que conduce Pablo Mastroberti.
Con los 15 mil pesos en la mano, que devolverá en tres años, Azcurra logró no sin esfuerzo saltar el corralito bancario y pagar la máquina que hoy le permite disponer de una capacidad de producción de 15 mil unidades mensuales.
El problema es que «me asignaron la plata y la máquina llegó cuando instalaron el corralito». El transporte del equipo fue un préstamo, porque prácticamente no le quedó margen: las condiciones del mercado cambiaron -de 60 días de plazo comenzaron a exigirle el pago en «contado rabioso»- y la falta de insumos -por su precio- bajaron al 20% su horizonte de producción. Además tuvo que afrontar una serie de gastos extra que se sumaron a la falta de insumos, o a la duplicación de sus precios.
foto: Desde hace 25 años Azcurra crece con su fábrica de artículos de limpieza. En la foto junto a su hijo que estudia en la UNC de Roca.
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