¿Qué ciudad queremos, la del auto o la del peatón?
Por Ramón Martínez Guarino
Qué ciudad queremos es una pregunta importante y cada vez más frecuente. La democracia, los medios de comunicación, los problemas cotidianos que golpean diariamente a los habitantes de las jóvenes ciudades del Alto Valle llevan a este tipo de interrogantes. Otros van más allá y afirman que es el momento de definir “el perfil de la ciudad que queremos”, y en ese sentido casi todos los municipios cercanos están impulsando lo que se ha dado en llamar “planes estratégicos”. Si se quiere, hay como una moda, pero que responde a la necesidad de democratizar las decisiones centrales o estratégicas de la ciudad, en escenarios participativos donde se buscan la expresión y los aportes de los distintos sectores de la comunidad, o actores sociales, como se les suele llamar. Cipolletti y Roca han avanzado, también Allen y Plottier, Villa El Chocón y San Patricio del Chañar caminan en esa dirección. Paradojalmente Neuquén, la más importante en ese aspecto, retrocede: se desactiva el Plan Urbano Ambiental (un plan estratégico con otro nombre, que si bien tiene limitaciones en algunos aspectos, como ser en definiciones relacionadas con desarrollo económico, fue un avance importantísimo); se deja languidecer, al extremo, al Consejo Asesor Económico, Social y de Planeamiento, creado por la Carta Orgánica y puesto en marcha con 140 organizaciones intermedias y sustanciosos discursos del intendente y del presidente del Concejo Deliberante, en abril del 2000.
Naturalmente todos queremos una ciudad linda y agradable para vivir, pero eso no se logra espontáneamente, requiere de una concepción, un horizonte hacia donde caminar y una planificación que ordene esa caminata, que la haga lo más coherente y armónica posible. Se requieren ciertas definiciones básicas compartidas por habitantes y gobernantes, con cierto compromiso colectivo de ser todos parte de una historia común, de lo contrario la ciudad corre el riesgo de convertirse “en una jungla de cemento” en la cual los humanos luchan entre sí en un mar de conflictos sin encontrar el destino común.
El conflicto principal
En la ciudad los conflictos existen y en cierta medida son inevitables. Cuando los hombres se agruparon de otra manera y salieron de sus relaciones más primitivas con la naturaleza, comenzaron a gestarse nuevos conflictos, entre sí y con el propio medio ambiente. Cuanto más crece una ciudad, más crecen sus conflictos. La cuestión es ser conscientes de los mismos, ponerlos sobre la mesa, abordarlos con la cantidad de herramientas que nos da el conocimiento y además con la visión de lo que ha ocurrido o está ocurriendo en otras ciudades que tienen por lo general los mismos problemas, pero más experiencia, más historia y a veces más conciencia ciudadana.
A esa interpretación de la ciudad como un escenario vivo con un abanico de conflictos e intereses diversos le corresponde un abordaje diferente al que se adoptaría si se piensa que todo está bien, que basta con levantarse a la mañana e improvisar una obra, una acción más o menos ingeniosa, o salir corriendo a solucionar problemas con la metodología del bombero.
En primer lugar hay un reconocimiento de la gradualidad en importancia y de la interreación que tienen esos conflictos, lo que permite, en muchos casos, que solucionados unos se solucionen otros menores. En segundo lugar, analizar y reflexionar sobre cuál es el conflicto principal para poder meterle el diente y adoptar definición como una idea fuerza, como idea estratégica.
Por lo general en las ciudades de rápido crecimiento y que superan los 200.000 habitantes el conflicto principal está planteado entre el peatón y el auto. En el caso de la ciudad de Neuquén, este conflicto recién empieza a manifestarse y el que piense que abriendo un par de calles se soluciona, se equivoca feo y corre el riesgo de agravarlo.
A todos nos gusta tener auto y andar en auto, y sin duda fue (digo fue) uno de los símbolos del progreso del siglo pasado. Pero una ciudad que prioriza el auto, con autopistas, avenidas y calles veloces, naturalmente castiga al peatón (Caracas probablemente sea el ejemplo más calamitoso de ese “progreso” petrolero en la década del ’70, y ese fenómeno urbano ayuda a encontrar explicaciones al curioso proceso político posterior).
Una ciudad en la que el peatón corre riesgos aunque esté cruzando la calle en la esquina con el semáforo en verde y transitando por la cebra, es una ciudad donde el auto es el que manda; una ciudad en la que no hay senderos ni plazas para los peatones, donde no se puede andar en bicicleta; una ciudad en la que el transporte colectivo es malo y por lo tanto sólo es posible movilizarse en auto, es una ciudad que no prioriza al peatón y en cierta medida discrimina a los sectores de menores recursos que no utilizan ese medio de transporte; una ciudad que hace un plan de pavimento ensanchando calles más allá de lo recomendable, lo cual genera más velocidad, sin definir una estrategia para las veredas, el verde y el arbolado urbano, es una ciudad que se olvida del peatón; una ciudad que abre calles en un parque para favorecer el tránsito quiere más a los autos que a los peatones; una ciudad en la que para tener status hay que tener auto e ir a trabajar en él, aunque sean pocas cuadras y quede estacionado buena parte del día, es una ciudad con una cultura que valora más los engranajes que las caminatas y el cuidado de la salud; una ciudad donde hay muchos autos y muchos caños de escape es, inevitablemente, una ciudad contaminada y por lo tanto poco apta para los peatones; una ciudad en donde predomina el auto es una ciudad peligrosa para los adultos pero especialmente para los niños que ven cada vez más reducida su capacidad de desplazamiento.
Dicho todo esto hay que agregar: no se trata de destruir ese maravilloso invento que es el automóvil, se trata de darle el lugar que le corresponde y no dejarlo que se convierta en nuestro amo, en el patrón de la ciudad. Esta es una discusión que está instalada en casi todas las ciudades del mundo y que aquí todavía nos la debemos.
Parece lógico pensar que todos queremos vivir en una ciudad feliz, armónica, segura, con identidad y, sobre todas las cosas, con escala en la cual los hombres, las mujeres y los niños estén en el centro de la escena. Pero en los hechos se están gestando acciones y obras que contradicen ese horizonte.
Por todo lo que está en juego, vale la pena abrir la discusión sobre estos temas; no le hace mal a nadie, no es contra nadie, es en favor de una búsqueda de lo mejor, de la ciudad que queremos.
(*) Ex secretario de Estado del Copade.
Qué ciudad queremos es una pregunta importante y cada vez más frecuente. La democracia, los medios de comunicación, los problemas cotidianos que golpean diariamente a los habitantes de las jóvenes ciudades del Alto Valle llevan a este tipo de interrogantes. Otros van más allá y afirman que es el momento de definir “el perfil de la ciudad que queremos”, y en ese sentido casi todos los municipios cercanos están impulsando lo que se ha dado en llamar “planes estratégicos”. Si se quiere, hay como una moda, pero que responde a la necesidad de democratizar las decisiones centrales o estratégicas de la ciudad, en escenarios participativos donde se buscan la expresión y los aportes de los distintos sectores de la comunidad, o actores sociales, como se les suele llamar. Cipolletti y Roca han avanzado, también Allen y Plottier, Villa El Chocón y San Patricio del Chañar caminan en esa dirección. Paradojalmente Neuquén, la más importante en ese aspecto, retrocede: se desactiva el Plan Urbano Ambiental (un plan estratégico con otro nombre, que si bien tiene limitaciones en algunos aspectos, como ser en definiciones relacionadas con desarrollo económico, fue un avance importantísimo); se deja languidecer, al extremo, al Consejo Asesor Económico, Social y de Planeamiento, creado por la Carta Orgánica y puesto en marcha con 140 organizaciones intermedias y sustanciosos discursos del intendente y del presidente del Concejo Deliberante, en abril del 2000.
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