Que el fuego sea una emergencia, no un desastre

Editorial

El fuego ha acompañado al hombre desde el principio de la historia y ha cumplido un rol fundamental en su desarrollo tanto como ha protagonizado enormes tragedias, cuando se sale de control. Ante el poderío devastador de las llamas, a muchas poblaciones no les quedaba más que implorar la ayuda de la naturaleza para combatir su poder destructivo.

Un tipo de deja vu ancestral parece haber asaltado en las últimas horas al rabino Sergio Bergman, ministro de Medio Ambiente de la Nación, cuando en un encuentro en Bariloche para organizar los preparativos de prevención de incendios de cara a la próxima temporada vacacional manifestó, ante los recortes presupuestarios que sufre su área: “Como creyente que soy, para el próximo verano los más útil que podemos hacer es rezar”.

La cita pudiera ser uno más de algunos comentarios pintorescos del nuevo elenco de gobierno, donde a menudo el estilo “informal y desacartonado” que pretenden cultivar los lleva a olvidar que son la palabra oficial de la máxima autoridad política del país y que sus palabras tienen un impacto mucho más importante que una simple charla de café.

La frase, multiplicada hasta el infinito por los medios y redes sociales, instala un clima de pesimismo en un momento en que tanto Nación como las provincias patagónicas y municipios debieran encarar una etapa crucial en la preparación de un sistema coordinado de prevención y combate de los incendios forestales que el año pasado arrasaron con miles de hectáreas de bosques nativos y amenazaron a zonas urbanas, complejos turísticos y viviendas rurales de nuestra región.

El recorte presupuestario llega en un mal momento, ya que la sequía y las previsiones climáticas auguran una compleja temporada veraniega para los bosques de Neuquén, Río Negro y Chubut, que representan un 10% de las 1.120.781 hectáreas de la superficie forestada de nuestro país.

Y, como señalan los expertos, de abril a noviembre debieran concentrarse los mayores esfuerzos para mejorar el control y la prevención de los siniestros. Debiera ser el momento de los convenios de cooperación interjurisdiccionales, gestión de elementos y preparación de infraestructura, capacitación de recursos humanos, simulacros en zonas de riesgo y charlas educativas en colegios e instituciones. Y de investigar sobre sus causas, que en su mayoría se deben a la acción humana, aunque casi un 40% permanece en las sombras estadísticas como “origen desconocido”.

En la temporada pasada, varios hechos tuvieron en vilo a nuestra zona cordillerana. Un incendio de grandes proporciones en la Ruta 40 alcanzó a dañar viviendas en Bariloche y afectó a valiosos parajes en la zona del Nahuel Huapi. Poco tiempo después ardieron miles de hectáreas de bosques nativos en la zona de Cholila y Lago Puelo, el mayor siniestro de los últimos 70 años. En el caso de los incendios en el parque Los Alerces, los vecinos lucieron mejor organizados que el Estado. Sabiendo que la caña colihue había florecido el año anterior, habían conformado un plan de contingencia, tenían detectadas fuentes de agua, habían relevado casas, caminos y posibles vías de evacuación. Por eso se extrañaron de que al declararse los primeros focos no estuvieran en la zona o disponibles de inmediato los aviones hidrantes (contratados de apuro en Chile), no hubiera torres de vigilancia ni estuvieran suficientemente preparadas las brigadas para combatir las llamas.

Más allá de las polémicas afirmaciones de Bergman, este año ya hubo reuniones para coordinar acciones entre autoridades nacionales, provinciales y municipales ante la próxima temporada. Se acordó mejorar el intercambio de tecnologías disponibles en las áreas de emergencia y unificar criterios para anticiparse a los incidentes. En Bariloche, en marzo, se avanzó en estrategias preventivas para los denominados “incendios de interfase”, cerca de zonas urbanas. Como explicó allí un expositor, la diferencia entre “desastre” y “emergencia” es tener capacidad y estrategia para anticipar y resolver situaciones graves. Todas las instancias del Estado deberían acelerar contactos y disponer de recursos para resolver emergencias, en vez de esperar a que la ayuda caiga del cielo.


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