«¿Qué está pasando con los jóvenes en la Línea Sur?»

Qué nos está pasando con los jóvenes (adolescentes) es una pregunta que a veces queremos responder pero no encontramos una respuesta apropiada o quizá sí; particularmente, creo que este interrogante puede tener más de una contestación, desde la más simple hasta la más compleja.

Podemos abordar el tema desde varios puntos de vista: psicológico, religioso, sociológico etcétera. Pero estos aspectos no funcionan si no se sabe cómo llegar: es ahí donde se debe trabajar con más énfasis, porque es el centro del problema, la clave del complejo e intrincado sistema conductual, muy variable en nuestros adolescentes. A través de la comunicación podemos, en parte, entender a los jóvenes; ésta es la parte más difícil del proceso, porque no solamente debemos saber aconsejar, orientar, guiar, sino algo más importante: escuchar, entrar en su frecuencia para saber, por ejemplo, cuáles son sus sueños.

Uno de los interrogantes clave es: ustedes, ¿cuánto le dedican a su hijo? Y no me refiero al aspecto material sino al afectivo; es una pregunta que más de uno deberían replantearse.

También creo que la sociedad en que vivimos se preocupa u ocupa más de la economía que de los afectos. Con esto no quiero decir que no sea importante, pero lamentablemente la parte afectiva queda desplazada a un segundo plano. Esto muchas veces se ve reflejado en conductas violentas, delictivas o -en el peor de los casos- suicidas. Éstos no son más que mensajes indirectos de los jóvenes que, al no ser escuchados o -más precisamente- entendidos, reaccionan de esta manera como última alternativa para no pasar inadvertidos; es un pedido de auxilio desesperado que no tiene vuelta.

No hace falta reflexionar mucho para darse cuenta de cuán grave es la situación que estamos viviendo; en muchos casos el medio familiar o ambiente ya no satisface sus necesidades y entonces buscan otras alternativas que les venden a la vuelta de la esquina y de manera casi legal.

Esto nos está llevando hacia el borde del precipicio, un escalón más abajo de los valores; después de haber descendido una larga escalera, el escalón más desgastado es éste.

Lamentablemente, a través de los años hemos perdido gradualmente estos tan preciados valores, un sinnúmero de ellos ya casi ni figura; por ejemplo, el respeto hacia nuestros mayores, el saludo cotidiano… esto todavía se conserva en los pueblos pequeños, no así en las grandes ciudades.

En los pueblos pequeños es más fácil tratar este tema, en una planificación de ciudad a largo plazo, que hacerlo en una gran urbe. Para tratar de evitar este tipo de problemáticas hay que trabajar desde varios centros, por así decirlo, y uno de los más importantes es la escuela, aunque no es la única responsable; acá todos tenemos responsabilidades y hay que asumirlas.

Invito a todos los docentes y no docentes e intendentes de la Línea Sur a reflexionar sobre el tema y a adoptar medidas tendientes a mejorar la calidad de vida de sus habitantes.

 

Mauricio Hermosilla

DNI 25.036.048

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