«¿Qué hicimos para que nos odien tanto?»

El arte y la historia en la mirada de una artista argentina de origen armenio que vive en Berlín.

El 24 de abril de 1915 el mundo quedaba sin palabras. En Turquía se consumaba un horror. La matanza de 250 intelectuales armenios en manos de turcos, es algo que todavía nadie se explica. A partir de ese momento, como consecuencia del desastre, el pueblo armenio se fue perdiendo, en un forzado éxodo alrededor del mundo.

La plástica argentina Silvina Der-Meguerditchian es descendiente de armenios, y ha forjado, con dolor e incomprensión, una reconocida carrera artística en Europa. Hoy, a 92 años del brutal genocidio y mientras Europa reaviva la discusión de incluir a Turquía en la Unión Europea, Silvina no descansa. «Siento que esto definitivamente marcó mi vida. Las cosas dichas y las no dichas. Los silencios, que son a veces peores que los relatos. Creo que mi profunda necesidad de reconocimiento viene de ahí, del hecho de que no nos quisieron, nos delataron. Todavía me sigo preguntando: ¿qué hicimos para que nos odien tanto?»

«Reconciliación sin olvido» pareciera decir la obra de esta brillante e ingenua mujer, que sin temores expresa su frescura de niña y cuestiona, de manera visceral, la identidad y la existencia desde las preguntas más básicas qué somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.

«El año pasado estuve por primera vez en Turquía y viví una sensación muy extraña. A pesar de ser el país de origen de mis abuelos y de sentirme identificada con muchas cosas, sentí la imposibilidad y la negación de poder quererla. Fue una ambivalencia de amor y odio que creo, tiene que ver con rechazar una parte de uno mismo. Las emociones me dificultan poder ver la complejidad de las cosas y me llevan a una imagen más en blanco y negro, de buenos y malos. Aunque mi deseo es perdonar, para que suceda se tienen que dar las condiciones en el proceso de reconciliación, confrontarnos con el pasado, reconocer responsabilidades históricas y pedir disculpas. Algunos turcos ya lo hicieron y es una sensación muy curadora».

Como no entender su búsqueda, como no conmoverse cuando una artista tan comprometida sabe que esto no se puede postergar. Entonces, como no desear que su obra salga e interactúe con el público. «Esa es mi vida. Si no tengo devolución del público, si mi obra está en un sótano a oscuras, veo poco fin en lo que hago. No puedo negar que me gusta el reconocimiento. Me parece que todo lo que hago, es porque quiero crear buenas impresiones y creo que es lo único que uno se puede llevar de este mundo. No hablo de lindas, hablo de buenas».

En su casa de Berlín trabaja de día mientras toma mate, escucha música y también canta. Y París es como su otra casa; trabaja de noche y lleva una vida más nocturna. Reconoce que el ámbito urbano o espacio físico determinan bastante su forma de trabajar.

«Hay un motor en mi vida que me lleva a situaciones en las que aparecen diferentes sensaciones y que provocan un proceso de creación dentro mío. En ese proceso hay un camino que me aleja de la sensación y me lleva a parajes más abstractos y de nuevo a sensaciones. Me hace acordar a un ser rumiante, mastico, digiero y lo vuelvo a masticar. Tengo un hilo que me empuja en esa búsqueda. Al principio fue de adentro hacia afuera, como una intranquilidad por encontrarme. Pero lo que me motiva especialmente es el tema de la unión, la sutura y la conexión. Todo tipo de enlace, que dentro mío funciona como una obsesión. Generalmente comienzo con un concepto bastante definido, pero después sobre la marcha cambia, justamente por eso mi trabajo tiene una vía muy sensual, cuando veo la cosa hecha o como se va concretando voy tomando otros caminos».

 

MARTIN VALBUENA


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