¿Qué le queda a Taiwán?
Por Eduardo Basz
La multitudinaria visita del presidente Kirchner a China continental ha generado expectativas desmesuradas e inmediatistas respecto de sus efectos económicos en la Argentina. En esto parece haber una suerte de «consenso nacional» del que participan los políticos, los empresarios y los medios. La pregunta es: ¿qué le queda a Taiwán?, el pequeño dragón que en pocos decenios pasó de exportar aquellos famosos paraguas baratos a ser una potencia informática y de una dictadura de «terror blanco» a una democracia política como la de cualquier sociedad primermundista. El embajador Enrique Chuen Hsiung Liu, director de la Oficina Comercial y Cultural de Taipei, toma el asunto con bastante tranquilidad y buen humor.
«El gobierno argentino siempre ha tenido una política: quiere mantener una relación diplomática con China continental. Pero la Argentina no quiere que esa relación impuesta por la realidad internacional afecte la oportunidad de desarrollar relaciones comerciales, culturales y técnicas con Taiwán. Yo personalmente pienso que a través de la visita del presidente Kirchner, Argentina tiene muchas perspectivas de desarrollar mucho más profundamente que antes sus relaciones con China continental. Pero si el gobierno mantiene la misma política con Taiwán (de que sus relaciones con China continental no nos afecten a nosotros) y el gobierno no pone demasiadas consideraciones políticas sobre el desarrollo de las relaciones comerciales y culturales con Taiwán, entonces no creo que la visita del presidente Kirchner vaya a afectar las relaciones sustanciales con Taiwán. Nosotros no recibimos ningún mensaje de que la Argentina vaya a cambiar su postura con Taiwán».
Desde hace por los menos diez años, Taiwán ha realizado numerosos esfuerzos y varias campañas para volver a las Naciones Unidas. Todos esos intentos han fracasado. Aun así, el gobierno de Taipei sostiene esa demanda de manera infatigable. «Hay un hecho: la existencia de Taiwán, donde hay un gobierno efectivo y una economía próspera que es la 17 del mundo, un poder económico real. Después de más de 50 años eso es algo evidente». Como veterano de la diplomacia taiwanesa, Liu recuerda cuando «en 1971, las Naciones Unidas nos expulsó, pero Taiwán sigue ahí. El único problema para nuestra reincorporación es la oposición de China continental. Aunque Taiwán es pequeño (tiene el tamaño de Holanda) y cuenta con 23 millones de habitantes, la comunidad internacional no puede ignorar el hecho de nuestra existencia. Nosotros pensamos que eso no sólo es absurdo sino también injusto, porque le causa muchos inconvenientes a nuestro pueblo. Por ejemplo, cuando sucedió el SARS, la OMS al principio rechazó enviar expertos para ayudarnos. Eso causó que luego Taiwán fuera el último lugar al que la OMS declaró erradicada la enfermedad. Quiere decir que hay más muertos por eso. Ese costo nosotros lo soportamos con gran tristeza. China es grande, importante, nosotros no pretendemos que todos los países del mundo dañen sus relaciones con ella. Por eso nosotros no pedimos ser miembro pleno. Pedimos ingresar como observador, quiere decir participar, entender lo que pasa y si afecta nuestros intereses expresar nuestro pensamiento, no más que eso ya que no tenemos voto. Ese es el gran deseo del pueblo y el gobierno: de incorporarse otra vez legalmente a la comunidad internacional. Pensamos que esto es lógico. Taiwán es la única excepción en el mundo al que la comunidad internacional no le permite la justa participación en sus organismos».
Después de haberse consolidado como una potencia del hardware (con un instituto de rango ministerial y parques industriales dedicados específicamente a eso), el próximo umbral que quieren pasar es el de la biotecnología. Esta elección estratégica tiene que ver con los cambios operados en la propia sociedad. Al decir de Liu, «la mano de obra en Taiwán ahora es muy cara. Justamente, en biotecnología es un campo en el que pensamos que podemos desarrollarnos. Porque: 1) usa menos espacio. 2) disponemos de técnicos y ésa es precisamente nuestra ventaja porque tenemos muchos ingenieros en este campo. Para eso el gobierno está tomando medidas para incentivar la actividad. Siempre pone el ojo en la competitividad de nuestra industria. Porque las industrias livianas que usan mucha mano de obra ahora no son ventajosas para mi país. Hace 50 años nuestro ingreso per cápita era inferior a los 100 dólares, ahora llegó a los 13.000 dólares. Los sueldos son muy altos y el gobierno tiene que pensar en la competitividad plena de nuestro país. Por eso nuestro presidente quiere crear una isla verde de silicio. No es un eslogan. Es la realidad del desarrollo económico y la preocupación permanente por la competitividad».
Una singularidad del así llamado «milagro taiwanés» es que su desarrollo está basado en las pymes. Esto no es sólo una cuestión económica, también responde a la idiosincrasia del pueblo. Un refrán popular dice: «Es preferible ser cabeza de ratón a cola de león». El embajador de Taiwán cuenta que «un 98% de nuestras empresas son pymes. Socialmente y psicológicamente nuestro pueblo prefiere ser jefe de empresa antes que empleado. Políticamente, el fundador de la República de China, el doctor Sun Yatsen, estableció los tres principios: nacionalismo, bienestar social y democracia. Y según el principio de bienestar social, lo más importante es cómo evitar la gran brecha entre los más ricos y los más pobres. Cómo distribuir en forma equitativa la riqueza nacional. Por eso el gobierno adopta una política de ofrecer más incentivos a las pymes que a las empresas más grandes. También toma muchas medidas de financiación para ayudar al desarrollo de las pymes y el resultado es que el modelo de desarrollo de Taiwán parece ser de alguna manera igual al de Corea del Sur, pero el resultado es diferente. Para Corea lo más importante y más fuerte es la gran empresa; para Taiwán, las pymes. Por eso hoy la mayoría de las pymes que usan mucha mano de obra trasladaron sus operaciones a China continental».
Como muchos países con pasado dictatorial, la nueva democracia taiwanesa está haciendo un ajuste de cuentas con su historia inmediata. En este momento se está avanzando hacia la creación de un museo de los derechos humanos. El régimen del generalísimo Chang Kai Shek estableció lo que se llama el «terror blanco». Para el embajador Liu se trata de cerrar una tragedia antigua y profunda que ha dividido a la sociedad, no sólo por cuestiones políticas sino también, por decirlo así, étnicas. «Taiwán es hoy un país muy democrático. Lamentablemente antes nosotros pasamos una larga etapa de gobierno autoritario, especialmente al principio, cuando el gobierno se trasladó de China continental a la isla. El gobierno temía la infiltración comunista. Entonces tomó muchas medidas contra cualquier procomunista verdadero o inventado. Hubo verdaderos casos de abusos de derechos humanos. Pero esto ha cambiado. Desde hace diez años tenemos la legislación que ofrece compensaciones a los que sufrieron durante esa etapa y fueron objeto de injusticias. Realmente hoy en la vida democrática esto sólo tiene un sentido psicológico, para ayudar a cicatrizar viejas heridas. En 1947 se produjo la rebelión del 228 (porque se produjo el 28 de febrero). Los miembros del gobierno eran originarios de China y no entendían lo que pensaba el pueblo taiwanés, después de 50 años de dominación japonesa. Entonces, tomaron muchas medidas impopulares. Hasta que esa fecha, el 28 de febrero, con mucha insatisfacción se produjo una rebelión, así es como la llamó el gobierno, pero según el pueblo era sólo una reunión para expresar su oposición a las medidas. Durante ese episodio murió mucha gente y fue una verdadera tragedia para nosotros. Todavía hoy tenemos problemas psicológicos. Algunos taiwaneses no perdonan a los que provienen de China continental. Esta es una de las causas por las cuales hoy mucha gente adopta una actitud proindependencia. Cada año el gobierno y el pueblo conmemoramos ese desastre histórico».
Por Eduardo Basz
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