Qué lindo es mi país, paisano

El magnate vestía traje gris, camisa azul oscuro, corbata al tono y anteojos para sol. Traía una carpeta negra bajo un brazo. Al arribar a los tribunales federales de Retiro, pujó por caminar rodeado de una nube de cámaras y periodistas, como si de una estrella de Hollywood se tratara, mientras proclamaba «todo es mentira» y «soy decente». En el camino, casi pierde un zapato y tuvo que agacharse para calzarse de nuevo.

El traficante sirio o argentino, según se mire, Monzer Al Kassar estaba otra vez en Buenos Aires.

Cayó como llovido del cielo.

Así, seguramente, recibió el gobierno nacional la confesión de Monzer Al Kassar señalando que Carlos Menem fue su mayor colaborador para lograr el mentado pasaporte.

Y le viene de perillas por un hecho simple: en todo este remanido y espinoso tema de las relaciones del turbulento sirio, queda una vez más develada la compleja y oscura trama de decisiones adoptadas por Menem para favorecer a sectores de dudosa integridad.

Porque en función de esclarecer ese pasado, y al menos hasta lo que va de su gestión, la administración De la Rúa no planteó la más mínima inquietud sobre el rol que le cupo al ex mandatario.

Casi como si existiese un acuerdo tácito de sustraer al ex mandatario de todo ese escenario.

Es Al Kassar quien coloca a Menem en el centro de la escena.

Nadie más.


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