¿Qué nos está dando internet?

HÉCTOR CIAPUSCIO (*)

Hace unos meses publicamos una nota en la que se comentaba un artículo de Nicholas Carr, un ex director de la “Harvard Business Review”, que bajo el título “Is Google making us stupid?” (¿Está Google estupidizándonos?) planteaba una advertencia sobre el peligro de que el hábito de manejarnos con la red estuviese socavando nuestra capacidad de concentración inteligente. El autor desarrollaba este problema de un modo interesante. “He tenido la incómoda sensación de que alguien, o algo, ha estado jugueteando con mi cerebro, no estoy pensando del modo como antes lo hacía”. Cuando leo, decía, advierto que ya no me es posible sumergirme en un libro como era mi gusto, pierdo concentración luego de dos o tres páginas, la lectura profunda que me venía naturalmente se ha convertido en una tarea. Y cree saber lo que le está pasando. Durante años ha estado trabajando en la red, buscando datos, navegando, escribiendo correos y blogs, escaneando, viendo videos, saltando de enlace en enlace. Ha sido una enorme ayuda para su trabajo. Pero ahora se está preocupando por el precio de esa ayuda. Advierte que ella ha socavado su capacidad de concentración y contemplación. Decía mucho más y su análisis crítico no cayó en saco roto en el mundo intelectual. La atención que está concentrando ahora el problema a que apuntaba se evidencia en los resultados de una encuesta internacional en la que han participado más de 120 personalidades (filósofos, científicos, escritores, artistas, periodistas, etc.). Los publicó primero en Lisboa la matemática argentina Ana Gerschenfeld (1), quien firma también su versión en inglés difundida por un foro intelectual “on line” norteamericano con un desafío a líderes académicos sobre la pregunta “¿Cómo está la internet cambiando el modo en que usted piensa?” Las respuestas, entre positivas y negativas, cubren una variada gama de opiniones pero, fanáticos o críticos, todos admiten que usan corrientemente sistemas como Google o Wikipedia y que no salen intocados de la red, ninguno escapa a su influencia o atracción. De la treintena de respuestas seleccionadas por la editora vamos a reproducir, como una muestra mínima, algunas que nos parecen representativas de puntos de vista diferentes. Daniel Hillis, informático, dice que el real impacto de la internet es que cambió nuestra manera de tomar decisiones, que somos codependientes de ella y no la controlamos completamente. Gerd Gigerenzer, psicólogo del Max Planck Institute alemán, anota que estamos en un proceso de “outsourcing” del acceso y almacenamiento de la información desde la mente al computador, tal como muchos ya hicimos el “outsourcing” de capacidades aritméticas a la calculadora de bolsillo. Nos iremos adaptando a esta tecnología hasta que venga otra a sustituirla. Con más capacidades cognitivas aprenderemos cosas nuevas. Stephen Kosslyn, psicólogo de Harvard, estima que la internet ha extendido su memoria, su percepción y juicios de valor. Para él hay un inconveniente: ya no le es frecuente dejar vagar la mente y hallar ideas inesperadas. Pero es un pequeño precio. Hoy piensa mejor que antes de tenerla integrada a sus procesos mentales. Joshua Greene, neurocientífico de Harvard, dice que la web no cambió nuestra forma de pensar más que el microondas nuestra manera de preparar los alimentos. Nos dio acceso sin precedentes a la información, pero no modificó lo que hacemos con ella. Eso es porque (todavía) no sabe pensar. Hasta que ello ocurra, va a continuar siendo nada más, o nada menos, que un utilísimo, y muy estúpido, sirviente mudo. Haim Harare, físico del Weizmann Institute de Israel, dice que hay tres cambios palpables. El primero, la brevedad creciente de los mensajes. El segundo, la reducción del papel del saber factual en el proceso de pensar. El tercero es el completo proceso de saber y aprender: tomará otra década o dos, pero la educación no será nunca la misma. Un corolario interesante de esta última cuestión es saber si las mentes y los cerebros de los niños tendrán o no circuitos físicamente diferentes de los de las generaciones anteriores. Tiende a especular que sí. Rodney Brooks, informático del MIT, dice que la web está robándonos nuestra atención. Muchas cosas que ofrece son refrigerante azucarado para la mente. Precisamos una versión “light”, una que nos dé cafeína intelectual que nos permita realizar nuestras aspiraciones pero que no nos transforme en drogados intelectuales hiperactivos. Y, para cerrar, veamos lo que responde ahora Nicholas Carr, “el causante de la peste” diríamos, como el gringuito cautivo del “Martín Fierro”. Insiste en que sus hábitos mentales y de lectura se alteraron radicalmente desde cuando, hace 15 años, se conectó con la red. Hoy sus lecturas son “on line” y por causa de ello su cerebro cambió. Decreció su capacidad de enfocar la atención. Su experiencia personal lo lleva a creer que lo que arriesgamos perder es por lo menos tan grande como lo que podemos llegar a ganar. (1) Nació en Buenos Aires en 1954, donde se crió hasta adolescente. Periodista científica (“Scientific American” y “La Recherche”), vive en Portugal donde formó familia. Hija de Hersch Gerschenfeld, “Coco” para los amigos de aquí y del mundo, este trabajo de Ada nos da oportunidad para recordar a su padre, uno de los mayores científicos que perdimos en la diáspora de 1966. Ello va en línea con lo que escribió M. Cereijido en el prólogo de la autobiografía de su amigo: “Estoy seguro de que hasta el argentino que jamás ha oído mencionar su nombre se pondrá orgulloso al enterarse de que un paisano suyo es uno de los científicos más importantes del siglo XX”. Fue una autoridad en sinapsis neuronales al lado de Eduardo De Robertis, autor, con él, de un libro clásico en la materia. En la UBA y en los laboratorios, como profesor e investigador, dejó brillantes camadas de discípulos. Debió emigrar a Estados Unidos en 1966 a consecuencia de la “Noche de los bastones largos” y trabajó en la Universidad de Harvard. En Francia, donde se radicó en 1968 con Cuca, su mujer, y dos hijos, alcanzó los más altos lauros académicos como director del Laboratorio de Neurobiología de la École Normale Superieure de París y director de Investigaciones del CNRS. Fue presidente de la European Neuroscience Association. Famoso no sólo como científico sino también por su cultura y su sentido del humor, visitante asiduo de nuestro país, al que adoraba, publicó no hace mucho una autobiografía porteñísima con título “Autobombo” (Libros del Zorzal). Falleció en París en julio del 2004. (*) Doctor en Filosofía


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios