Raso, bien raso
Es un placer seguir de cerca el discurso de Manuel Vicent, que representa en buena parte a la «inteligencia» europea que tanto nos seduce a varios, por acá, por los matices de su pensamiento.
Y hay una apreciación que él hace, entre tantas profundas y provocadoras, que llama a la advertencia. O a la desazón. Es el predominio de lo plano en una época como ésta, tan tibia, desideologizada y trivial, donde parece valer todo -porque se ve que casi nadie condena casi nada-.
De la plenitud de la modernidad, razona, hemos pasado a la plenitud de los días.
¿Será tan así? «La vida parlamentaria se desgana en un proceso horizontal sin notorios relieves; y en la política económica, el anhelo es mantenerse con balances cero o casi cero», ha escrito. ¿No es esto lo que vemos? «Las estructuras robustas, los formidables rascacielos representativos de las grandes compañías han sido reemplazados por centros apaisados en el extrarradio, con apenas dos plantas, casi planos. Hasta la organización de las empresas es en red -como el de las familias, las nuevas religiones, la escuela-«.
Ni caliente ni frío. Descolorido. Silencioso. Bulímico. Anónimo. Amoral. Resbaladizo, imperceptible. Sin relieves. Así parece ser el espíritu dominante, hoy. Raso. De él advierte Vicent.
Horacio Lara
Periodismo y literatura
«Son de mar» es la historia de amor entre el profesor Ulises Adsuara y Martina, la soltera camarera en una taberna de Circea, un pueblo a orillas del Mediterráneo. Con ella ganó la última edición del premio Alfaguara que reparte alrededor de 170 mil dólares al ganador. El evento, ha dicho Vicent es una necesidad de mercado en la que está incluido el escritor. Para existir como escritor hay que publicar «y yo quiero existir».
En 1966 Vicent ya había ganado este mismo premio y con él se dio a conocer en las letras españolas. Entre sus obras destacan «Pascua y Naranjas» (Alfaguara, 1966), «Balada de Caín» (Premio Nadal), «Contra Paraíso», «No pongas tus sucias manos sobre Mozart» (Premio González Ruano), «A favor del placer», «Crónicas urbanas», «Del café Gijón a Itaca», «Tranvía a la Malvarrosa» (Alfaguara, 1994), «Jardín de Villa Valeria» (Alfaguara, 1996), «Los mejores relatos» (Alfaguara, 1997) y «Las horas paganas» (Alfaguara, 1998)
Placeres, por Manuel Vicent
«Será por eso que nadie quiere morirse, porque al final de la vida contemplar la salida del sol un día más tiene que ser un placer tan fuerte como el que te proporcionó el primer beso de aquella niña. Llega un momento en que los mortales se agarran como pueden a cada amanecer. Aquellos labios que sabían a fruta todavía un poco ácida serán sustituidos cada mañana por la nueva luz que llega hasta tu cama. Tal vez aspirar el perfume de una rosa con el tiempo sustituirá aquel instante en que tu novia consintió en sentarse contigo por primera vez en la fila del cine. Pudiste creer que no había en el mundo nada más excitante que aquel deseo en la oscuridad
pero de pronto descubres que ahora lo cambiarías por una buena ensalada. Si se trata de vivir peligrosamente dime quien arriesga más, el joven escalando una pared del Everest o el viejo sentado en un sillón de orejas; a cuál de los dos le ronda más cerca la muerte. Sin duda la muerte le sopla al viejo en la nuca su hálito de nieve forzándole a batir diariamente el récord de vivir lo más pegado posible a la eternidad. No hay deporte más duro que esos últimos cien metros lisos. Cada edad tiene sus naipes que jugar puesto que la vida no es sino una forma de ir sustituyendo unos placeres por otros, la carne de novia por la de novillo, el levantamiento de pesas por la lectura de unos versos de Eliot, sin que la gloria se quiebre. Entre todos los placeres tal vez uno muy grande sea el de llegar a la suprema sabiduría de no entender ya nada de lo que pasa. Ese estado de gracia es otra forma de naturaleza. Frente a la estupidez humana, una sonrisa irónica; frente a la catástrofe planetaria, una leve mirada al cielo sin pedir explicaciones; frente a la injusticia o el crimen más execrable, el gesto impasible de la inocencia. Cada mañana la luz del sol establece en la ventana un asa donde agarrarse. Hoy mismo un adolescente acaba de descubrir por Internet el primer sexo cibernético, un joven que practica el deporte de riesgo se ha tirado con un ala delta por un acantilado, un especulador en Bolsa ha ganado 100 millones en una hora, un señor maduro ha navegado en brazos de una nueva amante, una profesora se ha enamorado de su nuevo alumno, un viejo ha sentido el aroma de café al despertar y viendo el sol de primavera en la ventana se ha llevado la leve sorpresa de no haber muerto. Nadie sabe cuál de estos placeres es el más fuerte».
Es un placer seguir de cerca el discurso de Manuel Vicent, que representa en buena parte a la "inteligencia" europea que tanto nos seduce a varios, por acá, por los matices de su pensamiento.
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $750 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios