“Raúl detestaba

Presentado por el exmandatario uruguayoJulio Sanguinetti y el historiador Luis Alberto Romero, el libro de Muiño pasa revista al accionar de un presidente develando pormenores hoy desconocidos sobre aquel proceso que se aleja.

Redacción

Por Redacción

–De las entrelíneas de su libro, y a veces no tan entrelíneas, se desprende cierto convencimiento de Alfonsín de que, al avanzar hacia el gobierno, el radicalismo tiene déficit de ideas para gobernar, cierta pereza de pensamiento, vacíos…

–Vacíos que no acreditan sólo al partido sino a él mismo…

–A ver…

–Creo que hay dos planos para reflexionar . Por un lado, Alfonsín reconocía sus limitaciones en materia de formación… “Soy un abogado de pueblo”, llega a decirles a los jueces de la cámara que juzgó a las Juntas. También hablaba de esos baches con Dante Caputo, por ejemplo. Es por este vacío intelectual, digámoslo así, que integra a su campaña, su gobierno, a planos académicos…

–¿Dante Caputo?

–Un caso, sí, sí y otros. Un caso: cuando avanza rumbo a aggiornar ideológicamente al radicalismo, su interlocutor es Juan Carlos Portantiero, un gramsciano que de hecho es la usina de ideas que Alfonsín expresa en el discurso de Parque Norte. Por otro lado, Alfonsín percibía desde mucho antes de llegar al gobierno que con el radicalismo no era suficiente. El partido era todo, pero con limitaciones en su productividad intelectual. Era la pertenencia, la identificación con la historia, la lealtad, la entrega, el lugar de partida para llegar al poder. Pero Alfonsín sabe que con eso no alcanza…

–¿Usted tiene algún convencimiento sobre el origen de esa sequedad intelectual?

–Mi impresión personal, y en el libro lo digo de algún modo, es que comienza con la fractura del radicalismo entre Frondizi y Balbín. Con Frondizi se van todos los que escribían, que hurgaban nuevas ideas. En el libro yo lo defino como la “cabeza más brillante” del viejo tronco radical. Desde esta perspectiva, la gestión de Balbín como timonero de la UCR del Pueblo, y luego UCR, es muy estéril; no lo es desde el punto de vista de lo organizativo partidario… Alfonsín advierte ese déficit y ya en la campaña del 83 busca sumar pensamiento que está por fuera del partido.

–Si Alfonsín tenía inquietudes de esta naturaleza, ¿por qué no se va con Frondizi en el 57?

–Eso se lo preguntó Juan Sourrouille en una oportunidad . “¡No, yo no. Yo era de la provincia de Buenos Aires!”, respondió Alfonsín. La respuesta define una conducta que siempre le fue consustancial a Alfonsín: lealtad a las estructuras orgánica de la UCR más que a los líderes. Parado ahí, se quedó en la UCR bonaerense, liderada por Balbín, era de hecho el poder en el cual pivoteaba la oposición a Frondizi, que construyó mucho de su poder con el radicalismo de Santa Fe y el Litoral. En ese proceso, esa UCR fue leal a Balbín…

–En el libro, al menos eso puede inferirse, pareciera que usted se queda con ganas de hablar de esa fractura.

–No me parece, pero es una lectura. Sucede que en tren de hechura de un libro uno deja de lado muchas cosas que, si bien suelen ser importantes, no hacen en un todo a la centralidad del trabajo, que para mí era Alfonsín. Es más, escribo mi interpretación sobre el significado de esa fractura: ahí el radicalismo, como un todo, se suicida al no alentar el armado de un sistema de partidos sin el peronismo…

–¿Cree que había posibilidad de lograr ese objetivo en un marco en que la Libertadora –desatinos mediante– se encargaba de revitalizar el peronismo?

–Por lo menos se podía haber intentado. Lo concreto es que a partir de la fractura, desde el exilio, Perón queda como el gran decisor. Yo escribo que de hecho comparte con los militares –para aquel tiempo antiperonismo puro– el poder de veto. Y un dato lindo, que hace a… no sé… al buen gusto, al estilo: Alfonsín tuvo grandes amigos en el frondizismo con los que debatía a cara de perro, pero amigos. Ideler Tonelli, por caso.

–Hablando de estilos, el libro transpira mucho desprecio de Alfonsín por la plata…

–¡Ése es todo un tema!… Yo relato escenas, anécdotas que son elocuentes. Las maravillas que hacía para pagar una mesa que compartía con alguien al que había invitado… “Nunca vas a tener un mango”, le decían los amigos. A la familia nunca le faltó nada, pero… “hay que comer menos carne, está cara”, “que la Coca Cola”, no sé qué…

–¿Cómo definirlo reflexionándolo como un todo, no sólo desde lo político?

–Pasión por la vida, por defenderla, por la justicia… En sus más, en sus menos, jamás la mezquindad… Caliente, tozudo, como lo definió el expresidente uruguayo Julio Sanguinetti al presentar mi libro. Pero estoy convencido de que la reflexión más… no se trata de adecuada sino que anida en millones de argentinos y de ahí la rescato para el final del libro… es que Alfonsín fue el único presidente al que no me da vergüenza haber votado.

–Para llegar a esa conclusión, ¿hay que superar el enojo que generan muchos de sus desdenes?

–Por ejemplo…

–La economía.

–Primero, una cuestión. No me parece que para acercarnos a Alfonsín en los términos que yo lo defino, sea necesario dejar de lado “desdenes”. No. Hay que darle un marco a su cultura política, sus percepciones, ideas y, por supuesto, el tiempo en el que llegó y ejerció el poder. No se trata de justificarlo en sus errores… Si algo queda en claro en mi libro es que no buscó blanquearlo. Se trata sí de no tener miradas ligeras sobre su presidencia. Por supuesto, mi punto de vista también es pasible de crítica…

–Pero precisamente, teniendo al comenzar los 80 el convencimiento de que la política se está complejizando en términos de desafíos, en ver al radicalismo como un partido que necesita inyecciones de pensamiento que lo saquen de la modorra, elige como primer ministro de Economía a Bernardo Grinspun, que como usted señala era alguien que veía al país del 82 en términos del 63 con Arturo Illia ¿Cómo reflexionar a Alfonsín en relación al valor que le daba a la economía en el manejo del poder? ¿Llega más convencido de lo que hay que hacer en el campo del derecho, de la política, que de aquello en que finalmente terminará jugando su gobierno: la economía?

–Raúl detestaba la economía como espacio a asumir por la política. En este detestar fue un discípulo de Pierre Mendès France…

–El atolladero de la IV República Francesa…

–Exactamente. Un hombre del Partido Radical francés… Protagonista esencial en una Francia que sale mal de la Segunda Guerra en términos de poder a pesar de estar entre los vencedores y que, tras cartón, se involucra en guerras coloniales que pierde a pura sangre: Indochina y Argelia. ¿Pero qué era Mendès France? Un hombre digno, muy culto, querido, inmensa entrega a un país al que se le desgajaban las últimas joyas del imperio que había tenido. En esa historia Mendès France era pura política. Hablando siempre desde la política, perdiendo el tiempo en “roscas” sobre éste o aquel ministro, en cómo armar ésta o aquella coalición… Parecido a lo de Alfonsín, que hipervaloraba la política, la voluntad…

–Mitterrand – que fue ministro del Interior en un tiempo de jadeante Francia– dice en un tramo de sus “no memorias” que sin embargo Mendès France, en medio de la tragedia, seguía siendo un hombre emblemático. ¿Se enlaza esta definición con los momentos más crudos de la administración Alfonsín?

–Sí, claro. No son figuras patéticas. Cosechan enojos, resistencias, pero nadie les podía negar, ni se puede hoy, que no quisieron el bien. Hombres íntegros… Uno y otro comulgaban el ideario del radicalismo nacido en Francia y en Argentina… Partidos no corporativos, sospechan de los empresarios, de los sindicatos… valoración extrema del trámite político.

–¿Qué le está dejando el libro que ya amaga con la segunda edición?

–Emociones, algún enojado que ya dejará de estar enojado, coincidencias… El teléfono que suena todo el día, amigos que uno tenía en la neblina, adversarios que llaman y dicen: “De haber sabido esto, mira Oscar… yo…”. Hablar de mi partido, porque yo aprendí a cantar la marcha antes de decir “agó, agó”. Y, como todo, ya no pertenece al autor…

Archivo

CARLOS TORRENGO

carlostorrengo@hotmail.com

entrevista: A OSCAR MUIÑO, AUTOR DE “Alfonsín”


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