Recuerdo de Rafael Alberti

Por Pedro J. Frías

Su muerte esperada ha vuelto sobre Rafael Alberti la luz de la actualidad, sin que yo sepa si alguna vez lo ha abandonado. Luego de la Guerra Civil Española vivió veinticuatro años entre nosotros, pero pocos recuerdan que uno lo pasó en la Villa del Totoral.

Un poeta justifica siempre una evocación, pero esta circunstancia casi anecdótica es la que mueve mi comentario. Porque Alberti fue sensible a ese rincón de Córdoba, donde escribió a lo menos uno de sus libros. Lo recuerda en una conferencia que él tituló «Un poeta exiliado en el Río de la Plata», traspapelada por ahora en mi archivo. Incluye unos versos dedicados a Totoral, pero no es su poesía mayor.

Fue huésped allí de Aráoz Alfaro, al que estaba ligado por la «obediencia» comunista. Vivió al ritmo de los días y las estaciones, reconfortado por el sol del invierno, de espaldas a la silueta del cerro, con silencio y buen aire, sin frivolidades y sin alteraciones. Nada que recordara a Andalucía, salvo ciertas formas primordiales.

De aquella estadía quedan indicios en las memorias de María Teresa León -mujer de Alberti- y en las de Aráoz Alfaro, «Mis recuerdos y mis cárceles». Uno de sus contertulios fue Hernán Pinto. Las casas eran tan próximas como la inclinación artística. La alameda alojaba el caminar pausado de ambos, mientras Alberti redescubría su infancia y su adolescencia o detalles inéditos de la muerte de García Lorca. En la galería, Alberti enseñaba villancicos a las hijas de Pinto y su voz era buena de verdad. León Felipe se sumó por pocas semanas al exilio de Totoral.

Me aproximó a Alberti en Roma, donde vivía desde 1963, la nostalgia de Totoral. Era la única sencillez que podíamos cultivar en el esplendor barroco de nuestros encuentros ocasionales. El primer contacto ya fue afortunado. Mi mujer le dijo de sorpresa cuatro palabras que eran como un santo y seña:

– «Se equivocó la paloma».

– ¿Por qué me lo dice?

– Porque la canto.

– ¿Tiene usted por azar la partitura?

– La tengo.

La grata sorpresa del poeta se explica. La música de Guastavino había logrado la armonía adecuada para aquellas líneas elementales:

Se equivocó la paloma, se equivocaba…

Por ir al norte fue al sur.

Creyó que el trigo era agua.

Se equivocaba…

Estaba próxima una nueva edición de «Canzonissima», el célebre festival italiano. Sergio Endrigo interpretó «Se equivocó la paloma» y estuvo cerca del galardón.

Y bien. Así recibió mi mujer la primera «carta» de Alberti. Una hoja blanca, datada el 12 de diciembre de 1967, con su agradecimiento por la partitura. El mensaje lo lleva una paloma a través de líneas esenciales en azul y rojo, que eleva sus alas suntuosas y altivas. El grafito fascina por la seguridad del trazo y la delicadeza. Pero la paloma sigue equivocada: está en vuelo pero inmóvil.

Del '68 conservo un dibujo y unas líneas: esta vez el pez ha crecido a escala de la paloma. Y la paloma retorna en 1970 en las líneas que nos despiden de Roma. El texto se desenvuelve caprichosamente, primero alrededor del ave en colores alternados con maestría: amarillo, celeste, marrón y rojo. El poeta se hace presente a través del dibujo que fue su primera aplicación.

Este buen pulso lo ha confesado Alberti en sus amargos recuerdos de colegio («El poeta en la calle»):

«Algunos teníamos talento, buena voz para el canto o un pulso firme, bueno, capaz de dibujar de un solo golpe una circunferencia».

La «Liricografía» editada en la Argentina contenía a la vez poesías e incisiones. Estaban circundadas de flores y pájaros. Las letras del alfabeto y las notas de la música estuvieron ya a los dieciocho años, cuando se confiesa pintor principiante, entre los motivos que despertaban el trazo lírico de sus manos.

Y vuelvo a Totoral. Una noche en que mencionamos al pueblo del norte, me dijo con ternura: «Quisiera que un árbol, un bello árbol me recuerde. Que lleve mi nombre. No es una ocurrencia mía. Así lo han hecho con Antonio Machado…».

Ya Villa del Totoral ha cumplido el pedido del poeta. Plantó una encina con su nombre.


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