Reflexiones sobre la temporada turística 27-12-03

Por Alex H. Vallega

El país y la región se enfrentan nuevamente al desafío que impone la ventaja cambiaria. Durante años, la situación inversa le impidió crecer en forma sostenida en un área económica tan favorable como lo es la actividad turística.

El posible desarrollo económico sostenido e integral estaría dado por la posibilidad que tienen ahora los argentinos de competir con otros países en condiciones similares, en cuanto a calidad y precios de los servicios ofrecidos. Se sabe que los costos y los beneficios están siempre presentes en la agenda de cualquier familia de clase media a la hora de evaluar sus vacaciones. La mayor duda que surge es sobre dónde invertir los ahorros del año: en reductos de descanso o en lugares que permitan conocer un poco más.

Este sano deseo y «duda existencial» provocan un efecto multiplicador en la economía mundial cada vez más evidente y transformador. En el caso argentino puede llegar a convertirse en una de las «patas» de un nuevo crecimiento y, eventualmente, de un verdadero desarrollo integral del país.

El problema es que las idas y vueltas cambiarias discontinuaron todas las políticas turísticas internas. Así, la única herramienta que los prestadores de servicios y las instituciones afines pretendieron mejorar ha sido la calidad, pero ignorando cómo, cuándo y para qué.

En la década del '90, el horizonte era magro para esperanzarse. Sin embargo, fue válida la respuesta anímica y financiera de muchos sectores que mejoraron la oferta de alojamientos, transportes y servicios de gastronomía pero, sobre todo, de creatividad. Virtud que se fue extendiendo en todos los estamentos privados y públicos. El impulso que adquirieron el «agroturismo», las «rutas gastronómicas», las chequeras «Visit Argentina», los cursos de capacitación a lo largo y ancho del país o las universidades que apostaron a realizar actividades en el interior son algunos ejemplos de esta expansión.

Todo estos elementos, junto con las inversiones en la construcción de una infraestructura con más camas o con mejores butacas autotransportadas, presentan hoy a la región patagónica como un importante destino económicamente competitivo, bien comunicado y con un confort respetable.

Sin embargo, la región no está preparada todo lo que se quisiera. Por ejemplo, la escasez y la falta de vuelos hacia algunos destinos -Esquel, Viedma, San Julián y Puerto Deseado- o las «caras» dificultades que existen para «rentar» un vehículo, son algunos de los inconvenientes que deben ser solucionados.

De todas formas y a pesar de este panorama, para la Patagonia se avecina otra temporada récord. ¿Podrá «aguantar» sin mayores deterioros ambientales o desgaste del retrato publicitario? Sí. Pero cuidado con mantener la imagen de la pureza, la calidad, lo rústico y lo seguro sin responder con autenticidad.

El sentido de esta pregunta (cualquiera sea el resultado que se prevea terminado el verano) se debe a que tengo la impresión que la campaña ya está viciada de algunos abusos o errores de marketing, que no ayudarán a la imagen de la región no sólo para los extranjeros sino también para los argentinos. Por esto, es necesario remarcar, antes de que comiencen los primeros días de verano, algunas sugerencias para todos los que prestan servicios o están ligados a la actividad turística.

Para comenzar, ésta no es ni la primera ni será la última buena temporada. Por lo tanto, se deberá actuar al respecto porque esta actividad que, en varias oportunidades ha estado en crisis y con dispares etapas de crecimiento, deberá presentarse finalmente como un emprendimiento sostenible en el tiempo y con posibilidades de un desarrollo integral. Para eso, es imprescindible evitar los aumentos «viciados» del alojamiento, del transporte, de las excursiones, de las comidas y todo lo que le sigue y conservar, dentro de lo tolerable, las tarifas de la temporada pasada. Para los argentinos, pese a que existe la difundida impresión de que el país está mejor, su poder adquisitivo mejoró pero no se recuperó, por lo que podrían volver los días de enero del 2002 o de los ministros Domingo Cavallo y Martínez de Hoz, donde todo afuera era barato y «mejor» y aquí caro y «peor».

En este concepto de «peor», los prestadores deberán prestar atención, porque era un eslogan mentiroso el que se difundía en la década pasada con el dólar 1 a 1. Además, tampoco es justo ni conveniente utilizar ahora como marca distintiva que los países vecinos son «caros» y ya no atienden como antes. Lo serio y aún benéficamente publicitario es tratar de acoger al turista como si nunca se hubiese ido. Si se tomara el camino inverso, estaríamos repitiendo el error de otros años.

Por esta razón, mantengamos en lo posible las tarifas y sigamos mejorando la calidad para hacer de esta actividad algo sostenible y coherente en el tiempo y para poder, eventualmente, enfrentar otra vez los efectos cambiarios, que en nuestro país siempre aparecen. Hagamos de esta Patagonia para los argentinos un espacio afable donde ser recibidos y aprovechemos sus recursos naturales sin estar pendientes de que sea caro o barato.

Sigamos despertando el interés en nuestros países vecinos que, desde hace dos años, son una importante fuente turística. Puede que la situación cambiaria a su favor no sea eterna, entonces, debemos generar estrategias para que si el panorama se modifica continúen eligiéndonos por la calidad de la Argentina y de su gente.

 

(*) Coordinador académico del Programa de Investigación Geográfico Político Patagónico.


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