Reformar el Estado para mejorar la salud

La irrupción de la pandemia vuelve a poner en debate el rol del sector público. La eficiencia del gasto y el tamaño de la estructura fiscal, son las principales variables a revisar.

Redacción

Por Redacción

Por Daniel Darrieux (Contador Público y Periodista Económico)

En el suplemento Pulso del domingo pasado se hizo referencia a la necesidad de un Estado fuerte, presente y protagonista, que limite las libertades individuales y se ponga al servicio del conjunto en la atención básica.
En lo referido a la limitación a las libertades, hay que distinguir entre una situación excepcional, de emergencia, en la que resulta admisible la limitación al derecho a transitar – como ocurre en la actualidad por el coronavirus – y una situación normal.
¡Pero cuidado!, la violación a la libertad de informar por parte del gobierno comunista chino hizo que se ocultara el problema del coronavirus y la consiguiente demora en tomar medidas.
Pretender trasladar la limitación de la libertad en momentos excepcionales a la normalidad es muy peligroso y una tentación de los autoritarios.
Es necesario que el Estado asista a personas de menores recursos, teniendo presente que los recursos que utilizan los gobiernos son generados por el sector privado.
El problema es que en nuestro querido país tenemos un Estado tan fuerte y presente que aplasta a la actividad productiva. Los impuestos confiscatorios, la inflación, las regulaciones burocráticas, la violación a la propiedad privada y el cambio en las reglas de juego obstaculizan las energías de las personas productivas y la producción de bienes y servicios, única forma de disminuir la pobreza.
El Estado, en sus distintos niveles, gasta mal y de más. Algunos ejemplos: entre 2008 y 2014 Aerolíneas Argentinas perdió $18.100 millones. En 2017: $6.400 y $4.500 en 2019. ¿Cuántos respiradores, camas, insumos hospitalarios, se podrían haber comprado con ese dinero? ¿Cuántos hospitales se podrían haber construido?
Astillero Río Santiago (también empresa estatal) le cuesta a los contribuyentes $3.500 millones al año. ¡Y hace 10 años que no fabrica un barco!
Desde el 2002, el Estado le sustrajo al agro 105.150 millones de dólares en concepto de retenciones; ¿dónde fue a parar esa recaudación?
Neuquén y Río Negro forman parte de esta realidad: el exceso de empleo público, entes burocráticos y empresas estatales deficitarias quitan recursos para salud, educación, seguridad y justicia.

El Estado está presente en donde no debe estar y se encuentra ausente o con escasa presencia allí donde se lo necesita.


Este despilfarro de dinero en el Estado, en sus tres niveles, determina que cuente con menos recursos para atender las necesidades básicas de quienes menos tienen. La falta de eficiencia del sector público tiene como víctimas a los pobres, a quienes se dice proteger. El cornonavirus deja más al desnudo esta realidad.
En el citado artículo se sostiene que las empresas privadas no se ocupan de la atención primaria.
Primero: son las empresas privadas las que pagan elevados impuestos para que, en teoría, el sector público atienda dichas necesidades. Demasiado hacen los empresarios genuinos para subsistir, a pesar del Estado. ¿Se pretende que además se hagan cargo de las responsabilidades del Estado?
Segundo: es la iniciativa privada la que produce los respiradores, así como también el alcohol, los barbijos, insumos médicos, los medicamentos, etc.
Tercero: empresas y vecinos de Roca iniciaron una colecta para comprar respiradores para el hospital. En Entre Ríos, un grupo de pediatras lanzó una colecta, también entre empresas y vecinos, para comprar respiradores. Los ejemplos de solidaridad privada son muchos en nuestro país.
El coronavirus encuentra a la economía argentina en terapia intensiva: recesión, déficit fiscal, alta inflación, elevado endeudamiento, exorbitante presión tributaria, consecuencia de un sector público infinanciable.
Los altos impuestos que asfixian a las empresas, agravan aún más esta caída en la actividad.
Una solución sería aliviar la mochila tributaria, lo que se ve dificultado por la voracidad estatal en absorber recursos privados para financiar sus gastos.
El economista Roberto Cachanosky plantea que, con la pandemia, el sector privado no podrá seguir sosteniendo la burocracia estatal. Y agrega: “…luce razonable que los empleados públicos ligados a la burocracia, de todos los niveles de gobierno, hagan su aporte y cobren un sueldo menor al que reciben…”
La pobreza es un caldo de cultivo para las enfermedades (recordemos también el dengue). Es el Estado, por lo expuesto anteriormente, quien dificulta la inversión privada generadora de riqueza, única vía para disminuir la pobreza. El 40% o más del precio de los bienes y servicios son impuestos.
El 41% de la fuerza laboral (asalariados y cuentapropistas) está en negro, a causa de una legislación laboral que los excluye.
Conclusión: el Estado está presente en donde no debe estar y ausente o con escasa presencia allí donde se lo necesita.
La enseñanza que nos debería dejar el coronavirus: reformar el Estado en sus tres niveles, eliminar gasto público improductivo, incentivar la inversión privada, para destinar mayores recursos (en sueldos, equipamiento) para atender las necesidades básicas, especialmente de quienes menos tienen.

En números

41%
La porción de la masa total de trabajadores, que se desempeña en la informalidad laboral.
u$s 105.150
Los millones que desde 2002 aportó el agro en concepto de retenciones a la exportación.

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