Refugio 30-10-03

Cierra los ojos. Desliza la mano por los libros. Juega. Siente la rugosidad de algunos lomos. El no-orden. Cómo suben y bajan las alturas Sabe que algunos fueron abandonados en el prólogo. Que la gran mayoría están subrayados. Hasta tienen frases, poemas o cuentos escritos con letra desprolija, casi psicótica, en las pocas hojas blancas Le gusta el azar. Ese juego de la adolescencia: abrí el libro en cualquier página y lo primero que leés indica algo Así, lo que se encuentra con su vista es una frase que dice que «siempre que uno escribe corre el riesgo de no volver a hacerlo jamás».

La frase le martilla el pecho. Le adormece las manos Intenta guardar el libro de Vila-Matas que desde la contratapa proclama en sus primeras líneas: «A caballo entre el diario íntimo y la novela, el viaje sentimental, la autoficción y el ensayo».

«El mal de Montano» cuenta la historia de cómo algunos sufren la enfermedad de la literatura, piensa. De los que no pueden ya más empuñar la pluma y de aquellos que no pueden dejar de hacerlo, ni un instante. También reflexiona sobre aquellos que hacen de sus escritos hedonismo puro y de otros para los cuales es el único drenaje posible.

No quiere más, pero ese olor a papel la llama. Elige otro azul, finito Cae una foto La torta de su cumpleaños es una flor de crema blanca y amarilla. Hay seis velas. Ella reposa sobre el hombro de su amiga que no tiene las dos paletas de adelante Ese recuerdo, (siempre igual recordado) la remonta a la «silla manchada de azafrán» y no a cualquier silla.

Encuentra además, una servilleta con un teléfono pero sin nombre… (472… Le suena. ¿De quién era?).

Se asusta ¿Tendrá ella la misma enfermedad que Montano? Cada evento de su vida lo asocia a un libro, a una frase, a un momento literario. Y cuando no es así… Cuando no es así es con una escena de película.

Si está en el medio de un restaurante con un tipo que no le interesa nada (pero nada) imagina que finge un orgasmo mejor que el de Meg Ryan o que directamente entra al lugar y le dispara a todos con un arma en cada mano (y las dos tiran humo). Si toma un avión espera que alguien detenga el vuelo y la tome en sus brazos. Si se está bañando sospecha que alguien vestido de mujer puede estar detrás de la cortina; si tiene miedo a una araña de seguro aparecerá el antihéroe de Woody a matarla y a preguntarle: en realidad ¿qué te pasa Annie?

Quizás, piensa, es porque hay pocos lugares donde uno se siente a salvo. Enumera: enfrente de la biblioteca, sujetando un vaso de vino tinto (bueno y tibio), en el rincón mágico entre el cuello y la oreja del ser amado o en su propio delirio, repasando imágenes que hacen al archivo de su existencia Alguien le toca el hombro y le habla «casualmente» de «Antes que anochezca», la película en la que Bardem interpreta al cubano escritor Reinaldo Arenas.

«… Me siento desesperado, feliz, a su lado, frente a ella, paso las manos por su teclado, todo se pone en marcha lentamente. El ta ta, el tintineo, la música comienza poco a poco y ahora va a toda velocidad… Los muros se ensanchan, el techo desaparece y, naturalmente flotas, flotas arrancado, arrastrado, elevado, eternizado, salvado, en aras, por esa minúscula y constante cadencia, por esa música, ese ta ta incesante» Ella susurra para sus adentros: Te entiendo Reinaldo, te entiendo Montano. Yo sólo encuentro verdadero refugio tecleando las palabras que se eyectan y chorrean solas por mis dedos.

(Aunque esta salvación enferme).                

Nuria Docampo Feijóo

ndocampo@rionegro.com.ar


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