Regionalización y desarrollo

Por Alberto Félix Suertegaray (*)

Presentados a veces como panacea y otras como la raíz de todos los males, la regionalización y el desarrollo territorial resultan un maná o una maldición según la cuestión que se trate y las personas que hablen: problemas financieros, crisis del modelo, impacto comercial, discusiones políticas, efecto demostración, racionalización administrativa, fascinación por las prácticas participativas… Pero estas afirmaciones casi siempre se han dado en un contexto ajeno a los problemas de fondo de la integración socioeconómica, por eso, hasta ahora, en ausencia de una verdadera estrategia integradora, varias regiones del país no han conseguido evolucionar hacia una entidad diferente de la estricta adición de sus problemas y contradicciones económicas, sociales o ideológicas.

No obstante, dados los nuevos escenarios de la integración global -que imponen desafíos de orden económico, político y estratégico- se torna imperativo ahondar el examen del tipo de configuración territorial más adecuada para desempeñar con éxito las tareas de la competitividad, en una concertación de modernidad, equidad y participación.

Entre tanto, la aceleración incesante de los cambios trasciende la esfera material para instalarse en el dominio del conocimiento y de los paradigmas que lo cobijan. De aquí surge la necesidad de renovar conceptos e ideas para poder comprender la causalidad del moderno desarrollo regional, para administrarlo y para discernir lúcidamente entonces el sentido y la conveniencia de esto o aquello.

Justamente, el propósito de esta nota es contribuir a la comprensión del sentido, de las propiedades y de los efectos de un proyecto moderno de desarrollo regional, en este caso, inserto en las estructuras espaciales de la zona norte de la Patagonia -un área alejada de los centros decisionales del país y que manifiesta cierto retardo en relación con otras zonas.

Me serviré de una metáfora como hilo conductor: el diseño, la construcción y un ambiente favorable son los componentes básicos del éxito del vuelo de una cometa, y también los son del desarrollo territorial. Las propiedades intrínsecas de la cometa -derivadas de la idea matriz que guía su armado y del oficio desplegado en su montaje -son las que posibilitan el aprovechamiento de la brisa para que el artilugio se eleve. Análogamente, la configuración territorial de una región -su diseño y construcción- debería de hacer menos «esquivo» el desarrollo dentro de su ámbito espacial, transformando así allí el crecimiento en desarrollo.

Construida la cometa, si hay una brisa favorable, la tarea es elevarla y mantenerla en el aire, afán que exige ingenio y arte. Si se reconoce que el crecimiento económico de una región depende de factores exógenos y que su potencial de desarrollo (endógeno) se deriva del modo de articulación de sus diversos componentes, el reto es materializar ese potencial, algo que también requiere ingenio y arte.

De acertar, las bondades del sistema institucional involucrado en el desarrollo endógeno -su tonicidad, sincronización, complejidad, niveles y articulaciones, en fin, su capacidad de transformar el crecimiento exógeno en desarrollo endógeno- deberían hacerse evidentes en diversos planos:

I) En el plano político, en una capacidad creciente para tomar decisiones frente a diferentes opciones (estilos) de desarrollo, y en el uso de los instrumentos correspondientes (diseño y ejecución de políticas de desarrollo y capacidad de negociar).

II) En el plano económico, en la apropiación y reinversión de parte del excedente con el propósito de diversificar la economía del territorio.

III) En el plano científico-tecnológico, en la capacidad interna del sistema para generar sus propios impulsos tecnológicos de cambio (cambio cualitativo del sistema).

IV) En el plano de la cultura, por la generación de una «identidad socio-territorial».

La tarea, entonces, es provocar el desarrollo mediante una inteligente ingeniería de la intervención y su herramienta central es un proyecto político, económico, inclusivo, humanista y moderno, en el más amplio sentido del término. O sea, para asumir eficazmente desde un territorio regional la pertenencia a mercados supranacionales, la cuestión fundamental es modernizar sus componentes y generar un proyecto político colectivo que los articule y encauce en función de esa perspectiva, entre otras.

En fin, un exigente desafío a la capacidad de nuestra dirigencia para generar estrategias de observación adecuadas e instrumentos de gestión eficaces, con consenso y originalidad.

Por supuesto, la consolidación de un proyecto regional participativo en la Argentina tendrá que apostar a que este país empiece a salir de la grave crisis económica, política, social, ética, moral y cultural que lo abruma. Todas las variables de la economía argentina, menos la inflación, están en rojo: presupuesto, deuda externa, deuda interna, balanzas comercial, de pagos y de cuenta corriente, recesión. En los mercados externos nuestros productos están mejor posicionados desde la devaluación, pero el mercado interno está comprimido hasta la exasperación; el desempleo y la marginalidad aumentan y la mayoría de las provincias en crisis. Extremadamente dependientes de volubles instituciones multilaterales se nos plantea, en el fondo, el dilema de la dependencia o la soberanía, esto es, del modelo de país.

Mientras -inexorable como la lluvia- la dinámica económica borra fronteras para trazar otras nuevas. Combinados la coyuntura mundial de retracción económica y los efectos de fuerzas centrífugas gestadas por el choque de intereses, las instancias supranacionales se imponen por sobre la voluntad de quienes empuñan las palancas de comando y diseñan un mapa político marcadamente diferente del procurado por estrategas y gobernantes.

No obstante, parafraseando al joven Hegel, afirmo que, a parte de otros intentos precedentes, está abierto sobre todo a nuestros tiempos el reivindicar -para el bien de los hombres- los tesoros que fueron disipados bajo estos cielos. Tenga esta generación la fuerza de hacer valer su existencia y de entrar en posesión responsable y solidaria de tamaña riqueza.

(*) Doctor en Ciencias de Ingeniería de Producción por la Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil, 1996.


Presentados a veces como panacea y otras como la raíz de todos los males, la regionalización y el desarrollo territorial resultan un maná o una maldición según la cuestión que se trate y las personas que hablen: problemas financieros, crisis del modelo, impacto comercial, discusiones políticas, efecto demostración, racionalización administrativa, fascinación por las prácticas participativas... Pero estas afirmaciones casi siempre se han dado en un contexto ajeno a los problemas de fondo de la integración socioeconómica, por eso, hasta ahora, en ausencia de una verdadera estrategia integradora, varias regiones del país no han conseguido evolucionar hacia una entidad diferente de la estricta adición de sus problemas y contradicciones económicas, sociales o ideológicas.

Registrate gratis

Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento

Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Certificado según norma CWA 17493
Journalism Trust Initiative
Nuestras directrices editoriales
<span>Certificado según norma CWA 17493 <br><strong>Journalism Trust Initiative</strong></span>

Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios