Reguero de pólvora
semana en san martín
Sesenta metros. A lo largo de esa distancia tuvieron que tender sus mangueras los bomberos, para alcanzar las llamas que en esos momentos consumían una vivienda sobre los faldeos. Esos cerros festoneados de casitas de madera son un típico paisaje sanmartinense, pleno de pintoresquismo y fatalidad en potencia. Las tres personas que resultaron heridas, dos de ellas con quemaduras gravísimas, no debieron su malhadada suerte a esos 60 metros. Cuando los bomberos llegaron, ya habían sido rescatadas por los vecinos, en una acción tan dramática y valerosa como temeraria. A golpes de maza lograron abrir un boquete en una pared para liberar a las víctimas, que hasta ese momento permanecían encerradas tras las ventanas con rejas del piso superior. No, esos 60 metros no hicieron diferencia en este caso, pero podrían hacerla en el próximo… Si alguien preguntase qué caracteriza a San Martín de los Andes, más de uno estaría tentado de describir su apreciada arquitectura de montaña y la belleza de su casco histórico, pensado para el turismo. También estarían en la lista muchos de los barrios cerrados o “clubes de campo”, algunos de los cuales discurren por laderas y bosques pero con espacios suficientes como para que aterrice un transbordador. Pero, quizá, las tramas intrincadas, humildes, apretadas y adosadas sobre sectores de los cerros Curruhuinca o Comandante Díaz, sean tanto o más genuinamente típicas que aquellas que convierten a este lugar del mundo en reconocido destino turístico. El caso es que esos faldeos irregulares son también un alfiler rojo clavado en un mapa de riesgo. Los primeros que saben de este asunto son los bomberos voluntarios. Cuando deben enfrentar fuegos en sitios como el del pasado jueves en Calle Uno o en faldeos aun más complicados, los bomberos parten sabiendo que su primera misión será salvar vidas. Pero también llevan la íntima convicción de que su tarea, la más de las veces, no podrá impedir que se achicharren los bienes del lugar donde comenzó el fuego, por lo que pondrán todo el esfuerzo en evitar que las llamas se trasladen a las casas contiguas. Se trata de un “reguero de pólvora” constituido por construcciones arrimadas unas a otras y abrumadoramente mayoritarias en madera. Y a eso, cómo no, se agregan la foresta, las calles quebradas en desnivel o la ausencia de accesos para que un camión pueda operar con margen de maniobra. Visto así, esa línea de “pólvora” conduce nada menos que al mismísimo polvorín. Hay otro problema. En cerros como el Curruhuinca o Comandante Díaz no abundan las bocas de incendio para conectar las mangueras, y las pocas disponibles carecen de presión suficiente, según confiaron a este cronista los conocedores del asunto. Buena parte de esos faldeos, sobre todo en las parcelas humildes, se constituyeron de forma azarosa, desprolija, por ocupaciones que fueron multiplicándose a lo largo del tiempo, y muy a pesar de varios intentos de ordenamiento impulsados por gobiernos municipales de distinto signo. Como fuere, se necesitan más bocas de incendio con sistemas adecuados de regulación de presión, que permitan tender mangueras y llegar con el líquido a los lugares más difíciles. Es que esos faldeos, desde el punto de vista de lo que los especialistas conocen como “incendios de interfase”, son una verdadera bomba de relojería. En esos sitios conviven el bosque con las urbanizaciones, y el riesgo potencial de este tipo de siniestros es alto en la ciudad. El estado municipal lo ha reconocido cuando, tiempo atrás, aprobó la impopular pero necesaria ordenanza que prohíbe cualquier forma de pirotecnia, salvo la de uso profesional con previa autorización. Aquel fue un paso importante en la prevención, pero no debe ser el último.
fernando bravo rionegro@smandes.com.ar
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