Resplandor

Redacción

Por Redacción

CLAVE DE Y

MARÍA EMILIA SALTO bebasalto@hotmail.com

¿A dónde se fue el resplandor de las palabras? ¿Dónde está su sabor, su textura, esa sensación de paladear cada letra, de retenerla antes de que viniera otra, y esa otra era una nueva maravilla, enlazada por “y” y “de” y “para”? Se fue. Las palabras son las mismas, ¿o no? No son las mismas. ¿Ha visto usted el resplandor? Quizás en algún recodo, tal vez enmascarado en la rutina del texto, fíjese, por favor. Es difícil escribir sin que resuene el eco de su maravilla, poniendo el trencito como dictan la gramática y la ortografía, y el trencito anda, claro que anda. No sé si usted se da cuenta de la diferencia. Yo sí. Hubo un tiempo en que las bebía con la sed del desierto, y el placer enriqueciendo mi alma no se parecía a nada. Busco el libro, “ese” libro, el que más que cualquiera me deslumbraba con un resplandor sin ceguera, una puerta a un mundo que no encuentro. Así que con miedo, con esperanza, busco la antología. ¿Cuál antología? Le contaré de la antología. Cuando los años se acumulaban en la celda, cuando al par que se acumulaban borraban los recuerdos, convertían el “afuera” en una nebulosa cada vez más gris, Dante me trajo la Antología de Jorge Luis Borges. Dante es mi hermano y Borges… es Borges, claro. Sólo que en aquella etapa fanática, era un nombre maldito, un representante de la antipatria, ¿qué podía decirme ese epítome de la oligarquía cultural? Abrí cualquier parte, al azar. “En la cóncava sombra vierten un tiempo vasto y generoso los relojes de la medianoche magnífica, un tiempo caudaloso donde todo soñar halla cabida, tiempo de anchura del alma, distinto de los avaros términos que miden las tareas del día”. Cada palabra, cada párrafo ya no eran palabras y párrafos: yo estaba allí, en una medianoche magnífica y cabían todos mis sueños y equilibraban días avaros de colores, libertad, alegría. No tenía que explicarlo, ¿me entiende? Lo bebía entero, lo vivía. Ahora lo vuelvo a leer y admiro la brillantez de la descripción, recuerdo palabras que no pronuncio juntas hace tiempo… y eso es todo. ¿Seguro que no ha divisado por ahí el resplandor? Fíjese. No, fíjese no. Déjese penetrar por el afuera y el adentro. No lo fuerce; como si mirara por el rabo del ojo, ese momento fugaz donde otras dimensiones se asoman. ¿No? Seguro, ¿no está? Quizás si pongo algo de música… algo de jazz; un blues. La música puede ayudarme. Empieza a sonar una lánguida trompeta. Leo: “Tarde como de Juicio Final. La calle es una herida abierta en el cielo. Al horizonte un alambrado le duele”. Dios. Por un momento me pareció que me dolía el alambrado, como me duelen las torres de cemento que me tapan el ocaso. Pero se fue. Se fue. Cómo duele… se fue, ese pequeño atisbo de resplandor. ¿Es que acaso necesitaré otra situación límite, otro brutal vendaval que sacuda la rutina, el texto conocido, que me devuelva el sabor y la textura de las palabras? Si es “vida”, está pasando, sólo eso. La vida está llena de resplandor, pero yo no lo percibo. Si la situación límite es “muerte”, quizás cuando llegue me invada su sentido, paladee su pequeña suma de seis letras, y me vaya en resplandor.


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